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—Esto es insoportable. Hace calor. No puedo respirar. ¡Me está dando claustrofobia! — Mireya parecía que iba a perder el control.

—Trata de no pensar— dijo Zoe—. Haz una pausa en tu mente.

—Deja de darme terapia, carajo. ¡Busca una salida!

Zoe estaba frente a la puerta. La golpeó con los puños. La madera era débil y quebradiza, pero ella no tenía fuerzas suficientes para romperla. Bajo la mano y exploró el agujero en el que debía estar la chapa. Metió los dedos para tocar el mecanismo del pestillo. Había una uña de metal floja. Aprisionó con las yemas jalando hacia afuera. La muesca hizo el intento de salirse y fue devuelta a su sitio por un resorte. ¡Ella ya había abierto esa chapa rota antes! La conocía. Solo debía concentrarse un poco. Un resuello de esperanza la hizo emitir un ¡! ahogado, al momento en que consiguió destrabar el pestillo.

Salieron del armario a tientas.

El exterior parecía ser un cuarto más grande; también en total oscuridad.

—¿Qué es este lugar?

Zoe camino con cautela y tocó las paredes. Reconoció el estante. Había cajas de papeles, adornos de Navidad, aparatos eléctricos descompuestos, maletas viejas.

Luego se giró despacio hacia el centro del recinto y sintió los vidrios de un auto hecho añicos, usó las piernas y pies para continuar con el reconocimiento táctil; ahí estaban; las llantas rotas, el eje salido de su sitio, la lámina doblada.

Su esposo había olvidado pagar la póliza del seguro, por eso no hubo ninguna compañía que respondiera por el vehículo que fue declarado pérdida total. Zoe consiguió a duras penas que lo llevaran allí.

—Yo sé dónde estamos. Nos encerraron en el garage de mi casa.

Mientras RespireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora