16- Carta

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Ryan:

Ya había pasado una semana entera desde que había entrado al hospital, y había mejorado mucho. Podía ponerme de pie y dar unos pasos sin caerme, además de que había podido empezar a comer comida que no era del hospital.

Mi estómago y cabeza habían dejado de dolerme, y no me había aburrido ni un segundo con la visita de Max, Tess, Alex, pero también la profe y algún que otro compañero de clase.

Lo más raro era que, durante todo ese tiempo, no vi ni por un segundo a James. Lo había buscado en diversas ocasiones, pero me rendí, ya que seguramente se había ido por unas horas a otro lugar más importante.

Ya había recogido todas mis cosas del cuarto y mis amigos me habían hasta comprado dos bastones ortopédicos, por lo que podría caminar mucho más sin perder el equilibrio.

Pero cuando quise probarlos por primera vez no pude hacerlo, ya que alguien se interpuso...

—¿Estás listo, Ryan? —preguntó papá, mientras me cargaba en sus brazos.

—¡Papá, ya no soy un bebé! —me quejé, sonrojándome.

—Pero si siempre serás mi pequeño bebé —me informó papá, mientras que mamá asentía, los bastones en sus manos—. No deberías sentirte avergonzado por esto.

Suspiré con molestia mientras que Lea cargaba su mochila encima de su hombro. Al instante, un enfermero llamó nuestra atención, haciendo que papá se parara de golpe.

—¿Esto no es tuyo? —me preguntó, tendiéndome una hoja doblada en dos.

—¡Gracias, doctor! —le agradeció Lea, agarrándola y lanzándola sobre mi regazo— Ahora caminen, estar una semana en el hospital me enfermó.

—Debería ser yo quien dijera eso —sonreí, mientras guardaba la hoja en mi bolsillo sin darle importancia.

Salimos del hospital y papá me depositó en el auto antes de ponerme el cinturón de seguridad y cerrar la puerta. Lea subió por el otro lado, y en menos de un minuto ya estábamos de camino a casa.

Cerré los ojos, sintiéndome exhausto después de pasar la noche entera jugando y viendo tele con Tess, Max y Lea. Mis ojos empezaron a pesar, y al instante me quedé dormido.

Cuando desperté, noté que mágicamente me encontraba en mi cama, tapado y con las cortinas cerradas. Le eché una mirada al reloj en mi mesita de noche y noté que ya eran las tres de la tarde.

—Debería arreglar mi sueño de nuevo —susurré, sentándome en la cama y sintiendo un débil dolor en el estómago—. Si sigo así me terminaré transformando en un búho o en un murciélago.

Agarré mis bastones y me puse de pie con dificultad antes de suspirar con alivio y empezar a caminar con lentitud hacia el salón para después pararme en seco y mirar de manera ofendida lo que estaba frente a mí.

—¡Claro, y sólo a mí se me olvida que mi cuarto está en el segundo piso y que necesito bajar las escaleras! —suspiré, molesto.

Di el primer paso, pero al instante Lea salió de la cocina y me miró con una sonrisa enorme en la cara. Esta empezó a subir con rapidez las escaleras, alcanzándome.

—Estoy feliz de que te hayas despertado —sonrió, emocionada—. Ya hice el almuerzo, así que ven a comer.

Lea pasó mi brazo sobre su hombro antes de empezar a ayudarme a bajar las escaleras.

Cuando finalmente llegamos abajo, le agradecí para dirigirme solito a la cocina.

Dos platos ya estaban posados en la mesa, más un vaso a su lado. Me senté en la silla más cercana, mientras que Lea me vertía jugo de naranja en mi vaso y dejaba un poco de pizza en mi plato.

Mi Fantasma MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora