Capitulo 7

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Pasé la noche recargado en un árbol, viendo aquella laguna, tratando de recordar lo que había sucedido allí, tratando de recordar lo que me hacia sentir. Me fascinaba estar en el bosque, eso lo recuerdo. El hecho de sentir esa brisa fría golpearte el rostro, y tener el sol colándose por las ramas, y no tener que poner la música en alto para poder relajarte, por que la música la hacia el viento. Recuerdo que aquello podía ser lo mas hermoso que había sentido en la vida. Y cuando comenzaba a llover, era aún mas enloquecedor. Tratar de esconderte de las gotas que te golpeaban con ritmos ligeros y de pronto más rápidos, y escuchar esas mismas gotas resbalar desde los ojos del cielo, hasta las hojas de los árboles, hasta golpear tu piel. Probablemente extrañaba más esas sensaciones, que a la gente. 

Alrededor de las 8:00 am decidí que era hora de comenzar mi día. Me levanté de mi cama de hojas, tomé una pequeñita piedra, no más grande que la palma de mi mano, la guarde en el bolsillo de los vaqueros, y me propusé a ir a por ella. Caminé por el enorme bosque, hasta llegar al pequeño poblado en donde vivíamos. Llegue al jardín de su casa, por el cual la había conocido, y arrastré los pies hasta donde sería su ventana, saqué la pequeña piedrita de mi pantalón y comecé a arrojarla arriba y abajo, tambaleante, hasta que tome el valor suficiente de aventarla a su ventana. Espere por un minuto, espere a que saliera, espere una respuesta, al ver que no había una, comencé a silbar una melodía un  tanto extraña, pero tranquila y relajante. Asomo su cabeza por la ventana.

-Aaron Rose, son las 8:00 de la mañana.- Gruñona, gruñona pero bonita. 

-Ya era hora de despertar, dormilona.- Balbucee

-Es sábado, imbécil.- Rió y meneo la cabeza de un lado al otro. -Anda, voy a abrirte, pero no puedes hacer ruido, que mis padres siguen dormidos.

Traté de mantener mi sonrisa triunfante para mi mismo, pero aquella corriente de emoción que se apoderaba de mi, al verla, era inevitable y no era posible guardárselo para uno mismo. Bajo las escaleras de su casa y llegó a la puerta donde yo ya esperaba con ganas. Abrió y yo le plante un beso en la mejilla, sin permitirle decir una palabra. 

-Quédate quieto, hombre

Me tomo de la mano y me hizo seguir sus pasos hacia su habitación. No me había dado tiempo de darme cuenta de lo bonita que se veía así de desaliñada, con su cabello suelto, que caía ligeramente por debajo de sus hombros, su cómica pijama rosada con elefantitos, sus calcetines azules que combinaban pésimamente con su pijama, terriblemente mal arreglada, pero terrorificamente natural y hermosa. Al llegar a su habitacíon, se derrumbo sobre su destendida cama, y yo me quede parado, contemplando lo que era su mundo. Su pequeño mundo con camas destendidas y sábanas blancas, con paredes repletas de fotografías, y pinturas extrañas, la cabecera de su cama con una serie de luces blancas de árbol de navidad, su osito de peluche que reposaba junto a ella en la cama, la pila de libros que ocupaba como mesa de noche. Y al igual que ella, una habitación, desordenada, pero tan peculiar, que parecía una obra de arte.

-Sientete como en casa. 

Sonreí. Me acerqué a la pared de fotografías, había una del bosque, y junto a esta, una de la pila de libors, alumbrada con la serie de luces navideñas, y un poco mas a la derecha, una foto de ella, riéndose, y otra más de ella cubriendo su rostro con las manos. Pero justo una, me cautivo, una fotografía de ella, dando su espalda desnuda,con solo su cabello desenrredado cubriéndola, hacia la cámara, con la pared de fotografías como fondo. Una fotografía tan dulce, tan sensual, tan bonita.

-Así que te gusta la fotografía, ¿eh?

- A veces siento que es la única manera en la que la gente podría ver el mundo desde mi perpectiva.

Me quedé callado. Sonreí y me senté en la orilla de su cama, frente a ella.

-Me gustaría mostrarte un lugar, pero no lo puedes enseñar a nadie. Es un lugar para nosotros dos, como nuestra cabaña. - Asintió con una sonrisita.- ¿Lo prometes?

- ¿ A quien más podría mostrarselo?- Sonreí

-Anda, cambiate y te llevaré. 

La chica desapareció por un momento y reaparecio con una sudadera, un tanto grande para ella, unos converse, y unos vaqueros. 

-Traeme una venda, no podrás ver por donde te llevo.

-¿Y eso porque?

-Por que así solo yo podré llevarte.

-Solo no me asesines, porfavor. 

-Ahora tendré que hacerlo, me descubriste. - Bromee con ella tal y como lo había hecho la primera vez.

Bajamos las escaleras, y en el jardín le puse la venda en los ojos, cuidando lo despeinar su cabello. 

-¿Lista?

-No tengo de otra...- Jugueteo

-Confía en mi, mi niña. - Le susurré tan cerca de la parte de atras de su oído que provoque una corriente de escalofríos para los dos. La abrace por detrás, y tomándola de la cintura, caminé con ella hasta lo que a continuación llamaríamos "La Laguna de los secretos".

Del Otro Lado del CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora