Parte 8

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El crujir ocasional de los muebles era lo único audible en la fría habitación, el cese del tic tac del reloj le siguió momentos después al portazo del alfa y la dura madera había perdido hace ya bastante tiempo su gélida temperatura.

El reloj marcaba las 5:30 a.m., el pelirrojizo lo miró detenidamente, como si de una mentira se tratara, aún recostado con esa mirada en blanco se dedicaba a descifrar aquellos números, los conocía más no sabía lo que significaban o, mejor dicho, no quería reconocer lo que ellos revelaban. De pronto su cabeza no pudo ante tal negación, liberando de golpe cada una de las imágenes, cada toque, cada sensación, cada arqueo que no liberó, aún podía sentir el fuerte agarre sobre sus muñecas, esas extremidades paseándose por su cuerpo, todo le resultaba asqueroso, la furia rugía en su interior fruto de la impotencia, sentía como se desbordaba todo lo que se había guardado, sin embargo por más que suplicara clemencia, las imágenes no se detenían, con toda intención de doblegarlo, deformando sus sentimientos, y entonces lo vio... él lubricó, sus labios decían no y su mente hacía lo imposible por liberarse, ¿¡Porqué!? Si cada toque le repudiaba y lo hacía desear morir, ¿por qué su cuerpo se restregaba? ¿por qué su entrada palpitaba y sus muslos yacían humedecidos? Entonces como golpe de gracia las palabras lo golpearon, inclementes ante la ya derrumbada figura:

- "A las putas como tú les gusta ser sometidas y que se lo hagan duro ¿no es así?"- "¿Trabajó arduamente sobre sus rodillas frente a la entrepierna de unos peces gordos o directivos?"- "Sé que te acostabas con Wakatoshi en tu departamento...eras su puta personal...acudías a su celo como si estuvieras ansioso de su pene, no soy distinto a él ¿sabías?"-

Entendió, se vio a si mismo suplicándole a la persona que amaba que lo utilizara, se vio acudiendo a cada celo, gimiendo por más, disfrutando la sensación de las marcas dejadas por Wakatoshi, deseando quedar preñado para al fin estar juntos, pero también se vio llorando ante la soledad de la habitación, pidiendo más contacto, más cariño, más besos, palabras dulces, preocupación, interés, siempre pidiendo más...más de lo que el castaño planeaba darle, más de lo que quería darle... y aquel enojo fue reemplazado por la ya familiar sensación que a regañadientes le obligó a dejar escapar unas lágrimas. Eran las 5:52 cuando el llanto cesó y sólo pudo liberar una amarga carcajada, por el ventanal a su derecha observó un esbozo del sol, se incorporó sobre el escritorio y dirigió su mirada a su prenda inferior, trató de reír sarcásticamente, pero todo lo que salió fueron gimoteos que se confundirían fácilmente con el llanto, de no ser por la ausencia de lágrimas.

Subió sus pantalones de forma lenta, con la esperanza de que el toque de la tela sobre su piel borrara el tacto que quemaba su piel, se detuvo a la altura de los muslos, el lubricante se había secado, pero aún lo sentía, pinchazos atravesando su piel uno a uno, -¡oh dios, cuanto deseaba arrancarse la piel!-, sus manos temblorosas lograron abrochar aquel botón, logrando sostener aquella prenda que fungía como único testigo, consuelo y verdugo.

6:34 resaltaba el pequeño rectángulo en el lobby, mientras el personal ingresaba y salía sin parar, de un lado a otro, como si nada hubiera pasado, sin percatarse del omega, las sirenas de las ambulancias resonaban en su punto más alto, pero todo para el pelirrojo resultaba lejano, al cruzar la puerta giratoria se dedicó a observar, el día era cálido, los niños corrían con sus madres a la escuela, los autos pitaban, nada había cambiado, nada cambiaría...adornó su rostro con el esbozo de una sonrisa y se dirigió a su hogar.

adornó su rostro con el esbozo de una sonrisa y se dirigió a su hogar

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