Primum non nocere

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Es difícil hablar mal de lo que te gusta, y más cuando con 17 años, en plena adolescencia, decides renunciar a una vida planificada por estudiar Medicina. No voy a pintar peces de colores donde no los hay, porque Esculapio tenía toda la razón cuando escribió a su hijo. Y solo cuando estás dentro, te das cuenta que es más que una bata blanca, más que el juego de la infancia y el estetoscopio de plástico con el que jugabas, más que esas noticias que ves en la tele. Si lo haces por vocación o no te quedó otra opción, da igual, tarde o temprano terminas enamorado del enigma tan grande que envuelve a la humanidad, de sus peores miedos. Y poco a poco aprendes a amar al ser humano en sus momentos más vulnerables, repugnantes o tiernos. Con sus defectos y virtudes. Todo. Todo te enamora y todo lo das, porque desde el día 0 aprendes que la Medicina a medias no sirve y te acostumbras a la palabra "doctor" como si hubieras nacido para ello. Y ya no distingues el día de la noche, vives entre libros, entre salas de hospital, entre dolor o agradecimiento. Crees que por más tiempo que pasa no es suficiente, y continúas superándote hasta que tus libros se van contigo a la tumba. La consigna religiosa "primero no hacer daño", tu pan de cada día, también se irá contigo. Porque somos así y nadie nos conoce. La Medicina es un arte y como arte debe hacerse bien para ser apreciado. Pero también es un don, un regalo, y si alguna vez pensaste que somos ángeles, siento discrepar en eso. Somos artistas, así como pinto yo mis sueños y sentimientos a través de palabras, un día escribiré historias de vida.

De la cuarentena y sus secuelas [Disponible En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora