Capítulo 4. Ira

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«¿Y tú?, ¿qué guardas bajo la armadura?, ¿el corazón o la herida?»
-Sara Búho
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"¿Cómo se supone que se lidia con esto? Cuando descubres que te has enamorado de alguien que te corresponde, pero al mismo tiempo, eso te envolvería en una relación que no puede ser. ¿Quién impuso las reglas sobre el amor? La sola idea duele, lastima su corazón y le hace llorar. Rapunzel prefiere ignorarlo, enterrarlo, fingir que había sido un desliz a pesar de haberlo rogado con todas sus fuerzas, de haber mantenido vivas esas emociones en un rincón diminuto de su alma.

Algo cambia, ahora se fija más en los labios de Cassandra cada vez que habla, se pierde en sus ojos siempre que la tiene enfrente y sus mejillas arden por el deseo de sentir su toque. La curiosidad mató al gato, pero el salto valió completamente la pena.

En cambio, para la pelinegra, la dulce tortura de continuar al lado de la princesa la estaba volviendo loca. Su corazón se le escapaba cuando durante el día, casualmente, pasaba por el salón del trono y sus ojos se conectaban con los de la mujer sentada en esa silla por unos instantes. La mirada de un verde brillante directo en los suyos propios en la canoa, era un recuerdo que la consumía por las mañanas y cada vez que, al vestir a la rubia, se sentía observada por ese mismo que pedía a gritos ser escuchado.

¿Deberían hablarlo?, ¿sería mejor dar ese paso?, ¿o enterrar el sentimiento y contener el vuelo de las mariposas en sus cuerpos era la mejor opción? Cassandra no iba a pensar en eso de nuevo, ya no más, debía existir por lo menos una razón válida por la que sus labios se habrían encontrado esa noche y ella, como un amante anhelante desde las sombras, no esperaría más tiempo.

Sin embargo, cuando al fin se decidía a alzar la voz, la realidad la golpeaba. Era un constante desastre de sufrimiento mutuo.

Entonces, para fortuna o desgracia, un pequeño animalito verde, ya bastante harto del esquive y la cobardía, estaba decidido a acabar con este embrollo. Así que ideó un astuto plan que desembocó en el encierro de ambas mujeres en la habitación de la princesa.

El silencio fue mortal después del sonido de la puerta cerrarse detrás de ellas, lucharon al principio, pero el tácito mensaje que el reptil quería enviar fue entendido.

—¿Qué se le metió en la cabeza a tu amigo? —bufó la pelinegra mientras se cruzaba de brazos.

—¡No tengo idea! —una parte de Rapunzel se emocionó cuando Cass por fin se dirigió a ella más que solo por el cumplimiento de sus deberes—. Pascal, déjanos salir —suplicaba, apoyando la oreja en la puerta y golpeándola.

Una opalina amarilla apareció debajo del borde, deslizándose hasta parar en medio de las cuatro paredes.

—¿Qué es eso? —inquirió la mayor, arqueando una ceja y aproximándose para poder tomar el papel. La rubia copió su movimiento.

Era un dibujo.

Si el camaleón supiera escribir, hubiera redactado en mayúsculas su nota; pese a eso, sus patas y su comprensión de la escritura humana solo dieron para un dibujo, uno donde se podía apreciar a ambas mujeres abrazadas.

Por inercia, sus miradas se encontraron en el momento, tan llenas de miedo, esperanza, y sus mejillas se tornaron de rojo cuando lo segundo que miraron fueron sus labios.

—Agh. —la pelinegra rodó los ojos, se quitó los guantes, las botas y se arrojó en el gran colchón—. ¡Está bien pequeño bribón, arreglaremos esto para que nos dejes salir! —habló fuerte para poder ser escuchada.

Redención | Cassunzel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora