Capítulo 1: Definitivamente debí comprar un perro.

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Me encuentro aquí, sola y asustada en mi apartamento.

Antes de que lo piensen, no. No estoy amenazada de muerte, mucho menos soy buscada por alguna asociación súper secreta; para mi aunque esté destinada a seguir viviendo, lo que sucede es mucho peor.

Miro el reloj y las manijas marcaban las 11 en punto. Solo tengo dos horas antes de que pase lo inevitable por lo que voy a mi habitación y prendo el radio colocando una selección tranquila solo para eliminar el silencio que ayuda a mis pensamientos se desaten.

Muchas veces mi madre me había sugerido comprar una mascota para que no me sintiera tan sola, a su pesar en lugar de elegir un perro de los que te reciben meneando su cola al verte o un gato de los que al menos te clavan las uñas con "cariño"; yo había elegido una iguana. Quizás en estos momentos un perro estaría en estos momentos confortándome, hasta el gato se me sentaría arriba al notar lo temblorosa que estoy pero gracias a mi elección, solo podía observar a Harry tomar luz proveniente de su lámpara.

Me acomodé mejor en la cama con cuidado de no desperdiciar ninguna gota de la copa de vino que tenía en mano. Si bien es cierto que no podía permitirme el estar ebria, el estar completamente sobria no sería bueno para mi salud mental y cada vez que miraba el reloj sentía como el interior de mi estómago amenazaba por salir.

Siempre había estado sola y me había acostumbrado a estar así. ¿Quién necesita un hombre cierto? Y mucho más cuando tienes cierta estabilidad.

Me había dedicado a estudiar. Pues aunque esté más sola que ... no se me ocurre nada que esté más solo que yo. Quizás por la media copa de vino entrando a mi sistema, digamos que no tengo mucha tolerancia. ¿En donde estaba? ¡ya recordé! Mi pobre vida social y mi gran éxito laboral. Quizás no tan gran éxito laboral, digamos que empecé tarde y tropecé mil veces pero al final logré graduarme de médico y pues me siento super orgullosa de mi diploma enmarcado en la pared que miro justo ahora. Pared junto al reloj que marca las once y cincuenta.

Trago lentamente el último sorbo de mi copa mientras maldigo el momento en el que me dejé convencer ante semejante locura. Quizás muy en el fondo yo estaba de acuerdo con lo que Lisa y Hanna habían arreglado para mí. En parte sentía que me quedaba atrás y que la vida se me iba. Tenía 28 años, en mi primer año de residencia y los único que había besado era a Rodrigo a los 9 años jugando la botella y mi novio de 2 días en las vacaciones de verano a los 20. Sobra decir que no es una historia tan larga cuya relevancia es insignificante.

Quizás la vida no se mide en cuantas personas me tiré o no, puedo enumerar miles de cosas buenas que me pasaron y por las cuales estoy agradecida. Tengo a Harry, mis padres están felices y tengo un lindo apartamento que pagué con el dinero que recibí cuando mi abuelo paterno falleció, lo cual si puedo añadir, fue la sorpresa del siglo. Digamos que el señor me hizo la infancia miserable pero al menos me dejó un premio por aguantar callada y sonreír ante cada petición.

El sonido del teléfono me saca de mi momento. Dejo la copa en la mesita de noche y me arrastro hasta el pie de la cama para contestar. No puedo evitar rodar los ojos al ver que es Hanna, de seguro debe pensar que tomé un avión a otro país. Y tiene razón... la idea pasó por mi cabeza un par de veces.

-Dime Hanna...

-Espero que no te salgan plumas a última hora Gina, recuerda que Lisa y yo hemos planeado esto toda la semana y nos costó un par de favores que te colaran en la lista.- ¿un par de favores? ¿yo pedí el favor?- Y espero estés lista y no usando esa pijama horrenda que sueles llevar en los recesos.

Respiré hondo, mientras que me tiraba un ojo. Sí, tenía mi suéter con propaganda de jabón que en mi defensa es muy cómodo y mis pantalones de pingüinos con sombreros.

-No voy a correr Hanna, estoy al borde del colapso nervioso pero no lo haré- esta vez no iba a correr. Solo sería una hora como máximo y después todo seguiría normal ¿cierto?

-¡Perfecto!- se notaba muy emocionada- Ve a quitarte tu pantalón de pingüino y ponte el atuendo que te compre. Vas a ver que te va a encantar. – se escucharon ruidos en el fondo- Tengo a Lisa en la otra línea, dice que no olvides las cremas y que te peines.

-De acuerdo, me tengo que ir... - suspiré mientras miraba el reloj que hoy se dedicaba a torturarme. Marcaba las doce y veinte. – Solo tengo cuarenta minutos para estar "presentable".

-¡Feliz Cumpleaños Gina!- gritaron ambas al unísono.- ¡Disfrútalo!

Colgué el teléfono y me levanté de la cama rumbo al baño. Por motivos de "orden y aseo" tiré la ropa en el cesto y no la dejé en donde caía como me sentía tentada a hacer. Me senté en el inodoro aunque no tuviera ganas, con la esperanza de que me teletransportara a donde sea que me quisiera llevar.

-Fuerza Gina, tú te metiste en esto.

Me levanté y me metí en la ducha. Tomaría un baño completo antes, definitivamente después y los días siguientes. Sacudí mi cabeza en un intento fallido por despojar mis pensamientos y me concentré en el agua jabonosa que se escurría. No tenía mucho tiempo, así que con cuidado, me restregué con esmero cada parte que de por sí se encontraba algo sensible por el "día de spa" que obligatoriamente había tenido que tomar; ya que formaba parte del regalo de cumpleaños.

En el dichoso día que más bien era una tortura, me habían sometido a una exfoliación completa, baños de lodo y por supuesto, una depilación completa. ¿Qué necesidad había de remover hasta los pelos de mis dedos? ¿Qué mal le hacen al mundo mis pelos en los brazos? Si crecen allí es por alguna razón.

Ahora no me vayan a mal entender, si tendía a rasurar mis piernas de vez en cuando si la ocasión lo ameritaba, las axilas con más frecuencia. Pero ¿allí abajo? Estoy segurísima de que escuche más de mil veces que no es natural, es peligroso y quedas propensa a tener infecciones, alterar tu humedad vaginal y un montón de cosas más. Pero no, las que hago llamar amigas me amarraron y amordazaron para que mis gritos no alarmar a nadie y mucho menos llamara a la policía. Si fuera poco, tuvieron que pasarle dinero bajo la mesa a mi verdugo que aunque cueste creerlo, lo aceptó de lo más normal como si fuera una costumbre tener a alguien en contra de su voluntad en la mesa.

Saqué las bolsas que me dio Hanna y casi me dan arcadas al ver el vestuario que "habíamos elegido" pero me lo puse apresuradamente teniendo en cuenta de que en quince minutos tendría visita. No tendría ningún efecto el ponerme maquillaje o no, el tiempo no daba para poner en práctica mis pobres habilidades así que aproveché los últimos minutos para esparcirme la dichosa crema que debo confesar olía bien. No sabría describirlo, pero era un sutil olor floral. Quizás si le prestara atención a mi madre cuando me habla sobre su jardín pudiera identificar alguna semejanza, pero la jardinería y yo no somos amigas. La verdad no soy amiga de casi nada o ¿nada es mi amigo? Soy propensa a accidentes por lo que evito a toda costa estar cerca de objetos punzocortantes, lo cual es gracioso teniendo en cuenta de que si todo sale bien tendré una cuchilla filosa en mi mano a diario.

El reloj marca la una en punto y aprovecho para darme una última mirada al espejo. Recorro desde mis pies en donde lucen unas sandalias negras con tacón decente y pedicura minuciosa. Subo un poco más, mis piernas se ven suaves y brillantes. Al llegar a mis muslos inicia el vestido negro algo ceñido a mi figura regordeta que, sorprendentemente, ajusta en los lugares correctos.

Debo admitir que sí fue una buena elección de vestido, me siento bonita.

Hago varias poses frente al espejo, intentando ver alguna falla que tumbe el sentimiento de satisfacción que acabo de crear y aunque encuentro unos cuantos, no hay nada de qué preocuparse. Todo está en el lugar en donde más o menos debe estar. Mi cabello está empezando a esponjarse así que rápidamente lo trenzo a los lados y justo cuando estoy en la búsqueda de una liga... la puerta suena.

Pánico. La única palabra capaz de describir lo que siento en este momento. Me obligo a reaccionar y levanto la toalla del piso para después lanzarla adentro del armario. Lanzo una última mirada a mi cuarto y salgo de allí. Mi cabeza es un torbellino en este momento, estoy a punto de dejar entrar a un completo extraño a mi casa, un extraño que va a quitarme la virginidad.

¡Feliz Cumpleaños Gina!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora