Epílogo: Lucas

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El color gris abarca todo, las paredes, el cielorraso, las sillas, las mesas, la ropa. Solo veo un par de blancos cortar con un poco de negro también pero no más que eso. Es como si el gris representara no solo una institución, sino también un sentimiento. El sentimiento de desolación, reclusión y soledad.

Mientras contemplo la paleta de colores, observo el movimiento a mi alrededor, observo la gente venir a ver a sus seres queridos, y me detengo con la imagen de un niño abrazando fuerte a su padre, y me pregunto si alguna vez habrá sido así para mi ¿Alguna vez me abrazó de manera tan amorosa cuando era un niño? Yo por lo menos no tengo el recuerdo. Quizás porque era muy pequeño para recordarlo, o quizás porque nunca sucedió.

—Hola —siento su quebrada y grave voz saludándome. Me pongo en pie para estirarle la mano, pero él solo me mira, y se sienta.

Bajo el brazo intentando ignorar la incomodidad, pero se me pasa al instante ya que sé que hay demasiadas más razones para sentir cualquier otra cosa que no sea incomodidad.

—¿Cómo estás? —pregunto arriesgándome a que pueda insultarme con la respuesta pero su semblante no cambia, parece permanecer sereno.

—¿Cómo podría quejarme? Tengo cuatro comidas al día, gratis. Tengo una televisión para mí solo y puedo hacer ejercicio en un gimnasio bastante deficiente pero que cumple su función a fin de cuentas —hace evidente su ironía.

—Nunca disfrutaste de las cosas gratis —digo medio sonriendo para tratar de mantener la tensión al mínimo.

—¿Te soy sincero? Pensé que estar privado de mi libertad iba a ser lo peor, pero en realidad, el sentimiento de que me hayan quitado mi más grande proyecto, y no solo eso, sino que hayan logrado catalizar una cura todo gracias a mi y que luego mi propio hijo me traicione... creo que eso es peor.

—Sabes bien que no estás acá por conseguir la cura a la reptillia. Y te recuerdo que aunque hayas sido la cabeza del proyecto, los que de verdad se arriesgaron fuimos nosotros cuatro.

—Sé muy bien por qué estoy acá Lucas. Tomé decisiones drásticas para prevenir una futura pandemia mundial, y lo volvería a hacer.

—No estoy acá para discutir tus decisiones drásticas, papá.

—Supongo que no, hace seis meses que no te veo prácticamente. Asumo que hay otra razón para venir a ver a tu viejo.

—Sí, pedí que te muevan de este lugar.

—¿Me pediste domiciliaria? —por un momento sus ojos se iluminan.

—No, te van a mover de recinto. Vas a ir al complejo carcelario Bouwer de Córdoba.

—¿Qué? ¿Por qué? —cae en la casi desesperación otra vez.

—Las fronteras con la cuarentena se están comenzando a abrir. Gracias a la cura y al catalizador, podemos empezar a mandar a gente a la cuarentena sin necesidad de una inmunidad de mucho porcentaje. Con Noe elaboramos un proyecto para enviar ayuda humanitaria a las comunidades que están dentro sin meternos en terrenos de Bokrugs.

—¿Qué tiene que ver todo eso conmigo?

—Jazmín... ella... amenazó con matarte. Estás muy cerca de la cuarentena, ella podría tener la oportunidad de...

—¿Cómo va a entrar al recinto?

—Creeme, no es la misma Jazmín que enviaste a la cuarentena hace más de ocho meses. Ella... cambió.

—¿Mutó? Increíble, yo sabía que la inmunidad catalizada con la reptillia terminaría en algo extraordinario.

—No quiero hablar de lo que sabías o no. Vengo a decirte que mañana mismo te llevan a Córdoba.

Anticuerpos 2: Código QuimeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora