EPÍLOGO

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Joel carraspeó la garganta y creó un hueco en los cojines para su cabeza. Tenía las manos entrelazadas en el pecho y miraba el pobre techo de madera, con el sonido de los vehículos al otro lado de la pared quebrada. 

Se encontraba tumbado en un incómodo y agrietado sillón de cuero morado, con cojines amarillentos que poseían manchas de humedad y lágrimas secas. Hacía tanta calor que su nuca sudaba brillante, con su cabello pegado ahí. 

La mujer a su lado izquierdo se llamaba Nadia. Ellos se conocían por un tiempo. Nadia rondaba los cincuenta años y siempre escribía lento cualquier apunte, sin hacer apenas ruido. 

Fue ella quien habló, con voz aguda pero relajada. 

—¿Y qué hiciste, Joel? 

Él pestañeó lentamente y suspiró. 

—Lo robé. 

Ella apuntó en su libreta, con las piernas cruzadas. 

—¿Lo robaste solamente porque no tenías dinero suficiente en ese momento? 

—Sí. 

—¿Y no podrías haber ido a tu casa a por más? 

Joel negó con la cabeza. 

—No lo entiendes, Nadia. 

—¿Crees que puedes explicarlo? 

Él bufó. Fue entonces cuando la miró, con su ceño fruncido y una mueca obvia en la expresión. Nadia alzó la barbilla. 

—¡Mi príncipe moría por esa radio, vamos! ¿Sabes cuánto escuchaba las noticias cuando estábamos en Londres? Se le iluminaron los ojitos cuando la vio. Si me hubiera ido, al volver ya no habría estado. 

Nadia suspiró, antes de colocar el bolígrafo sobre su cuaderno y acariciar sus sienes. Su piel morena parecía oculta en la oscuridad de la sala húmeda y maltrecha. 

—Joel— comenzó lentamente—. ¿Qué hubiera pasado si te pillan? 

Él ladeó una sonrisa. 

—No lo hicieron. Tengo experiencia rompiendo la ley. 

—Y por eso mismo estás aquí. ¿Qué te dijo Erick cuando se enteró? 

Joel frunció el ceño. 

—Mhh… Dijo que no lo volviera a hacer, pero aceptó mi regalo. 

—Quiero que tires la radio cuando llegues a tu casa. 

—No hay jodida manera— bramó él de inmediato—. No la hay. No lo haré. Olvídalo. 

—La devolver-...

—Que no. Te he entendido a la primera, y me niego. 

Nadia ladeó el rostro. Siempre hacía eso cuando Joel se comportaba demasiado hosco con ella. Lo miraba de esa manera, con los ojos rasgados y los labios medio fruncidos. Podría ser una buena madre para él.

—Joel— comentó ella relajadamente—, debes comportarte como una persona legal. La gente legal no roba. 

—Claro. Tú quieres que mi principito me pida el divorcio, ¿Verdad? Si le quito la jodida radio me manda de una patada fuera de casa. 

—Tienes que asumir tus consec-...

—A la mierda las consecuencias. Quien se queda sin familia soy yo, joder, no tú. 

Nadia arqueó las cejas con paciencia. Ella no lo entendía, pero en la mente de Joel era bastante sencillo. 

Llevaban tres años viviendo en una pequeña ciudad de Tailandia, llamada Songkhla. Habían construido una vida decente, con sus propios cimientos y con pasos cortos. Erick lideraba una comisaría en el barrio y él… Bueno, Joel daba clases de defensa personal en un gimnasio humilde. ¡Pero eso era bueno! Él estaba malditamente orgulloso de ambos.

Arkhé || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora