Capitulo 3: Amor, odio y revelaciones

897 52 7
                                    

Los hombres no valen una mierda

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los hombres no valen una mierda.

Dulce no puede creerlo. Christopher la besó. Sentía un torbellino de emociones: confusión, rabia, y algo más profundo que no quería admitir. Se pierde en sus labios y sigue el beso, pero de repente se da cuenta. ¿Qué está haciendo? Se separa rápidamente, sintiéndose traicionada por sus propios sentimientos. Ha flaqueado ante él.

—¿Qué le pasa? ¿Por qué me besa? —le dice enojada, tratando de ocultar la confusión que la inunda.

—Dulce, eres tú. Lo sé, tus besos son inconfundibles—responde Christopher, con una mezcla de desesperación y anhelo en sus ojos.

—Señor Uckermann, o deja de compararme con su esposa o dejamos esto aquí y no trabajo con usted.—dice con firmeza, intentando mantener la compostura.

—No, no, no, está bien. No volveré a molestarla.—promete, bajando la mirada con arrepentimiento.

—Bien, entonces, nos vemos mañana —concluye, dando media vuelta para salir de allí.

Al llegar afuera, ve a Belinda sentada en uno de los sofás de la oficina, con Paula mirándola fijamente.

—Belinda, vamos.—dice, rompiendo el tenso silencio.

Belinda se pone de pie, lanzando una última mirada de odio a Paula antes de irse con ella. La verdad Dulce no entiende por qué al parecer ellas se odian tanto. Cuando llegan al coche, se anima a preguntarle.

—¿Por qué Paula y tú se odian tanto? —pregunta con cautela.

—¿Qué? Ni siquiera la conozco —responde Belinda, encogiéndose de hombros.

Dulce asiente, pero no está convencida. Esas miradas de odio que se echaron no eran normales. Algo más debe haber detrás de esa animosidad.

Cuando llegan a casa, Belinda le pregunta a Dulce qué había pasado con Christopher. No duda en decirle la verdad. Ella le advierte que tenga mucho cuidado con él y que no caiga fácil en las tentaciones.

—Voy al súper. Natasha no está para mandarla y necesito urgentemente unos chocolates —dice Belinda, dándole un beso en la mejilla antes de salir de la casa.

Dulce se queda sola en casa, sumida en sus pensamientos ¿Cómo estarán sus padres? Hace tiempo que no los veía.

Cuando vivía con Christopher solo hablaba con ellos por teléfono. Ellos querían verla, pero Christopher no quería.

Bueno, la única que quería verla en realidad era su madre. Su padre nunca se preocupó por ella; es más, él fue quien la llevó a casarse. La fortuna de la familia se había terminado y Fernando Saviñón no iba a pasar la vergüenza de quedarse en la ruina. Así que hizo que Christopher y ella se conocieran y se enamoraran para seguir teniendo dinero y la posición social que siempre había tenido. El plan le salió a la perfección, pues su única hija se casó con quien él quería.

—No puedo creer lo que veo. Don León Smith llorando por la pérdida de su nieta —dice Grettel, la madre de Dulce, con ironía en su voz.

—Claro que voy a llorar, hija. Era mi tesoro, mi otro tesoro, aparte de ti —responde Don León, con lágrimas en los ojos.

—Papá, tú mismo mataste a tu otra nieta justo cuando acababa de nacer —dice Grettel con dureza.

—Grettel, no lo digas así —replica él, con voz temblorosa.

—Lo digo cómo es, papá. Mía era mi bebé y tú la mataste —insiste Grettel, con la voz quebrada por la emoción.

—No la maté, la di en adopción —revela Don León.

—¡¿Qué?! —exclama Grettel, sorprendida. Su hija está viva. Su hija está viva.

—No podía permitir que se armara un escándalo. Tú embarazada a los diecisiete años, de un capataz. Le di toda mi confianza y el hijo de puta la traicionó —explica Don León, con amargura.

—¿Dónde está Mía?—pregunta Grettel desesperada.

—Se la di en adopción a la familia Peregin. Monserrat había quedado embarazada y lo perdió, entonces Alejandro se encargó de buscarle una niña, para que la pérdida no fuera tan dolorosa. Se la regalé a ellos y firmamos un contrato de confidencialidad, para que no te lo dijeran a ti ni a nadie más —confiesa Don León.

—¿Y sabes cómo está ella? —pregunta Grettel, con esperanza.

—No, en realidad ni siquiera sé cuál de las hijas de los Peregin es Mía, porque ellos se fueron a vivir a otro país con ella y no los volví a ver más. Eso sí, ellos tienen una hija perdida, es la segunda de ellas -responde, con tristeza.

Grettel se pone de pie y camina hacia el jardín. Necesitaba estar sola. No podía creer que su propio padre le había hecho algo así.

Ya no tenía a su Dulce, la cual le hacía olvidar todo. Aunque no la había visto mucho antes de su muerte, ella pensaba que su Dul estaba en buenas manos, porque eligió a Christopher como esposo. Pero cuando le dijeron que murió porque este la había golpeado brutalmente, lloró. Lloró tanto por el sufrimiento de su hija y lo peor era que Christopher estaba libre, cuando debería estar pudriéndose en la cárcel.

Ese maldito infeliz.

Al parecer, todos los hombres son malos. Su padre es alguien sin corazón que regaló a su propia nieta y lo peor, le hizo creer que estaba muerta. Su esposo, el papá de Dulce, es un infeliz que solo piensa en dinero y aunque él se lo ha negado muchas veces, ella sabe que tiene una amante y que ya no la quiere. Y por último, Christopher Uckermann, un desgraciado que golpeaba a su hija y terminó matándola. Los hombres que conforman su familia son unas escoria, que no merecen vivir.

 Los hombres que conforman su familia son unas escoria, que no merecen vivir

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


IG: alannaroange

𝐍𝐨 𝐓𝐞 𝐏𝐮𝐞𝐝𝐨 𝐏𝐞𝐫𝐝𝐨𝐧𝐚𝐫 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora