"Me enamoré de tí en la clase de pintura. No podía concentrarme en lo que el profesor decía acerca de la pintura al óleo o de las diferentes perspectivas porque tú eras lo único que importaba y pensaba que merecías más atención que lo que el señor de unos cincuenta y seis años decía. Tú te sentabas en las mesas de atrás con tus amigas mientras que yo me sentaba en la primera fila. Solo.
Estaba todas las clases mirado hacia atrás buscando una poca de tu atención pero estabas muy ocupada apuntanto lo que el profesor decía y cada vez que no entendías algo fruncías el ceño pero aun así lo apuntabas con tu letra pequeña y bonita, al igual que tú. Me gustaba mirar como te daba la luz que pasaba por la ventana en tu preciosa cara. Me gustaba mirar la claridad de tus ojos y como brillaban cuando en ocasiones me mirabas y sonreías y me hacías la persona más feliz del mundo.
No había que ser muy listo para darse cuenta de que me gustabas. Pero no era ese sentimiento que todos los adolescentes sienten. Te necesitaba en mi vida pero no sabía como decírtelo. Me enamoré profundamente de tu risa, de las pequeñas arrugas que te salen en los ojos cuando sonríes, de tu voz, de lo amable que eras con todos... en otras palabras, me había enamorado locamente de ti y no me daba miedo admitirlo, es más, me gustaba admitirlo. Estaba orgulloso de mis sentimientos hacia ti pero me daba miedo contártelos porque tú me hacías sentir débil.
Después de dos meses te habías acercado a hablarme después de clase. Pensé que estaba en una nube de felicidad. Me habías preguntado mi nombre pero yo no te pregunté el tuyo porque ya lo sabía, soñaba con él todas noches y era la última cosa en la que pensaba al irme a la cama y la primera al levantarme por la mañana. Me preguntaste si quería ir contigo a dar un paseo por la tarde. Yo no me lo pensé dos veces y asentí. En ese momento sentía una mezcla de tímidez y felicidad extrema imposible de describir correctamente. En vez de mariposas en el estómago sentía billones de personas agitándose. Estaba tan feliz que tenía miedo a marearme.
Llegué a casa y me preparé. Estuve más de dos horas pensando en que ponerme pero al final me decidí. Llegué antes porque no quería hacerte esperar, me daba igual esperar si después te veía y porque esperaría una vida entera por ti si fuese necesario. Llegaste tarde pero no me importó. Me encantaba el vestido que llevabas. Tenía colores pastel y dejaba ver tus bonitas piernas. Te habías puesto un suave perfume de rosas y me sonrojé al pensar que habías estado arreglándote para quedar conmigo. Dimos una vuelta cerca de la playa pero después quisiste bajar a andar sobre la arena y yo no te pude decir que no, no con esa sonrisa que me dedicaste cuando te dije que sí.
Corriste por la orilla y yo te perseguía mientras reíamos. Te cogí por la cintura y sin darme cuenta tenía tu rostro a centímetros del mío. Estudié minuciosamente cada poro de tu piel hasta que me paré en tus labios finos pero perfectos. Segundos después miré tus ojos que miraban los míos atentamente. Bajaste la mano hasta que encontraste la mía y entrelazaste nuestros dedos. Tus manos eran pequeñas y estaban frías, por eso me encantaban. Acaricié tu mano con mi pulgar mientras nos seguíamos mirando a los ojos. Juntaste nuestras frentes y suspiraste con una sonrisa en tu rostro. Yo también sonreí. Sonreí porque tú lo hiciste.
Salimos de la playa porque ya hacía frío. Íbamos andando por la calle con los zapatos en la mano (teníamos los pies mojados) mientras sonreíamos y nuestras manos iban entrelazadas. No decíamos nada pero no era un silencio desagradable. Paramos en una heladería, pediste un helado de fresa y yo uno de vainilla. Intentaste pagar pero yo fui más rápido y le pagué a la amable señora que miraba nuestras manos entrelazadas tiernamente.
Mientras comíamos el helado me dijiste que te gustaba un chico de la clase de pintura. Yo inmediatamente me decepcioné, ya que seguramente no era yo, pero aún así te pregunté quien era. Me lo descrisbiste como un chico tímido y muy amable con el pelo rubio y ojos azules. Fruncí el ceño y pensé en que podía ser Luke aunque no fuese nada tímido pero siempre tenía a todas las chicas detrás de él. Negaste diciéndo que no era él, me dijiste el nombre de aquel chico pronunciando el mío. El nombre de Niall sonaba mejor saliendo de tus labios que en los de cualquier otro y cobraba un sentido inmenso.