Parte 6

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Los meses habían pasado rápidamente, las llamadas de Wakatoshi se detuvieron después de casi 8 meses, la graduación se aproximaba, había dado inicio mi último año escolar, sin embargo la emoción era tan inexistente, lo que por tanto tiempo creí soñar y que ahora se encontraba a tan solo unos meses no era lo que pensaba, no había anhelo, no era algo que me sorprendiera, es decir antes de Haruki no tenía un propósito para continuar, nunca tuve un motivo real o suficiente para elegir mi camino, durante los primeros años de carrera los incesantes parloteos de mis compañeros sobre cómo habían afrontado tiempos difíciles con la esperanza de salvar vidas, historias conmovedoras sobre el cómo la medicina les había abierto el corazón y les había brindado esperanzas me enfermaban, todos parecían tener un motivo y los constantes discursos sobre el cuan afortunados éramos de estar ahí, pues muchas personas querrían nuestro me asqueaban, le repulsión que me tenía comenzó a crecer, conforme más crecía más fácil era ignorarla, sin embargo seguía latente, en el fondo sabía, el origen de mi infelicidad se encontraba mirándome en el espejo.

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-¡Quiero ser chocolatero! - exclamo un muy pequeño pelirrojo estallando en emoción, la sonrisa brillante y los ojos rebozando de felicidad se vieron opacados por la estruendosa risa de los demás niños

-Sólo causaras indigestión

-Jamás probaría un bocado de tus chocolates

-Mi madre dice que la cocina es un arte para los omegas, los betas feos como tu sólo serían lavaplatos

-Pero...soy un omega - soltó el pelirrojo en un susurro casi inaudible, se arrepintió a los pocos segundos, al notar el silencio abrupto en el salón, levanto la mirada lamentándose inmediatamente al ver la cara de asco de sus compañeros, quienes comenzaron a susurrar sobre su apariencia.

Los libros que solía leer en la escuela hablaban de lo maravilloso de los sueños, todo mundo los tiene, todo mundo los puede cumplir, pero hay algo que nunca te dicen, no todos debemos soñar.

El primer sueño que tuve fue convertirme en el mejor chocolatero del mundo, mi abuelita, solía vender dulces caseros en el vecindario, mis padres continuamente decían lo avergonzados que se encontraban, pues no era posible que su madre teniendo un hijo y una nuera tan respetables y de buena posición a su edad se dedicara a algo tan bajo, jamás creí eso, el olor impregnado en su ropa me llenaba de dicha, sus cálidos brazos, su calor corporal, el latido de su corazón al abrazarla eran mi único lugar en el mundo, solía llevarme de la mano recorriendo las calles ofreciendo los dulces entre los vecinos, quienes con una gran sonrisa en el rostro los recibían gustosamente, probándolos instantáneamente, era en ese momento en que presenciaba la verdadera magia, el cómo sus dulces llenaban esos rostros cansados de un brillo sin igual.

-Abuelita ¡por favor, por favor! - exclamaba con ojos llenos de ilusión el pequeño Satori - prepara sólo unos cuantos más ¡Porfavoooooooor!

-Nuestro pequeño TenTen está muy hambriento ¿no es así? - la encorvada figura sonrió cálidamente, mientras fingía negarse a la petición del adorable pequeño - ¿o es que son para una linda niña que tiene a TenTen interesado?

El nombrado detuvo su pataleta, procesando la información por unos segundos, dando lugar a una mueca de asco

-¿o acaso será un hermoso niño? - la expresión del menor no cambió, otorgándole a la omega una vista adorable

-Está bien, está bien, sólo haré unos cuantos - dijo fingiendo resignación

-¡Gracias, abuelita! Te amo muuuuuucho, mucho - el pequeño gritaba estallando en emoción, felicidad desbordando en su pecho, el olor invadiendo sus fosas nasales, pese a que los amaba, la mejor parte definitivamente era su abuelita, el mundo que creaban juntos.

DIE FOR MEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora