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Pilar entró seguida de un hombre apuesto, con mirada y mejillas marcadas por la línea oscura de una densa barba corta, como si no se hubiese rasurado en tres días.
El sujeto cargaba dos maletas con bártulos fotográficos.

—Hola. ¿Cómo están?

—Bien.

Era una mujer de espaldas anchas, morena, delgada; vestida en jeans, camiseta deportiva y zapatos tenis. Más que periodista, parecía la entranadora de un equipo de triatlón.

—Gracias por invitarnos a su casa.

—Al contrario—Zoe tomó el papel de anfitriona—, las agradecidas somos nosotras.

—Les presento a mi esposo. Roberto—y brindó información gratuita—. Es psicológico; catedrático. Solo que últimamente me acompaña a todos lados, por seguridad. Ya se imaginan. Estoy pasando por una etapa crítica.

El hombre saludó de mano a las mujeres; comentó:

—Hoy voy a ser técnico de iluminación y cámaras. Pero hagan de cuenta que no existo.

Sonrieron por cortesía, Ana frunció la boca. Mireya y Zoe se sonrojaron un poco. La idea de que un hombre escuchara sus historias le restaría privacidad al desahogo. Por otro lado, Roberto parecía hombre cabal; aunque tenía la mirada franca de psicólogo capaz de hallar secretos que solo él puede ver, tenía también la actitud sencilla de un compañero tímido, dispuesto a servir sin incomodar.

—Qué casa tan bonita—Pilar echó un vistazo general, admirando los detalles—. En este hogar hay una gran decoradora. ¿Verdad?

—Sí...—Zoe respondió el elogio con desazón—, es profesional. Se llama Rosalba. Trabaja para mi marido. Ella pone los adornos. A mí no se me permite tocarlos.

Pilar se lamentó de haber hecho un elogio que resultó agravio.

—Discúlpame Zoe.

—No te preocupes.

—Entiendo que desean grabar sus historias con intenciones de que Roberto y yo podamos usarlas para un reportaje. Quiero anticiparles algo: trataremos con sumo respeto cuanto digan. No lo editaremos ni le daremos matices distintos. El sufrimiento por el que ustedes han pasado no será en vano. Sus vidas brillarán y se convertirán en luz para otras personas.

A pesar del profundo pesar, Zoe se sintió reconfortada. Ella fue quien invitó a Pilar. Al menos en eso no se equivocó.

Ana movió la cabeza.

—Yo estoy nerviosa... Creí que el ejercicio iba a ser algo... cómo explicarlo... más íntimo.

—Lo será...

—Pero—insistío en su inconformidad, tratando de no parecer grosera—, diremos cosas... tú entiendes... de mujeres... y la presencia de un hombre... no sé...

—Tranquila. No te preocupes por Roberto. Lo necesitamos. Es experto en fotografía, pero también en terapia de catarsis. Si confías en mí, puedes confiar en él. Créeme. En veinte años de matrimonio no me ha fallado.

Sonrieron. Pilar ponía sus condiciones. Tenía derecho.

—¿Apetecen una rebanada de pizza?—dijo Zoe—. Todavía están calientes—y agregó con legítima turbación—. Discúlpenme por no haber cocinado algo más formal.

—La pizza es perfecta.

Tomaron asiento en el antecomedor.

—¿Y qué reportajes has hecho últimamente?—preguntó Mireya—. Tienes fama de ser una periodista dura.

—Estoy trabajando en mil cosas a la vez. Algunas muy peligrosas. Sin proponérmelo me he convertido en portavoz de una nueva conciencia social para ayudar a niños y mujeres secuestradas por tratantes sexuales. He cerrado burdeles y prostíbulos. He rescatado a jovencitas desaparecidas y usadas en el comercio erótico. He promulgado la detención de proxenetas y productores de pornografía.

La enumeración dejó a todas asombradas.

—Esa es la parte difícil— dijo Roberto tomando un pedazo de pizza con iré natural—, pero Pilar también hace investigaciones más nobles...¿Por qué no les enseñas el reportaje que estás preparando para el próximo domingo diez de mayo? ¿Lo traes?

—Sí, amor... sin embargo tampoco se puede decir que sea color de rosa. El día de madres es una fecha sagrada y este video es fuerte; va a causar mucha polémica.

—Como todo lo que tú haces. No por nada, por ejemplo, unos tipos de muy mal aspecto nos venían siguiendo hace rato.

El tono de peligro implícito en la última frase de Roberto dejó entrever que la simple proximidad de esa mujer era riesgosa.

—El video dura solo seis minutos—se disculpó Pilar—, no he querido resumirlo—sacó una tableta electrónica y busco el archivo—. Aquí está.

Antes de que lo reprodujera, Ana hizo una pregunta preventiva.

—¿Quienes los perseguían?

—No sabemos. Tal vez televidentes inconformes con algunos de mis reportajes... Tuvimos que acelerar y meternos por varias callecitas para perderlos. Lo bueno es que Roberto sabe manejar muy rápido.

—¿Y no pudo ser gente mala?—insistió Ana—, ¿es decir mafiosa? En tu trabajo te juegas la vida. Seguramente tienes anécdotas terroríficas en las que, por ejemplo, esos comerciantes del erotismo a quienes has perjudicado quieren vengarse de ti.

—Bueno—lo reconoció—. Hay gente malvada en todos lados. Solo debemos sabernos cuidar. Si. Tengo anécdotas que les pondría los pelos de punta— y externó la sospecha flotante—. Mis amigos saben que corren riesgos estando junto a mí.

—¡Perfecto!—respondió Ana con desfachatez—. Nosotras hemos llegado a un punto de la vida en el que ya no tenemos mucho por qué cuidarnos... Si alguien quisiera matarte, me pondría en frente. Sería la ayudadita que necesito. También mis amigas lo harían. ¿Verdad?

Zoe y Mireya hicieron un gesto de molestia. Pilar aguzó la mirada leyendo el lenguaje corporal de las tres. Se dio cuenta de que algo muy grave estaba sucediendo.

Mientras RespireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora