4.

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Jenna.

Observo la calle desde la ventana de mi consultorio al tiempo que bebo de una taza de té. Allá fuera está el frío haciendo de las suyas, al igual que se ha impregnado en mí. Llevo semanas sin poder conciliar el sueño, todo debido al escape de el Sr. Powell. Aún no comprendo cómo es que acepté ser participe de su caso. Es un hombre con trastornos muy graves, es un peligro para todas las niñas que caminan tranquilamente en busca de sus sueños. El hecho de pensar en que vuelva a cometer las atrocidades que me contó, un frío me hace temblar cada fibra de mi ser. He estado muy paranoica, y quizás estoy exagerando; pero sus ojos, esos ojos de diablo los veo en todas partes. Sus palabras son ecos que se reproducen en mi cabeza a cada instante y su dominante silueta, es una sombra en las oscuras noches, donde él es el causante de que no pueda tener un buen descanso.

Tener miedo de lo que llegue hacer aquel monstruo es algo que no me deja vivir tranquilamente, quizás si no hubiera sugerido que lo internaran en una clínica psiquiátrica, quizá estuviera encerrado, y no acechando desde las sombras a las adolescentes. De algún modo me siento culpable por lo que ha sucedido. En mis años como psicóloga, nunca había visto un caso de semejante magnitud. He indagado, y aún no hallo el trastorno mental de Ángel Powell. Qué de ángel, no tiene absolutamente nada.

Ese hombre está jugando con mi mente y he caído en su intrigante proceder.

— Dra. Prince — grito soltando la taza de mis manos. Estoy sumamente nerviosa y es algo muy notable. Hago puños mis manos para que el abogado Royce no note mis temblores —. Lamento haberla asustado, pero toqué varias veces y no hubo respuesta, así que decidí pasar.

— Abogado, no se preocupe. Estaba totalmente distraída en el paisaje que no escuché sus llamados — giré para sentarme en mi silla, con el corazón a mil —. ¿A qué debo su visita? ¿Ya hay algo de información del paradero del Sr. Powell?.

Negó con una sonrisa ladeada.

— No vine a hablar de trabajo, Dra. Prince. Vine a invitarla a cenar, ¿gusta? — se me quedó viendo con ojos brillantes, y asentí con una sonrisa. El abogado es un hombre que me ha hecho despertar de esa solitaria vida sentimental que llevaba.

— Sí, claro — me coloqué el gabán y agarré mi bolsa para salir con el abogado —. Gracias por la invitación, abogado Royce.

— Dime, Davis, por favor. El que debe agradecer soy yo, por haber aceptado salir conmigo — al llegar a su auto, sentí una mirada cargada a mis espaldas que me hizo mirar hacia todos lados. De nuevo el miedo se hace presente en mí. Me siento perseguida —. ¿Todo bien?.

— Sí, Davis — subimos en el auto y partimos hacia un restaurante algo cercano del edifico.

Hace mucho no me sentía así de bien en compañía de un buen hombre; elegante y caballeroso, pero sobre todo muy respetuoso. La charla me hizo reír bastante, hasta que un par de ojos cafes se cruzaron a mi vista. No podía creer lo que estaba viendo, su mirada estaba fija en mí; con ella me decía lo mucho que odiaba verme en compañía de alguien más. Por alguna razón, me levanté y traté de buscarlo cogiendo por el mismo pasillo por donde se había ido. Mi corazón estaba como loco dentro de mi pecho, tratando de asimilar la presencia del Sr. Powell en un lugar público. ¿Me estaré enloqueciendo? Me cuestioné, frenando mis pasos en el pasillo que daba hacia la cocina. Lo tengo tanto en el pensamiento, que ya estoy viendo alucinaciones de su persona.

— ¿Estás bien, Jenna? — inquirió Davis llegando a mi lado y tomando mi mano suavemente —. Estás pálida y fría, ¿te llevo a un hospital?.

— No, no hace falta. Estoy bien — mentí, no quiero provocar un cierre del establecimiento sin tener la plena seguridad que sea él —. Lo siento, volvamos a la mesa, ¿sí?.

— Vamos — sonreí nerviosa, apartando la mano suavemente. En cuestión de segundos me ruborizé ante su sonrisa atractiva —. Si te sientes mal, me dices, ¿vale?.

— Claro — quité la mirada de la puerta y volvimos a la mesa. Lo que quedó de cena, no tuve paz ni tranquilidad. Sus ojos furiosos me estaban quemando la piel, y por más que lo buscaba con la mirada; nunca lo hallé.

Debo tomarme un par de días lejos del caso Powell. La psicosis de que él aparecerá en cualquier momento en mi oficina o en mi casa, me tiene muy mal de la cabeza. Ya no puedo pensar claramente.

— Muchas gracias por traerme a casa, Davis. No quería ir más al consultorio, necesito descansar un poco — apagó el motor del auto, y sonreí quitándome el cinturón de seguridad.

— Recuerda que si te sientes mal puedes llamarme. Vendré a la hora que sea — asentí con la cabeza —. Gracias por cenar conmigo, Jenna. Ha significado mucho para mí, ¿no sé si gustes que se vuelva a repetir?.

Lo miré y asentí. Ambos sonreímos, y antes de bajarme del auto; dejé un beso muy cerca a sus labios. El corazón se me alteró, debido a mi atrevimiento, pero quiero que se dé cuenta que estoy lista para dar un siguiente paso con él. Después de todo, llevamos meses hablando como buenos amigos. Sería un buen momento para empezar una relación con alguien  Llevo años dedicándome solo a mi trabajo.

— Adiós — me despedí con una mano desde la puerta, y entré quitándome los tacones —. Necesito ducharme...

Quité el gabán y lo dejé en el gancho. Una sombra sentada en el sofá, me sobresaltó enormemente. Su figura ancha y recta, me causó un escalofríos por toda mi espina dorsal. Mi corazón se quedó ahogado en mi garganta, y no tuve tiempo de reaccionar hasta después, que el Sr. Powell, se paró frente a mí.

— ¿Por qué me haces esto, mi amor? — susurró, su voz dolida y aterradora reclaman algo que no comprendo —. Tardé en venir por ti, pero ahora ya estoy aquí. Dime que me amas, y olvidaré la cena y las miradas coquetas, que le has dado a mi abogado.

— Sr. Powell... — susurré, su mano derecha se levantó lentamente y la detuvo a pocos centímetros de mi rostro. No estaba alucinando, efectivamente era él, en el restaurante —. ¿Qué hace aquí? Entréguese a las autoridades...

— Shhhhh, no sigas causándome más dolor con tus palabras — desvió la mirada por pocos segundos, y cuando la volvió a mí, sus ojos y su expresión era una totalmente diferente —. He venido por ti, muñeca preciosa. ¿Acaso creíste que te dejaría libre después que puse mis ojos en tu pureza? Hasta que no me alimente y te haga pagar el daño que le has causado a Ángel, no te dejaré, mi amor. Eres nuestra, hasta la eternidad.

Mr. Powell[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora