xiv. A Long Way to Hell

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capítulo xiv. un camino largo al infierno

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No había nada más que soledad en todos lados.

Klaus Mikaelson gritó cuando la daga salió de su pecho, más los efectos secundarios todavía estaban adheridos a su piel y mente. La soledad, la rabia, el miedo, la imperiosidad necesidad de soltar todos sus sentimientos en un aullido que contenía entre su garganta, no lo suficientemente fuerte para dejarlo salir. Honestamente, era un completo desastre y eso se mostraba en su exterior: sudoroso, cansado, alterado y con oscuras sombras alrededor de sus ojos.

Tenía sentido, sin embargo. Su secuestrador no quería que él se viese como la criatura más poderosa y, en efecto, él no se veía como tal. Era el contrario, más humano que nunca: débil, a merced de un enemigo que se veía como amigo en piel de porcelana y cabello rojo.

La bruja le sonríe, es de este tipo de sonrisas que él está acostumbrado a obtener. El tipo de sonrisa que esa bruja en particular le solía dar — aunque a él nunca le importó cuando lo hacía en el pasado, tampoco le importaba en el presente.

—Me importas, Klaus.

Lo hacía.

Genevieve siempre tuvo una debilidad por los villanos.

—Si lo haces, déjame ir —su voz sonó más gruesa de lo que en realidad era, no había sorpresa allí. Klaus había pasado varias horas en desolación dentro de su mente en la inconciencia. Cuando despertó, la urgencia de matar a la pelirroja, a Bastiana y a cada maldita bruja que osó en herir a Hayley, a Rebekah y a él era demasiado magna para ignorar.

Pero sus manos estaban atadas.

—Lo haré —aseveró. Su voz tan suave como seda—. Cuando abras tu mente y veas por ti mismo lo que está frente a ti. Solo cuando eso pase, te dejaré libre.

Paciencia no era su rasgo de personalidad más fuerte, Klaus quería gritar, de liberarse del poder que ella tenía sobre él. No obstante, era incapaz. Con manos, tobillos y piernas atadas, Klaus sopesó todo lo que podía hacer. Y todo lo que pudo hacer, lo hizo: inclinó su cabeza solo un poco, arrugó el entrecejo y afianzó su mirada en la bruja.

—No sabes nada acerca de mi familia, Genevieve —declaró con orgullo, incluso cuando tuvo un tirón en su pecho que le decía lo contrario—. Este juego tuyo... No va a acabar bien para ti —relajó su rostro—. Sin embargo, puedo asegurarte otro final solo si cooperas conmigo.

Klaus Mikaelson tenía encanto.

Y Genevieve podía caer ante él con facilidad.

La pelirroja dibujó una sonrisa pequeña, una que sabía a regocijo, en sus suaves facciones.

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