IX. IDIOTA

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¿Cuándo se habían dejado atrapar tanto por la cómoda y sonriente complicidad de ese juego al que costaba seguir llamando juego?

Entre por-favores y yo-te-ayudo-bros, entre oye-Kamis y dime-Hantas, parecía que las palabras y los guiños de ojos los hubieran cautivado hasta caer en el suave ritmo de una hamaca meciéndose al son de una corriente alterna, desde el instante exacto en el que Sero se había despertado con una mejilla enterrada en una almohada compartida, una rodilla pegada a una pared que no era la suya, y el estómago aplastado por el peso de Kaminari Denki.

La primera emoción de ese jueves por la mañana habría sido preocupación al ver la alarmante posición del sol en la ventana, si Kaminari no hubiera elegido ese momento para incorporarse perezosamente sobre el colchón, frotarse los ojos tras un flequillo más alborotado que nunca, y anunciar con voz dormida:

"Si te voy a llamar Hanta tú también puedes llamarme Denki."

Después había dicho algo como:

"¿Estás bien, bro? ¿Por qué te tapas la cara con la almohada?"

Por supuesto, para confirmar el terror inicial del pelinegro, habían llegado un cuarto de hora tarde a clase. La buena noticia era que no había examen sorpresa. La mala era que Aizawa no perdonaba los retrasos, por mucho que fuera el más inclinado a incurrir en ellos.

Si se habían librado de limpiar de nuevo el terreno entero de USJ – cosa que, para ser sinceros, no les habría molestado tanto mientras fuera en compañía del otro – había sido gracias a un milagro llamado Hagakure Tooru, también conocida como la sigilosa estudiante que de alguna inexplicable manera se había materializado tras ellos y había exclamado, haciendo saltar del susto a media clase: "¡¡Siento el retraso, Aizawa-sensei!! ¡Me había quedado encerrada en el ascensor y Kaminari-kun y Sero-kun me estaban ayudando a salir de ahí!"

Cuando Aizawa había clavado su mirada en ellos, plantados en la puerta del aula con sus caras más inocentes y respaldados por una Hagakure de expresión- (¿quién salvo Mina sabía qué expresión tenía ella, de todos modos?), la confusión del profesor había dejado claro que no se había creído ni una palabra, pero como lo más sensible a esas horas de la mañana no es decirle a una alumna invisible "te he visto sentada antes de que ellos llegaran", habían podido escapar del segundo castigo de Eraser Head en una sola semana.

Acto seguido habían corrido a sentarse, dándole las gracias a Hagakure con un gesto silencioso por una ayuda que, a juzgar por la expresión victoriosa de Ashido, había sido probablemente idea de la pelirrosa.

Poco después, cuando apenas llevaban treinta segundos escribiendo en sus libretas, Kaminari se había girado hacia él. Y a partir de ahí, tras cinco repeticiones de miradas buscadas y encontradas, de sonrisas sin motivo pero cada vez más anchas, todo había ido cuesta arriba. O cuesta abajo, para ser más físicamente correctos.

Tal vez la mejor descripción fuera que Sero estaba deslizándose por una ladera donde cada tropiezo con un "por favor" le hacía ganar velocidad y cada atisbo de mechones dorados le hacía caer, de manera irremediable, hacia el pozo de atracción gravitatoria que eran los alrededores de Kaminari Denki.

Y Kaminari, aunque uno de ellos dos no se diera cuenta, estaba pasando por lo mismo.

Las horas de clase se encadenaban en una sucesión brumosa y difuminada de profesores entrando y saliendo del aula, de palabras siendo escritas en la pizarra para luego ser borradas, pero, si alguien le preguntara a Kaminari qué había hecho durante esos dos últimos días, sólo sería capaz de citar las 130701 veces que había vuelto a visualizar en su cabeza el rostro dormido de Sero cuando había despertado a su lado, el tono hasta entonces desconocido que tenía su voz a primera hora de la mañana, o cómo los mechones negros que habían sido aplastados toda la noche se adherían a su mejilla.

Si me lo pides por favor | Kamisero | SerokamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora