Extra. Peace

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«Tienes el corazón perfecto
Para hacer un hogar.»

-Clairel Estevez
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—Sostén la espada, niña. —alentaba la capitana de la Guardia de Corona— ¡Vamos!, ¿eso es todo lo que tienes?

La joven se resistía a dejarse vencer ante tal experimentada guerrera, pero era esa misma habilidad la que la estaba destrozando en el combate. Cassandra esquivaba con maestría cada uno de los golpes, intimidando con su postura a su aprendiz.

Después de tener suficiente, ella atacó y arrojó a la morena al barro húmedo.

—Erin, debes mejorar esos movimientos. —dijo con sutileza y sonrió, extendiendo la mano para ayudar a la chica a levantarse— ¡Un descanso, muchachos! —anunció finalmente.

Sus manos sudaban a través de los guantes y, para su desgracia, el aseado uniforme que se había colocado esa mañana ahora tenía decoraciones de manchas terrosas. El sudor ocasionaba que su cabello se pegara en su frente y los dedos de sus pies gritaban por sentir aire fresco. «¿Por qué el uniforme de entrenamiento tenía que ser blanco?», exhaló con fastidio.

Ella tenía su propia carpa alejada ligeramente del batallón, pero lo suficientemente cerca como para no tener la privacidad que quisiera. El calor era abrasador y traer puesto tantas capas de ropa era agobiante, por suerte, siempre llevaba a escondidas un cambio más acogedor. Como líder de la Guardia coronana, portar el uniforme era un requisito indispensable para mantener la formalidad; sin embargo, ella era un soldado experto y sabía la gran diferencia que unas prendas cómodas podían lograr .

Tomó un sorbo de agua de la cantimplora que permanecía en la mesa y se secó el sudor con un trozo de tela que encontró por ahí. Andando descalza sobre el césped, acechó con cautela la entrada de su espacio antes de desvestirse dentro. Fue ágil y silenciosa, y el pantalón negro pronto se deslizó sobre sus piernas. Una camisa de lino color crema con mangas anchas pasó por su espalda; ya solo necesitaba cerrar los molestos botones para cubrir su pecho vendado.

—¿Cuándo planeabas decirme que odias el uniforme? —Una voz juguetona se escuchó desde la entrada y la pelinegra no pudo evitar la sonrisa de alegría que cubrió su rostro.

—Raps. —balbuceó—. Es que tú lo diseñaste...

La castaña se aproximó hacia la otra mujer, quien giraba para poder recibir sus labios contra los suyos.

—Cass —reprochó—, no importa, solo quiero que te sientas bien. —Sus manos vagaron desde la clavícula descubierta y se posaron en las vendas—. Déjame ayudarte con esto.

Con cuidado, abrochó el trío faltante y luego envolvió sus brazos alrededor de la cintura de su pareja.

La pelinegra acunó el tierno rostro en sus manos, plantando un cálido beso en sus labios y después en su coronilla. Inhaló profundo, dejándose embriagar con el olor a vainilla que desprendía del vestido púrpura.

—¿Qué haces por aquí? —cuestionó y sus ojos buscaron el habitual brillo verde en el que amaba perderse.

—¿No puedo venir a visitarte? —arqueó una ceja.

—¿La Reina no estará muy ocupada? —contraatacó.

—¿Para estar con su esposa?, ¡nunca! —puso los pies de puntas para volver a robar un beso.

Aún era mágico cada vez que Rapunzel ponía esa particular palabra en su boca. La sonrisa de un millón de dólares se apodera de los labios de la guerrera.

La sensación de estar perdidamente enamoradas la una de la otra era tan real, tan dulce y empalagosa como la miel, tan emocionante que sus corazones recitaban canciones de amor mientras sus bocas se consumían en ese adictivo baile.

Redención | Cassunzel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora