15.

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El odio envenena el alma. La vuelve presa de un sentimiento irreparablemente incurable.


— Aún estás a tiempo de entrar en razón, princesa — inquirió Davis manejando hacia la casa de campo que compré hace varios días atrás para la ocasión —. Esta sedado. Podemos llevarlo tranquilamente a la justicia. Esta vez no escapará.

Mi corazón y mi alma están nublados por la oscuridad. Un año, y ahora que lo tengo en mis manos no dejaré que vaya a la cárcel a dormir tranquilamente y comer sin ningún tipo de preocupación, mientras muchos vivimos el infierno de sus huellas.

— No lo voy a matar, si es eso lo que te preocupa — aseguré viendo su cuerpo tendido en el asiento trasero. No me generó absolutamente nada al verlo. Su presencia hace que el odio crezca en mi corazón.

— Jenna... — suspiró resignado. Más que nadie sabe que debo sacar de mi alma esa oscuridad —. No sé sí esto sea lo correcto...

— Solo conduce y en cuanto lleguemos puedes irte. No es necesario que te quedes conmigo — respiró profundamente, pero no respondió más nada.

El resto del camino la impaciencia se expandió por todo mi cuerpo. No veo la hora de poder tenerlo a mi entera disposición. Quiero ver cada una de sus lágrimas de sangre llenar mi alma y corazón. Él me convirtió en una mujer sin sentimientos, y es que, el hecho de recordar todo lo que pasé, la rabia, la ira y la necesidad de venganza me nubla la mente.  Al llegar a la casa Davis adentró el auto en el garaje, y fue quien me ayudó a encadenarlo en el suelo del  mismo.

— Ven, Jenna — me tomó por sorpresa alzándome en sus brazos, una vez terminó de encadenar a Ángel de pies y de manos —. No deberías hacer muchos esfuerzos. Puedes lastimarte.

Nuestros rostros quedaron muy cerca. Suavemente me sentó en un silla y se quedó viendome por unos instantes. Sonrió tierno, cosa que me sorprendió. Se acercó muy lentamente y cerré los ojos al sentir sus labios sobre los míos. Nada me importó en ese momento. Sus labios me estaban diciendo que estaría conmigo sin importar qué. Su beso fue mucho más profundo y apasionado que cualquier otro, robándome todo el aliento en el. Mi corazón se aceleró hasta golpear con el suyo. Davis es mi ángel, es ese hombre que me brinda paz y tranquilidad. En sus labios y en sus fuertes brazos podría olvidar todo y dejar esto atrás, pero el grito envenenado de un demonio nos hizo separar de golpe dañando mi burbuja.

—¡No la toques! ¡Ella es mía! — estoy viendo un hombre muy diferente al que recordaba. Su pecho subió y bajó pesadamente, al centrar sus ojos de diablo en mí —. Tú — me miró fijamente —, a ti voy a cocer la boca por besar a otro hombre. ¡¿Acaso no te quedó claro que solo me perteneces a mí, maldita?!.

— Deberías calmarte un poco, Jeremías — respiró como toro listo para atacar —. Cómo ves, no estás en posición de reclamar algo que no es tuyo. Ahora bien, ese no es el tema importante y lo que nos trae hoy a encontrarnos aquí. ¿Me extrañaste? Porque yo no he podido olvidarte, Jeremías.

Se quedó en silencio por pocos segundos en los que no dejó de mirarme profundamente. Su mirada ya no me causa ningún miedo, es más, podría jurar que sus ojos solo muestran sorpresa y, ¿esperanza? No sé, pero después de tanto tiempo, su mirada indescifrable aún le acompaña.

— ¿Me extrañaste? — susurró confundido —. ¿Sí me extrañaste porque lo besaste?.

Empujé la silla de ruedas hacia él y se quedó viendome con gran detenimiento. Quedé tan cerca que su olor a hombre me inundó las fosas nasales. Nuestros ojos hicieron esa conexión y muy en lo profundo, algo irreconocible se encendió en mí.

— Te extrañé, Jeremías — negó con una sonrisa torcida —. Pero mucho más a ti, Ángel.

— ¿En serio?.

— Sí, confía en mí cuando te lo digo.

— Sueltame, no es necesario que me tengas así, mi dulce Jenna. Podemos hablar sobre lo que pasó y no concluimos — sonreí ladino —. Quítate esa máscara, quiero verte mejor.

— Hablemos un poco antes de mostrar mi rostro, ¿bien? — negó de inmediato —. Coopera, Angelito. Prometo que esta vez te daré lo que tanto quieres de mí.

— No me digas Angelito — tensó la mandíbula e incliné mi cuerpo hacia él. Tomé su barbilla con dos dedos y lo miré directamente a los ojos —. No quiero escuchar ese patético y ridículo sobrenombre de ti. Sueltame, quiero tocarte y hacerte mía — susurró.

— No te alteres, eso no es bueno para ti, Angelito. ¿Qué te parece si recordamos un poco los viejos tiempos? Aquellos donde yo no hacía parte de tu vida. Los mismos que marcaron y crearon un aberrante monstruo. ¿Qué tal sí mamá bien a cuidar un poco de su hijo descarriado? Al fin de cuentas eres igual a ella, e irás al mismo infierno a hacerle compañía. Entre eso y más tengo planeado para ti, Angelito.

— ¿Quién eres? Tú no eres mi dulce Jenna — frunció el ceño —. Dame a mí pura joyita y lárgate de mi vista antes de que pueda soltarme y acabar con tu asquerosa presencia.

Solté su rostro y me levanté de la silla de ruedas. Mis piernas temblaron un poco al poner los pies firmemente en el suelo. Quité de mi cuerpo el largo y oscuro gabán que suelo ponerme para salir a la calle. Solté mi cabello largo, y de a poco quité la máscara que cubre mi rostro. Sus ojos me observaron detalladamente cada centímetro de mi rostro y de mi cuerpo. Caminé hacia él, solo un poco. Hasta donde los pies me dieron, y agachándome a su altura, sonreí.

— Aquí estoy, Sr. Powell. Esto — me señalé —, aquí está la dulce Jenna para hacerte pagar una a una las asquerosidades que ha hecho. ¿Sigo luciendo hermosa para ti?.

— Eres mi más bella obra de arte, Jenna. Siempre serás la mujer más hermosa, vivaz y dulce que haya conocido — su respuesta me sorprendió pero no le demostré nada —. Esas marcas son las vivas muestras de amor que trazé en ti, mi amor. Luces bellísima y encantadora con ellas. ¿Por qué las cubres? No lo hagas más, amor. Te amo, mi dulce Jenna. Ahora sueltame y déjame darte un beso en ellas...

Mr. Powell[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora