Capítulo 1: El primer Alba de bienvenida

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(Jazmin)

“Nunca dejes que te corrompan”.

Sus voces aún resonaban en mi mente, atrapada en un sueño a medio despertar. Murmuraba sus nombres mientras comenzaba a reaccionar y me removía incómoda en el reducido espacio donde me encontraba. No estaba al tanto de lo que estaba pasando, sólo sentía frío y malestar.

Poco a poco comencé a alejarme de aquel extraño sueño para caer de lleno en la realidad. Abrí los ojos pesadamente, mi visión se encontraba nublada y los párpados pesaban el cuádruple de lo que acostumbraba. Levanté la vista solo para encontrarme rodeada de un gran tumulto de ramas y vegetación, a lo cual quise estirar mi brazo para intentar tantear el terreno, más no pude; ya que un cristal me impedía sentir el exterior.

Eché la cabeza hacia atrás vagamente y contemplé la situación. Estaba encerrada en una especie de cápsula. Mi mente no corría lo suficientemente rápido como para deducir lo que había pasado, pero pude suponer que esto era obra del doctor Acosta.

Resignada, comencé a moverme dentro del limitado espacio, sentía palpitar mi cabeza, y una migraña molesta se instaló solo para ponerme de mal humor. El cuerpo entero dolía, sentía un calor asfixiante y mi piel arder. Respirar fue una simple tarea que se complicó al dejar pasar los minutos. Sin saber si era obra de la cápsula o de mi simple desesperación, comenzó a faltarme el aire.

Dejé de dormitar entre pensamientos para decidir salir de una vez por todas. Golpeé de forma miserable el cristal con mi pie, pero no había cedido frente ante tan pobre patada. Golpeé con el puño, pero tampoco logré nada. Decidí arremeter con el cuerpo en fuerza bruta y golpear con ambos antebrazos a la vez. El primer golpe fue inútil, el segundo me dió esperanzas y el tercero finalmente resultó.

La única compuerta de cristal se abrió de repente y se elevó de un solo golpe, dejándome sin poder reaccionar y cayendo desde lo que parecía ser la copa de un árbol frondoso.

Las ramas amortiguaron el golpe, pero maltrataron mi piel ardiente. Caí de bruces al suelo, arrancándome un jadeo.

Al reincorporarme, logré ver bajo efectos de un mareo confuso otras dos cápsulas a lo lejos. Pese a no estar lúcida en aquel momento, caí en cuenta que se trataba de Ezequiel y Abril.

Me levanté rápidamente ignorando el dolor, y comencé a correr a duras penas hasta ellas. Sin embargo, algo en el camino desvió mi atención hacia un pequeño barranco. Un cuerpo tendido a pocos metros del desnivel. Lo reconocí al instante apenas me acerqué, se trataba de Lucas.

Sin pensarlo me acerqué rápidamente y comencé a palpar su cuerpo en busca de señales de vida. Respiraba, para mi alivio. Sin embargo, ardía en fiebre y su cuerpo lucía maltratado. Podía divisar raspones, rasguños agresivos, moretones y sangre por doquier. Su rostro había empalidecido. Tomé su mano entre las mías y lo miré, angustiada.

¿Qué locura hiciste por nosotros esta vez?

Preocupada, comencé a palmear delicadamente su rostro intentando despertarlo, fue estupido, pero se movió.

—Luqui. ¿Me escuchas?

Murmuró algo inentendible y volvió a removerse. Pude reconocer mi nombre.

—Tenemos que reunirnos con los chicos.

Refregué mis manos en mi rostro, despabilándome.

Decidí cargarlo como podía y refugiarlo bajo la sombra del árbol más cercano. Me las ingenié para subirlo a mis espaldas. Era muy pesado para mí, debido a la notoria diferencia física entre nosotros, pero no era nada que un poco de esfuerzo no pudiera arreglar. Noté que había perdido peso porque me pareció mucho más liviano de lo que aparentaba un hombre de su edad.

Anticuerpos 2: Código QuimeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora