—¿Té y galletas recién horneadas por tus pensamientos?
Louis desvió su cabeza al sonido de la voz. Se hallaba demasiado agotado para girar el cuerpo entero.
Joe estaba de pie a su lado. Una sonrisa amable pintaba su rostro.
—Creí que era un penique —intentó bromear en respuesta.
—Supuse que un té ayudaría a vencer el frío —dijo Joe encogiendo sus hombros—. Ven, Louis, siéntate.
Accedió a la invitación y dejó a un lado los elementos de limpieza. Realmente hacia frío y aquel había sido un largo día de trabajo.
—Amo ver crecer el lugar, pero todavía no estoy listo para perder las noches tranquilas —Joe rio nostálgico.
—Es un sitio cálido, no creo que pierda la tranquilidad —aseguró dando una rápida mirada a su alrededor.
—Lo es, sin embargo, no te senté aquí para hablar de mi restaurante. Háblame de ti.
—¿De mí? —cuestionó confundido y escondido tras su taza de té.
—Suelo ser muy observador, Louis. Un día te ves increíble y al otro estás fatal.
—Oh... ¿Tan mal me veo? —llevó las manos a su rostro en un intento de ocultar todo aquello que estaba mal.
—No, no —aclaró apresurado—. No me malinterpretes, eres precioso. Hablo de tu ánimo.
—¿Por ánimo te refieres a ojeras, cierto? —cuestionó risueño, procurando con ello pasar por alto su halago.
Había puesto todo su esfuerzo en arreglarse aquella mañana. No le sorprendía, de todas maneras, verse en malas condiciones. Su cuerpo resistió largas clases teóricas a primera hora en la universidad, por lo cual no llegó a oír el programa de Harry. También estaban los kilómetros caminados en entregar pedidos, los clientes malhumorados que descargaban sobre él sus frustraciones, las incómodas zapatillas lastimando sus pies, las facturas por pagar y la llamada de su madre recordando que debía hablar con las niñas porque lo extrañaban.
Además, se sumaba su noche sin dormir, desvelado por culpa de dos ojos verdes que lo tenían hipnotizado.
—Cuando tienes tu mirada, nadie se fija en lo que hay debajo de ella, créeme. ¿No me dirás, verdad? —insistió Joe.
Negó, ocultando su rubor en un nuevo trago de té.
—Estoy bien, Joe, gracias por preocuparte —le sonrió sincero. Pocas veces alguien se interesaba en su bienestar—. Paso mucho tiempo estudiando, supongo. Debo aprobar cada examen final de aquí en adelante, si quiero recibirme pronto.
Su atención se desvió al trío de personas tomando asiento sobre la barra. Quizá sí estaba tan mal, porque creyó ver a Harry ladear una sonrisa en su dirección y eso no podía ser posible, seguramente era su deseo creando fantasías para él.
—En verdad me gustaría saber a dónde se van tus pensamientos —La voz de Joe, cargada de mesura, lo trajo a la realidad.
—L-lo siento, yo... ¿Qué decías?
—Me preguntaba si estabas comiendo y durmiendo lo suficiente. Siempre puedes pedirme los días que necesites para ordenar tus tiempos.
—Gracias, lo tendré en cuenta si es que ello te deja más tranquilo —se removió incómodo en su silla. Era incapaz de concentrarse en algo que no sea el hombre a metros de él.