Sábado. Había llegado.
Por mucho que Erick hubiera retenido los segundos, por mucho que hubiera amenazado a la existencia con sentimientos prohibidos e intenciones vacías. Había llegado. Había llegado y ahora no había nada que hacer.
Noah estaba sentado en la alfombra, dibujando elefantes con trompita y orejas grandes. Joel le había dicho que su mejora era tan grande que pronto podría pintar las paredes de toda la casa. Erick se habría quejado, si su hijo no hubiera reído y después negado la oferta.
Él lo miraba desde el pasillo, apoyado en la pared. El nudo en su garganta era tan grande, tan pérfido y sádico. Podría ahogarse en ese mismo segundo y nadie sería el culpable de su muerte.
Había ayudado a Joel a guardar las cosas en su bolsa, aunque para ser honestos, no había durado demasiado y había abandonado la habitación a los pocos minutos.
Erick respiró profundamente y arrastró los pies por el salón.
Noah no alzó la cabeza hasta que lo vio frente a él, ambos sentados en la alfombra que tantas veces Erick le había prohibido usar.
—Hola, papi.
Él le regaló una sonrisa y cruzó las piernas, con el amargo sentimiento de querer arroparlas contra su pecho y hundir la cabeza ahí.
Noah siguió dibujando durante largos segundos, sólo con el sonido monótono de la tele de fondo. Ese día no llovía, aunque posiblemente lo hiciera por la noche según las noticias.
Abrió su boca para decir palabra. Sus intenciones cayeron a un vacío más profundo de lo que él estaba.
Miró a Noah, tan pequeño y delicado, tan bueno y sutil. Era vulnerable como ningún otro, con un alma tan pura y envidiable… Él se veía tan feliz, por fin rodeado de dos figuras que le enseñaban, que ayudaban y apoyaban.
Carraspeó su garganta y bajó la cabeza. No se veía capaz de mirarlo.
—Noah, bebé, ¿Crees que puedo hablar contigo sobre algo?
—Claro, papi.
—Pero… Una conversación de niños grandes, ¿Vale? Siento que últimamente tenemos un montón…
—Soy un niño grande. Puedo con eso.
Erick le regaló una nueva sonrisa y respiró profundamente. Sus manos fueron solas cuando tiró de su hijo hasta su propio regazo, alejando al niño de las pinturas.
Le dolía el pecho y la tarea de respirar se hacía increíblemente complicada cada vez que expulsaba alguna bocanada.
—Bien. Eres mi niño grande… Necesito que me escuches, ¿vale?
Noah asintió con la cabeza. Una de sus pequeñas manos fue hasta la mandíbula de Erick, acariciando con las yemas de sus dedos.
Él se inclinó y los besó delicadamente, antes de acercarlo hasta su pecho y respirar el aroma a miel de sus hebras.
—¿Tú te acuerdas de cómo era todo antes de Joel, amor?
—Sí…
—¿Te acuerdas cuando te dije que Joel vendría con nosotros?
—Sí. Estábamos en el coche, ¿Te acuerdas? Íbamos de camino al cole.
Erick asintió.
—Sí. Muy bien, bebé. Te acuerdas perfectamente, ¿Verdad?
—Perfectamente— afirmó, alzando el dedo índice para enfatizar.
Él liberó una mano y sostuvo el dedito de su hijo. Lo llevó hasta sus labios y dejó un beso en la punta, provocando que Noah soltara una pequeña risita.
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Arkhé || Joerick
Fiksi PenggemarCuando la operación militar fracasa, Joel Pimentel es condenado a setenta años en la Prisión Federal de South Fleet; el hogar de los fantasmas, el bloque de hormigón, concreto y muerte que abarca a los criminales más sádicos de todo el continente. ...