Capítulo 8 - Realidad.

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–––8–––
Realidad.

El silencio reinaba en esos momentos. No sabía que decir, no sabía qué hacer. No estaba prestando demasiada atención a mi camino, me giraba cada dos por tres para verla a la cara. Ella sollozaba en silencio, exactamente no sabía por qué. ¿Por lo que le dijo el viejo papanatas? ¿Por “arruinar” la unión de nuestras empresas? La verdad lo último no me importaba, agradezco que no hayamos unido las empresas con ese viejo. Con personas así no me gusta encontrarme, ni mucho menos trabajar con ella.

– Este… Mira Liessel… – empecé intentando buscar las mejores palabras para consolarla, pero ella me interrumpió bruscamente, e hizo que me sorprendiera bastante.

– Para el coche.

– Liessel…

– ¡Que pares el coche! 

Me gritó mirándome a los ojos. Estaba verdaderamente llorando, sus ojos estaban rodeados de rastros de lágrimas y ellos me suplicaban auxilio.

La obedecí y aparqué el coche en una calle no muy transitada. Paré el motor y la miré. Ella se ocultaba tras sus mechones de cabello rubio, seguramente seguía llorando, necesitaba consolarla, necesitaba hacerla sentir mejor. Ella no merece nada de esto. No merece sufrir.

– Soy una idiota… – logró murmurar negando frenéticamente la cabeza, y cuando intenté negarle eso, para hacerla entender que estaba equivocada, abrió la puerta del coche, y salió sin decir ninguna palabra más.

Me sorprendió bastante que haya salido del coche, pensé que solo quería estar sola, así que me quede unos segundos en el coche para dejarla un momento a solas, pero Liessel se estaba alejando. ¡Se estaba alejando con paso decidido!

– ¡Liessel! – grité saliendo del coche y me apresuré para llegar tras ella. 

Ella haciendo caso omiso a mis gritos, seguía caminando hacia la nada. Cuando llegué junto a ella, la tomé por un hombro para hacerla girar y mirarme a la cara, pero ella intentó zafarse tan bruscamente que tropezó y cayó al suelo.

Maldije todo por dentro y me agaché para ayudarla, ella soltaba llantos, que desde donde estaba los escuchaba muy bien. Tenía que pararla. Me dolía verla así.

– Ya... Para... ¡Liessel! – estallé cuando ella no cooperaba a mirarme a los ojos.

Ella paró de moverse descontroladamente y me miró a los ojos. Sus fríos ojos verdes profundos me estaban fulminando, me lanzaba dagas imaginarias con su mirada. La verdad no entendía porque, no me gustaba verla así… Solo quería ayudarla.

– Tenías razón… – dijo llevándose una mano a la boca. – No sirvo para nada, soy una inútil. Lo he arruinado todo, ni siquiera sirvo para hacer apuntes. El señor Smith me ha perdonado muchos fallos a lo largo de nuestro tiempo trabajando juntos… Pero esta… – soltó un llanto. – Esta no me lo perdonará

Negaba lentamente con la cabeza mordiéndome los labios. Ella no tenía la culpa de nada.

– Tú no tienes la culpa de nada… – intenté consolarla pero ella me fulminó con la mirada, como si la hubiera insultado.

– ¡No seas hipócrita! – me espetó levantando la barbilla. – Tú me dijiste antes de entrar al restaurante que no lo arruinara, y lo arruiné. Ganaste… – dijo dando unas palmadas. –Pero no me digas ahora que no es mi culpa.

– Yo… No quise decir eso

– ¿Y entonces qué? ¡Estas siendo patético!

– ¿Y qué quieres que te diga, eh? – estallé levantando la voz, junto con las manos. – Es tu culpa, todo esto es tú culpa. Arruinaste la unión de las empresas, arruinaste la oportunidad de que mi relación con mi padre mejore, arruinaste lo que podría ser mi llegada tranquila a este país. ¡Lo arruinas todo! – las palabras salían incontroladamente de mi boca, citando cada cosa con un dedo. Demonios, necesito clases de paciencia urgente. – Lo único que pudiste haber hecho para remediarlo, era acostarte con el viejo ese…

Y cuando me di cuenta de la estupidez que acababa de decir, su mano se estampó con fuerza en mi mejilla izquierda.

Era un idiota.

Cerré los ojos con fuerza como único medio para aguantar el ardor que sentía la piel de mi mejilla en ese momento. Maldije todo lo que pude dentro de mi cabeza, y cuando me digne a abrir los ojos y enfrentarla, ella tenía los ojos abiertos como platos y con su ceño fruncido, dejando al descubierto la profundidad de sus ojos matándome por dentro.

– Lo siento… No quise…

– ¿Por quién me tomas, Ryan? 

Y entonces siguió caminando sin darme oportunidad de disculparme. Era increíble como siempre lo arruinaba todo. Mi padre siempre me lo dijo. No sirvo para nada, ni siquiera para consolar a una muchacha tan dulce. 

Me giré mirando al cielo, las estrellas estaban más deslumbrantes que muchas otras noches, y me parecía raro, ya que estábamos en medio de una ciudad con mucha contaminación lumínica. Era hermoso, las estrellas, junto con la luna daban un aire acogedor, un aire tranquilo.

 Más tarde que nunca bajé nuevamente la mirada buscando a Liessel, pero ella ya se encontraba como al final de la calle. Me había quedado mirando a las estrellas demasiado. 

Negué con la cabeza y empecé a trotar hacia ella. Cuando ella llegó a una esquina un hombre se abalanzó hacia ella dejando al descubierto una navaja.

Mi corazón dio un vuelvo, y fue increíble como mi garganta se secó en ese momento. En serio… ¿No son demasiadas cosas, destino?

Alcé las manos en son de paz hacia el hombre, y cuando él se dio cuenta tomó a Liessel como un escudo y la puso entre nosotros dos. 

Amenazaba en apuñalarla si diera un paso más. Dios, que no le pase nada, por favor. La piel de mis brazos, junto con la de mi nuca se erizó al instante. Ella no tiene la culpa de nada. No soportaría si algo le pasase estando conmigo.

– ¡Todo lo que tienen! –dijo el hombre en portugués, pero lo entendí sin ningún inconveniente.

Asentí y vacié todos mis bolsillos de mi cartera y mi móvil. Las arrojé al suelo a un costado de nosotros. Liessel hizo lo mismo que yo: tomó su cartera y su móvil y la arrojó junto a mis pertenencias.

 El hombre pareció pensarlo, pero acabó arrojando a Liessek por mí, tomó las cosas y salió huyendo.  

Acogí a Liessek por los hombros y la pegué a mí, mirando la profundidad de sus ojos verdes oscuros.

– ¿Estás bien?

Logré preguntar luego de unos segundos mirándola a los ojos. Ella estaba temblando, y tenía sus cabellos rubios alborotados en su frente. Tomé coraje, y lentamente sacaba mechones de cabello que estaban desparramados por su frente. Lentamente Liessel dejaba de temblar, sintiéndose protegida en mis brazos. 

Cuando su frente no tenía más mechones que estorbaban su vista, bajé la mirada a sus labios, ella se tensó al momento, y cuando pude notar su nerviosismo solo por lo que hice, levante una sonrisa burlona y la miré a los ojos diciéndole:

– Espero que esto no sea una broma tuya.

¿Para Siempre?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora