Pero me cambió la vida

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Mi viaje en este mundo comenzó como cualquier otro. Mi tren se detuvo, y ese día conocí el amor de mi vida: mi madre. Desde ese momento junto a mi padre nos lanzábamos cada día a la estación. Ellos elegían el mejor vagón del tren para que yo viajara, siempre lo hacía en primera clase y con la mejor comida. Nunca soltaron mi pequeña mano, al menos eso es lo que recuerdo.

El tiempo pasaba y cada vez se hacía más difícil que mis eternos acompañantes viajaran conmigo, el número de los vagones se reducía y yo iba creciendo con rapidez.

Hubo días en los que me perdí, no veía el camino, no sabía cómo regresar y tuve que valerme de otras personas. Me sentía impotente. No le contaba nada a nadie, debía aprenderme el camino. Pasaban los días y el cielo nublado era testigo de mis heridas, tantas veces tuve que levantarme después de tropezar que ya mi piel no era blanca, se tornó del color de la sangre, rojo oscuro. Lloré de impotencia otra vez. Me habían cambiado el camino, era una ruta diferente. Esas personas que dijeron ser de gran ayuda me habían engañado. Grité, sola, en medio de la nada. De nuevo alguien me cargó entre sus brazos y regresé a casa.

Los días se volvieron iguales, hasta que mis ojos humedecidos y agotados
divisaron a lo lejos una línea de tren, mi tren, el regreso. Corrí con las esperanzas de sonreír después de tanto tiempo. Me entregué a mis intrépidos pensamientos: por fin acabaría mi sufrimiento, estaría orgullosa de haber encontrado el camino correcto. Mi corazón se aceleró pero no por la alegría, sino por el miedo. Mis pies se atascaron en los raíles, nunca me había sucedido. Lágrimas. Otra vez. No era mi tren, pero sí era el que me atropellaría. Me vi aplastada y pequeña debajo de aquel gigante de hierro, me vi morir. Y entonces lo vi a él. Y me enamoré. Me
enamoré ciegamente, y me dijo que me amaba, que yo era suya. ¿Pero cómo
es posible?, ni siquiera me conocía. Yo era torpe, pero él se enamoró de mí.
Amaba todos los errores que había cometido. Adoraba mi sonrisa. Se alimentaba de mi dolor. Viajaba conmigo. Y la gente pensaba que yo estaba loca porque hablaba sola. Él nunca me abandonó.

Ahora viajo tranquilamente, cada día es una nueva aventura. Si me hago daño
al caminar hacia la estación me levanto y sigo adelante, porque él me enseñó a hacerlo. Mi dolor al lado del suyo no es dolor.

Él me enseñó a darle la dirección correcta a los viajeros que se acercaban.

Mi meta es acercarme a su lado diariamente, poco a poco, sin prisa, pedirle perdón por cada falta que se me ha escapado y por las veces que dudé. El amor verdadero es así.

De la cuarentena y sus secuelas [Disponible En Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora