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Dejé de llorar minutos después. Tengo una oportunidad de poder llegar aunque sea hasta el auto, quizás y esté de suerte y pueda encontrar algo para poder salir de este lugar. Seguí arrastrándome lo más rápido que pude, mis piernas no tienen sensación alguna y se me es imposible y agotador arrastrarme. Enterré las uñas en las tablas de madera y me abalanzé lo más que pude. No avanzaba mucho pero debía hacer el intento. Los gritos de la niña eran más ahogados y roncos. Resiste pequeña, juro que te sacaré de aquí. La piel se me puso de gallina, y el corazón me bombeó fuerte al instante que llegué a la puerta principal. Unos cuantos metros más y llego al auto.

— Vamos, Jenna. Tú puedes — me sostuve del marco y logré elevar medio cuerpo, lo cual fue suficiente para poder abrir la puerta —. Un poco más.

Tomé un poco de aire y seguí arrastrándome. Bajé los dos escalones que hay en la parte delantera de la casa y me aguanté de una rama que sobresale de la tierra para seguir mi camino. No escuché el llanto y me preocupé pensando lo peor. Pero el grito que dio me estremeció el alma. Ha de estar torturando a esa pequeña inocente. El sufrir de ella me brindó toda la fuerza hasta que llegué al auto. La piel de mi vientre arde por los raspones generados, pero no me importa, vale la pena soportar el dolor con tal de salvar dos vidas.

Levanté el cuerpo y estiré la mano lo que más pude. La camioneta es demasiado alta y no alcanzo. Hice el esfuerzo de estirar mi brazo otro poco más hasta que alcancé la perilla. Sonreí al abrir la puerta por completo.

Las llaves están pegadas en el auto, fue lo primero que vi en e instantáneamente empecé a escalar para subir en el. Mi cuerpo quedó a mitad cuando escuché el furioso grito de Ángel.

— ¡A dónde crees que vas, dulcecito! — gritó y me apresuré a subir en el auto —. ¡De aquí te vas a ir pero muerta, maldita!.

Subí por completo y me acomodé girando la llave para encenderlo. La adrenalina está viva por mis venas. Lo miré acercarse rápidamente con las manos y parte de sus brazos ensangrentados.

Maldición. Perdóname pequeña.

— Vamos, prende — el motor rugió y cerré la puerta echando reversa con el cambio de mano.

— Abre la maldita puerta, Jenna — golpeó el vidrio con fuerza. He sido más rápida y alcancé a echar seguro en la puerta —. ¡Qué abras, maldita sea! ¡No juegues con mi paciencia, Jenna!.

— ¡Vete al maldito infierno, Powell! — grité inclinándome hacia el frente. Con la mano izquierda alcancé el acelerador y con la derecha tiré de la palanca; el auto se puso en marcha hacia atrás.

— ¡Jenna! — golpeó el vidrio nuevamente, giré bruscamente hacia su dirección y no lo escuché más —. ¡Te voy a matar, pequeña zorra!.

— Si muero vienes conmigo, hijo de puta — volví a pisar el acelerador con la palma de la mano y el auto se puso en marcha esta vez hacia delante.

— ¡Sirves para mierda, Jenna! — se burló.

— Maldita sea — mi pecho sube y baja con pesadez. Esto es demasiado difícil de hacer.

Me incorporé en el asiento fatigada y cansada. Rodeó el auto y la sonrisa maliciosa que me dio me erizó la piel. Abrí la guantera en busca de algo con que defenderme, y hallé un teléfono.

— ¡Ábreme, mi amor! — no voy a caer en ese juego de cambio de personalidad. Él sabe usarla y sacar a flote la que mejor le convenga —. Hablemos, mi reina. ¿Sí?.

El único número de teléfono que se me vino a la cabeza fue el del hombre que contraté para dar con el paradero de Powell. No sé cómo me acordé de él. Al segundo tono, agarró la llamada.

— ¿Sí?.

— Salvador, por favor ayúdame. Soy Jenna — Ángel empezó a golpear más fuerte el vidrio del auto mientras gritaba furioso desde fuera.

— ¿Jenna Prince? La doctora — agarré un destornillador y lo guardé en medio de mis senos.

— Sí, esa misma. ¡Ah! — grité al sentir el fuerte impacto de una piedra contra el cristal —. ¡Ayúdame!.

— ¿Dónde estás? Dame tú ubicación, llamaré... — el vidrio en pedazos cayó en mi rostro, piernas y parte de mi brazo causándome leves cortes.

— ¿A quién le hablas? — tiré el teléfono al otro asiento y su brazo me apresó por el cuello fuertemente —. Te va a salir muy caro este jueguito que has hecho. Sí querías diversión, me hubieses dicho antes, mi amorcito — respiró en mi oído apretándome con mucha más fuerza.

— S-sueltame — susurré con el poco aire que me llegó a los pulmones.

— Querías mi atención pues ahora la tienes, mi reina. Aún no comprendo cómo es que no estás muerta. O tienes pacto con el diablo o tango te gusta la manera tan cariñosa en la que te trato — rasguñé su brazo en busca de aire. El corazón late muy rápido y fuerte dentro de mi pecho —. Eres patéticamente bruta, Jenna. Así Ángel deje de hablarme, hoy te mataré y pondré fin a esta situación de mierda que ya me tiene cansado. Estaba siendo paciente y muy benévolo contigo, pero a la primera dada de espalda y te clavan el puñal muy profundamente.

Me soltó y tosí violentamente recuperando el aire que me fue robado de los pulmones. Lo siguiente que sentí, fueron sus brazos cargándome de nuevo hacia la casa. Por lo menos alcancé a realizar la llamada; así sea muerta, pero van a dar conmigo.

— Hazle compañía a la florecita, mi amorcito — me tiró en la cama junto a la niña quien lloraba en completo silencio totalmente cubierta de sangre —. No me demoro nada, mis joyitas. Traeré los instrumentos necesarios para que la estadía sea mucho más cómoda y tranquila.

Salió por la puerta dejándonos encerradas en la habitación. El corazón se me partió al verla así de mal. Envolví mi mano en la suya, y levantó la cabeza mirándome con esos bellísimos ojos reventados e inflamados.

— Te prometo que te voy a sacar de aquí — negó con los temblores presentes en su cuerpo —. Confía en mí.

Mr. Powell[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora