Capitulo IV: El pez que muerde el anzuelo

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"Y cuando menos lo esperas el diablo no está bajo tus pies si no que te está susurrando al oído"

Armani

12 horas antes del secuestro.

La alarma que escucho de fondo aturde mis oídos, me resulta bastante exasperante y en un intento desesperado por apagarla le pego una patada mandándola a volar, oigo cuando impacta contra el suelo rompiéndose, pero no le doy mucha importancia ya mis padres me comprarían otro reloj.

Saco mi cuerpo de las sabanas que me cubrían, siento una ligera molestia en mi cabeza la cual me palpita en señal de que tengo hambre.

Dirijo mis pasos hacia mi escritorio buscando con la mirada las bolsas que me satisfacen cada que lo necesito, pero no las encuentro.

—Joder —me harta no tener reservas—. Vamos, vamos, vamos —repito desesperado mientras revuelco en cada cajón de mi habitación.

Luego de una ardua búsqueda no logro encontrar absolutamente nada, y en una acción mas que de auxilio marco al contacto de aquella persona que me suministra lo que requiero.

Al no contestar le envió un mensaje fugaz.

<<EY! Ya acabe la dosena.cuando podemos vernos.te prometo que te paguare>>

Me importan poco las faltas de ortografía que tengo al enviar el mensaje, no tenía tiempo de pensar en esto.

Aguardo impaciente por la respuesta la cual no demora ni dos segundos en llegar, ansioso abro la conversación.

<<Que asco de ortografía tienes>>

Si ya lo sabía.

Miro el otro mensaje, pero no resulta ser la calma para este lio de tormentas.

<<Debes mucho dinero de esa última docena y de dos anteriores. NO podemos hacerte más prestamos, sabes lo que eso significa. Tienes plazo hasta mañana al medio día ...créeme niño no quieres tener problemas con nosotros.>>

—¡Mierda! —golpeo la pared con mi puño izquierdo causando unos pequeños rasguños en mis nudillos, pero no me quejo, es un dolor que puedo soportar.

Sabia desde un principio que meterme en esto me traería consecuencias gravísimas. ¿que si me aterraba el mensaje? ¡claro que sí!, no estaba lidiando con cualquier trafícate.

Carajo esta adicción me llevara a la ruina, pero no puedo detenerme.

Que mierda iba a hacer ahora, ya había gastado mi mesada en solo drogas y aunque mis padres eran permisivos con el tema del dinero eran bastantes estrictos.

Miro un punto fijo para concentrarme e idear algo que me saque de este aprieto, posteriormente escucho tres golpes en la puerta que desvían mi mirada y pensamientos.

—¿Qué? —contesto a los llamados de puerta.

—Señor Armani el carro lo esta esperando hace 10 minutos, no queremos que llegue tarde —al otro oigo a un sirviente.

—¡Ya voy! ¿no puedes esperar a que me cambie? o que ¿quieren que vaya desnudo a esa estúpida escuela?

—Sí...sí lo siento señor, bajé cuando usted pue...

El sirviente no termina su frase, abro mi puerta encontrándolo cerca de esta lo empujo con mi hombro al pasar a su lado, guio mis pasos hacia las escaleras, pero antes de bajar me vuelvo molesto hacia el tipo.

—Si llego tarde es mi problema —le doy una mirada severa—, ¡no quiero que nadie en esta casa me de ordenes! —grito para que me escuchen en cada rincón del hogar—, para eso están los fastidiosos de mis padres.

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