"The universe is big. It's vast and complicated and ridiculous. And sometimes, very rarely, impossible things just happen and we call them miracles", The Doctor
***
10 a. C.
En algún punto de las últimas décadas, Izuku por fin dejó de perseguir batallas.
Resultó ser un alivio, porque Katsuki encontraba agotador ver tanto tiempo a la muerte a la cara. Además, los humanos estaban todo el maldito tiempo preguntándose qué ocurría cuando les clavaban una espada en las costillas y se desangraban. Katsuki e Izuku lo sabían. Arriba o abajo. Arriba era un paraíso, abajo era un infierno y la repartición siempre resultaba injusta. Ni en la muerte había justicia, comprendió Katsuki, más de un milenio después de aterrizar en la tierra porque lo habían lanzado desde arriba.
Todos morían, eso sí.
Así pues, acabaron largándose fuera de Roma, ciudad en la que habían pasado un tiempo, donde César Augusto había conquistado Egipto y había hecho caer Alejandría y se habían instalado en Mauritania. Césarea estaba bien. Allí había toda la paz que podía haber en un mundo como ese.
Al otro lado del Mare Nostrum de Roma, eso sí.
Césarea no era mala ciudad. Juba II de Mauritania y Cleopatra Selene estaban allí y eso calmaba la reciente curiosidad de Izuku por las dinastías. Izuku había pasado años observando con fascinación a los Ptolomeos [1], sus bodas, sus traiciones. Katsuki se había entretenido apostando con él sobre quien iba a traicionar a quién. Cleopatra Selene, aunque heredera de todo ese baño de sangre, era diferente.
Izuku decía que estaba taimada por los romanos.
Katsuki opinaba que a la reina le gustaba que la hubieran hecho reina de Mauritania, porque al menos eso significaba que no estaba muerta.
(Cesarión, Alejandro Helios y Ptolomeo Filadelfio, sus hermanos: todos muertos para entonces).
—¡Kacchan!
—¡¿No fuiste capaz de dejarme en paz sólo un día?!
—Oh, me extrañaste. —Izuku sonrió y ladea la cabeza. Sus cuernos se ladearon con él y Katsuki pensó que sería más estético si tuviera unos cuernos como los suyos, que le brotaban de la frente, en vez de la aureola sobre la cabeza.
—¡Ni siquiera me diste tiempo de extrañarte!
—¡Me surgió una duda!
Izuku todavía tenía dudas después de casi mil quinientos años varados en ese mundo tan inmediato. Nada permanecía. Tenían que ajustarse a los nuevos tiempos con una rapidez ridícula. Apenas alcanzaban a disfrutar el presente cuando el futuro ya se estaba tendiendo ante ellos. Lo lograban porque lo sabían todo.
Todo lo que pasaba, en el momento que ocurría. ¡E Izuku aún tenía dudas!
—Qué carajos, idiota.
—Los humanos no pueden vernos.
—¡Gran descubrimiento! ¡Hace más de mil años que me di cuenta! —espetó Katsuki—. La única razón por la que de dejo seguir tras mis pies, imbécil. De otra manera, ya te hubiera abandonado mucho tiempo atrás.
Izuku frunció el ceño.
—Podrías pasar un día sin recordarme...
—¡Oh, vamos! ¡Nunca antes te ha molestado que te recuerde...!
Izuku eligió desviar el tema en vez de confrontarlo, volver a la duda que lo había llevado hasta allí originalmente. Nunca lo confrontaba aunque Katsuki a veces sentía que sí le hacía daño. Que él también se irritaba de la presencia del claro, pero no lo decía porque al fin y al cabo sólo se tenían el uno al otro y nada más.
—Pensé en si hay una manera de hacer que nos oigan. Ustedes pueden conceder milagros, ¿no? Esa es una manera de comunicarse con...
—Oh, vamos, hace milenios que nadie concede ningún milagro. Nadie se acuerda.
—Ellos creen que sí.
—Ellos..., ¿los humanos? —Katsuki bufó. Cierto, que a veces creían en los milagros y en descender de los mismos dioses que creaban—. ¿Qué carajos pretendes?
—Que los claros puedan conceder milagros y que nosotros podamos conceder deseos egoístas me parece que dice que hay un canal de comunicación abierto, ¿no? —Izuku sonrió y su sonrisa pareció temible. Katsuki sólo alcanzó a pensar que lo que quería era cambiar el curso de la historia—. ¿No estás aburrido? ¿No quieres averiguar si hay una manera en la que puedan respondernos. Existió ese tipo, después de todo, el que vio un árbol ardiendo y creyó que le hablaba un dios [2]. Fue cuando llegamos, ¿no? Unos siglos después. Hay una manera de decirles cosas. Quiero..., no sé. Experimentar. Sus vidas son tan cortas..., se esfuman tan rápido, Kacchan. Podríamos experimentar. Ver qué podemos cambiar.
—No podemos cambiar nada porque nada está escrito. —Katsuki bufó de nuevo—. Aunque ellos crean que sí. Pero no, nada está escrito, porque nosotros estamos aquí, observándolos. De otra manera no sabríamos lo que ocurre...
Izuku lo interrumpió.
—Bueno. Ver en qué podemos influir. Ya es algo, ¿no?
Katsuki rodó los ojos.
—De verdad se nota que eres de abajo.
Pero no podía negar que la idea le interesaba mucho. Después de casi mil quinientos años estaba harto de los seres humanos. Es cierto que no solían aburrirse, pero eso era más un efecto del hecho de que los claros y los oscuros no conocían el aburrimiento.
Además era sólo un experimento.
Izuku se quedó mirándolo, calculador. Seguro en su cabeza estaba dándole vueltas a cómo venderle mejor el plan. Pero Katsuki ya estaba interesado.
—Muy bien, ¿cuál es la idea?
—Hacer una apuesta para ver quién puede comunicarse primero con los seres humanos. Podemos intentarlo con los reyes de Mauritania.
—¿Juba y Cleopatra Selene?
—Sí. Dudo que lo logremos en su vida, porque son tan cortas... Pero podemos seguir allá a donde vayamos. Hasta lograrlo.
Un juego.
Bien, esas cosas les gustaban a los oscuros. Katsuki podía aprobarlo. Servían para pasar la eternidad.
—Bien. Eso significa que habrá un ganador. Eventualmente. —Katsuki torció la sonrisa de esa mueca temible que le había copiado a Izuku con el paso del tiempo—. ¿Qué ganamos?
—No sé. —Izuku se puso la mano en la barbilla, mientras pensaba. Gesto copiado de los humanos, seguramente—. ¿El derecho a pedirle algo al otro en cualquier momento y que no pueda negarse? Lo que sea, mientras no sea tan irracional.
—Echo —aceptó Katsuki.
Izuku sonrió y le extendió la mano, para sellar el trato.
Katsuki estaba seguro de que iba a ganar. Izuku se iba a arrepentir de esa apuesta.
***
Notas:
[1] Dinastía que gobernó en el Antiguo Egipto durante el período helenístico desde la muerte de Alejandro hasta el año 30 a. C. Cleopatra VII pertenece a esta dinastía.
[2] Moisés, jé. Jacqueline Dauxois, novelista histórica, con miles de licencias, lo sitúa durante la vida de Nefertiti, la Esposa Real de Akenatón (tiene una novela, titulada Nefertiti, donde sale Moisés ya de muy viejo y la mujer que lo rescata es hija o hermana del padre de Akenatón). Eso sería entre el 1370 y el 1330 a. C. que no coincide con lo que opina el judaísmo rabínico sitúa la vida de Moisés entre 1391 a. C. hasta 1271 a. C., unos añitos después. San Jerónimo —que tradujo la biblia al latín— en el 1592 a. C., o sea, años antes. Yo me voy a tomar las licencias de Dauxois. Si son creyentes, por cierto, #PERDÓN.
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A través del tiempo [Katsudeku / Dekukatsu]
FanfictionUn día los de arriba, en complot con los de abajo, decidieron que no había nadie vigilando el mundo que habían creado en medio de su estúpida guerra y lo desterraron a ir a vigilarlo. Junto con Izuku. Las aventuras de un ángel y un demonio en la tie...