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Zoe se dejó caer en una silla del comedor.

Tomó el celular y pidió dos pizzas. Lo hizo con voz débil. Tuvo que repetir la orden varias veces para que el joven al teléfono le entendiera.

Después, tambaleándose, caminó a la cocina y se preparó café. Su último café. Bebió un sorbo. Le supo amargo... Pero no lo arregló. Se sentó de nuevo y pensó.

Suicidarnos juntas. Esto es una locura.

Recordó las razones que dio Mireya en la cafetería.

Antes de morir contaremos al mundo nuestras experiencias. Miles de personas se identificarán. Tal vez propiciemos que deje de sucederle lo mismo a muchas otras almas atormentadas.

La mesera se acercó para indicar que la cocina había cerrado; fue no solo ignorada, sino ahuyentada por las miradas hostiles de las tres únicas clientas.

Ana giró la cabeza cerciorándose de que nadie más la escuchara.

—Continúa.

—Expondremos nuestros testimonios y echaremos a andar  los mecanismos para difundirlos.

—¿Los mecanismos?—objetó Zoe con voz vehemente pero manteniendo un volumen bajo, como quien discute los planes de robar un banco—. ¿Quieres que vayamos a televisoras? ¿Que demos conferencias o escribamos libros? ¡No sabemos hacer nada de eso! ¡Ni podemos! ¡Ni tenemos la energía, ni la libertad, ni las ganas!

—Espera, claro— Mireya parecía irónicamente convencida—, imaginen que plasmamos un mensaje. No por escrito, sino de viva voz. Tal vez en video. Esa evidencia podría dar la vuelta al mundo en internet y se convertiría en un mensaje viral de protesta contra la manipulación sexual y afectiva.

—De eso ya hay mucho—protestó Ana.

—Pero no expresado por alguien dispuesto a todo—enfatizó—, a todo, por difundirlo.

Ana negaba con la cabeza.

—La gente acabará teniéndonos lastima. Quitarse la vida es símbolo de cobardía.

—No si en vez de quitarnosla, la damos para despertar conciencias.

—Me parece lo más absurdo.

—Al revés. Eso hizo Gandhi con su ayuno, o Nelson Mandela con su encarcelamiento, o la Madre Teresa besando a los enfermos infecciosos. Al morir las tres juntas, dejando ese testimonio grabado, nadie vera nuestra muerte como acto de cobardía, sino todo lo contrario. Representaremos a las personas que teniendo un motivo para pelear, eligen la lucha pacífica.

La voz de Mireya flotó en el aire con la densidad de nube venenosa. Ana se quedó sin argumentos.

Zoe sentía que la piel de los brazos se le erizaba. De pronto, las profundas lastimaduras de sus almas parecían tener cierto valor comercial a los ojos de Mireya. Ella era contadora, la que todo lo tasaba en valores cambiarios. En algo tenía razón. Nadie en su sano juicio desea ser borrada de la Tierra como una brizna de polvo que se lleva el viento. Aunque murieran, se había despertado en ellas la vocecita interna invitándolas a dejar una huella indeleble.

Zoe por tradición (la única casada, esposa de un empresario famoso) aprobaba o desaprobaba los planes de las tres. Así que Ana y Mireya la voltearon a ver.

—En mi casa hay una camara de video profesional—comentó muy despacio—; es de  Yuan; la tomaremos prestada. Por otro lado, conozco a una periodista promotora de los derechos humano. Se llama Pilar Burgos. Voy a pedirle que grabé nuestras historias... Pero nadie le dirá lo que haremos después.

Mientras RespireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora