Sabía que no debía estar quejándose, eran escasas las posibilidades de hallar un trabajo a tan solo siete días de haberse quedado sin uno, y él había tenido ese privilegio.
Incluso así, no podía evitar pensar en todo lo que implicaba aquel cambio. Thury's era un pequeño y rústico restaurante todavía en proceso de inserción en el mundo gastronómico. Lejos estaba de las altas propinas y los comensales trajeados. La clientela era habitual, sobre todo puntual. Si se lo proponía, podía memorizar las caras y horarios de cada persona que ingresaba al local.
Aquello, sumado a la rapidez con la que recorría el espacio a la hora de higienizar, hacía que cuente con abundante tiempo libre para avanzar en sus estudios atrasados.
Sin embargo, su sueldo había descendido considerablemente. Su nueva situación económica ponía en riesgo el sustento de dichos estudios y el alimento que ingresaba en su hogar cada día. Además, no podía dejar de sentirse culpable de haber provocado el mismo destino en Niall, quien por ser chef continuaba ganando más que él, pero sin dudas mucho menos que con anterioridad.
Niall, con su alegría infinita y sueños intactos. Su amigo era la razón por la que él estaba allí hoy. Joe, el hijo del dueño de Thury's, se formó en el mismo instituto gastronómico que Niall y no dudó en abrirles sus puertas ni bien supo de la situación en la que se encontraban. Louis era un simple mesero, bien podría seguir en la calle si no fuera por él.
"Volveremos a estar bien", susurró Niall en su oído cuando lo abrazó para darle la noticia.
Sabía que lo estarían, lo que le dolía era pensar que el nuevo comienzo se debía a su estúpida idea de enamorarse. Porque estaba seguro que si él no hubiera cedido con aquella relación, nada de esto habría sucedido.
El sonido de la puerta al abrirse lo devolvió a la realidad. Eran las nueve en punto y se trataba de dos figuras masculinas y una femenina. Reconoció con rapidez a las tres personas, Joe lo había puesto al tanto. Trabajaban en la estación radial ubicada en la esquina y cenaban todas las noches allí. Louis tenía tres cervezas en el congelador esperando por ellos. Fue en su búsqueda y cogió una abundante ración de papas fritas en el camino.
Regresó dispuesto a tomar sus pedidos y los halló sentados en los taburetes de la barra.
—Buenas noches, ¿qué podemos ofrecerles hoy? —cuestionó, entregándoles la bebida.
Agradeció que las tres hamburguesas fueran iguales, no llevaba consigo su anotador y lo único que le faltaba era equivocarse con los pedidos de clientes habituales.
No se sorprendió cuando Joe lo recibió con el pedido ya listo, argumentando que recordaba lo que consumían los jueves.
Se sentía incómodo parado del otro lado de la barra sin nada más que hacer además de oír su conversación. Discutían sobre un tema a tratar durante una emisión temprano en la mañana. La chica estaba de acuerdo con el moreno, quien creía que lo adecuado era hablar de amor. Y Louis no tenía pensado abrir su boca, pero entonces el chico de alocado cabello castaño decidió hacer a un lado la comida y dar su opinión.
—¿Amor? ¿Están bromeando? Nadie en su sano juicio desea comenzar el día con un extraño hablando cursilerías. Las mañanas son un dolor de huevo por sí mismas, no queremos hacerlos cambiar de estación.
Aquellas habían sido sus palabras y Louis deseaba aplaudirlo, pero creyó que utilizando el habla mantendría su dignidad.
—Coincido, el amor apesta —gruñó cruzándose de brazos.
Las tres miradas se posaron en él, haciéndole notar lo maleducado de su accionar. Acababa de interrumpir una conversación ajena, que no debía estar escuchando en primer lugar. Balbuceó incoherentes disculpas, refugiándose en el viejo truco de agachar el rostro, como si aquello hiciera que el momento sea olvidado mágicamente por las demás personas.