Zoe sacó su camarita portátil, le colocó una memoria nueva, la conectó al cable de corriente, la acomodó en el librero junto al tripié de Roberto y la encendió. Quería respaldar la grabación.
Se puso al frente. Pilar la maquilló un poco.
—Necesitamos disimular este moretón. Tienes la piel muy blanca.
Roberto encendió las luces y la cámara profesional. Había una sombra que no le gustó. Reacomodó las lámparas, modificó el enfoque y cambio la altura de los tripiés. Tardó más de treinta minutos antes de estar satisfecho con el encuadre.
—Listos. Cuando quieras, Zoe puedes comenzar.
Le costó mucho trabajo. Al inicio titubeó, pero después ópto por cerrar los ojos y articular muy despacio; solo así desarrollo sus ideas. Ella misma se asombro de la fluidez que fue adquiriendo. Expuso al aire las heridas de su alma. Cuando terminó, sus oyentes guardaron un respetuoso silencio. Luego hicieron un receso y hablaron de los objetivos de sus historias. El reportaje necesariamente tendría que apuntar hacia el maltrato emocional, una epidemia familiar, según aclaró Pilar, más común de lo que muchos creen. Roberto se unió a la charla dejando el papel de camarógrafo para tomar el de terapeuta. Abrió su libro y leyó ciertas definiciones que usaría en la edición del video.
Ana, conmovida, declaró:
—Acabo de darme cuenta, que hacer esto vale la pena. ¡Yo sigo!— parecía inspirada—. ¿Está bien por ti, Mireya?
Pero Mireya se encontraba ajena a la conversación. Encorvada sobre el sillón individual; se merecía para tratar de atenuar un dolor de estómago que no cedía.
—¿Qué te sucede?— preguntó Pilar.
—Tengo un cólico horrible—gimió—. Espero que pase pronto.
Zoe y Ana cruzaron miradas de preocupación. Las tres se habían puesto de acuerdo en que, después de las grabaciones, y una vez que sus invitados se hubieran ido, tragarían los frascos de anestésico veterinario (ahora escondidos justo debajo del cojín donde estaba Mireya)
Zoe se aventuró a preguntarle:
—No te adelantaste ¿verdad?
—Claro que no
La periodista giró la cabeza con mirada de lince.
—¿Adelantarse a qué?
—A nada...—dijo Mireya—, solo es un cólico menstrual. Me pondré bien.
—¿Segura?
—Por supuesto. Sigan grabando, por favor. Ahora las alcanzo.
Ana pasó a escena. La dolencia de Mireya le había recordado lo que sucedería después. Ya no estaba tan inspirada. Frente a las luces perdió bueno parte de su valor impulsivo. Tembló; dijo frases fluctuantes; sus pensamientos oscilaron de un lado a otro. Roberto detuvo la grabación y le pidió que se concentrara.
—Procura tranquilizarte.
—Tengo miedo. Me falta el aire.
—Eso es natural. La ansiedad cierra las vías respiratorias y nos hace hiperventilar. Por eso cuando estamos nerviosos, nuestro primer y más importante recurso es concentrarnos en la respiración. Mientras respires, estarás bien. Hazlo despacio.
Ana se alisó la larga cabellera rubia; comenzó de nuevo y al fin desarrollo su historia. Concreta, clara y desgarradora. Cuando terminó, Roberto apagó la cámara y se quedó muy serio. Pilar la abrazo.
—Eres una gran mujer, Ana.
También comentaron las directrices del reportaje para Ana. Roberto tomó otra vez la bauta en cuanto el contenido del mensaje. Ana lloraba, sin limpiarse el rostro y asentía, como niña sumisa dispuesta a obedecer. La clase de abuso que ella sufrió solía causarle reacciones atroces; pero ahora se sentía más bien desbaratada.
Voltearon a ver a Mireya. Seguía doblada de dolor.
–Es tu turno.
–No voy a poder. Me siento muy mal.
–¿ Quieres que lo hagamos mañana?
–Sí...
–Nos llevaremos la cámara para revisar los archivos–dijo Roberto–; dejaremos las lámparas instaladas. Vendremos a la misma hora para grabar ¿de acuerdo, Mireya?
–De acuerdo.
–Si continuas con dolor, ve al médico.
–Claro. Gracias.
Los periodistas se despidieron y salieron.
Iban a dar las doce de la noche.
En la casa quedaron las tres mujeres angustiadas, confundidas.
El ejercicio de hablar frente a la cámara, había hecho que Zoe y Ana percibieran la paz secreta del desahogo. Esa presión que las estuvo oprimiendo se había convertido en una congoja difícil de controlar. Ambas tenía ganas de encerrarse y llorar hasta que no les quedaran lágrimas. Por su parte, Mireya sufría una manifestación psicosomática contraria. Toda la rabia se le había acumulado en el bajo vientre.
Zoe desconectó la camarita portátil con la que hizo el respaldo. La guardó en la bolsa de sus pantalones holgados.
–Lo que queríamos hacer–opinó titubeante–, vamos a tener que posponerlo.
–No–Mireya se puso de pie mostrando los frascos de droga que acababa de extraer del escondite–. Hagámoslo de una vez.
–¡Pero no has grabado tu testimonio!
–Lo tengo escrito– sacó del bolsillo frontal de su blusa tres cuartillas dobladas–. Aquí está. No necesito grabarlo. Lo dejaré sobre la mesa también. Pilar lo encontrará y sabrá difundirlo.
–Pero dijiste que...
–Amigas. Yo no podré esperar mañana. Ni ustedes tampoco. Si no lo hacemos ahorita, nos arrepentiremos, lo cual pudiera parecer bueno, pero no lo es, porque seguiremos dando tumbos por la vida (ya estamos muertas en gran medida); y después de varios meses o años, ¡de todas formas acabaremos en el hoyo!, hoy tenemos la oportunidad de pasar a la historia si seguimos el plan.
Ana comenzó a jadear de nuevo como un animal herido. Siguiendo la recomendación de Roberto, cerró los ojos y trato de respirar profundo.
–Es cierto–dijo después–. Pero tengo mucho miedo. Ya les dije yo no podría quitarme la vida por mí misma.
En ese momento alguien tocó el timbre y golpeó la puerta de forma anormal. ¡Ring! ¡Toc! ¡Ring! ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc! ¡Ring! ¡Ring!
La persona afuera de la casa parecía desesperada por entrar. Oprimía el botón y aporreaba con los nudillos. Quería que le abrieran rápido, como si necesitará esconderse de alguna amenaza mortal.
–Son Pilar y Roberto; –gritó Mireya–. De seguro los están persiguiendo. ¡Àbranles, pronto!
–¡No!–dijo Ana–, mejor no abran. Vamos a pensarlo de nuevo. Esperen.
Zoe corrió al recibidor. Esta vez no vio, como siempre lo hacía, por la mirilla. Apenas giró el picaporte, la puerta fue empujando con mucha fuerza.
Cayó hacía atrás.
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Mientras Respire
ChickLitAntes que nada quiero aclarar que este no es libro mío, pertenece al escritor Carlos cuatemoc Zanches. ¿Qué sucede cuando tres mujeres abatidas por la traición y la soledad deciden suicidarse juntas? Ellas han sido lastimadas "en nombre del amor"...