14.

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Davis se me quedó viendo cómo si estuviera loca. No lo estoy, solo deseo acabar con el sufrir de muchas adolescentes. Anhelo que las jovencitas tengan oportunidad de vivir y seguir con sus vidas sin que una escoria ande tras sus pasos.

— No, Jenna. Déjame ayudarte — por más de que insista nada me hará cambiar de opinión —. No puedes manchar tus hermosas manos con la sangre de ese hombre. Deja que un grupo especializado se encargue de su captura. Esta vez no tendrá oportunidad de escapar.

Me sostuvo fuerte las manos y me dio una sonrisa tierna y sincera. Para mí no es fácil mostrarme ante él bajo la luz del día; aunque parte de mi rostro este cubierto con una máscara. Ha pasado días en los que ha vuelto a insistir, y no puedo negar que su apoyo me hace muy feliz. Después de todo ha mantenido su palabra de no dejarme sola.

— Él no merece seguir respirando, Davis — me atrajo a su cuerpo y me abrazó fuertemente —. No merece seguir respirando nuestro mismo aire.

— No comprendo tu dolor. No viví nada de lo que te tocó pasar estando bajo su poder. Pero el odio está dañando el hermoso corazón que llevas ahí dentro, princesa. Sé que vas a entrar en razón y no llegarás a cometer una locura. La mujer inteligente que conozco se ha nublado por el rencor. Si lo matas estarías volviéndote en una asesina al igual que él. ¿Estarías dispuesta a soportar años en prisión por la muerte de una persona? Tú más que nadie sabe la cantidad de años que te darían, Jenna. Piensa, recapacita y saca a esa persona que usa la cabeza para enfrentar las situaciones con calma y con razonamiento. Eres una gran psicóloga, que lastimosamente cayó en manos de un psicópata. No dejes que él te transforme en una mujer sin alma y corazón. Princesa, yo te prometo, es más; juro solemnemente por la memoria de mi madrecita, que Ángel Powell estará el resto de sus días en la cárcel.

Me quedé en completo silencio recapacitando sus palabras. Tiene mucha razón, pero ¿cómo le explico al alma que no actúe de mala manera? No hay como. Después de todo, estoy muerta en vida y no quedé viva para verlo tras las rejas, o quizás apele por sus trastornos. No pienso dejar que se vuelva a repetir la situación.

— Te agradezco mucho tus palabras, Davis — me acerqué para dejar un fugaz beso en sus labios y esa acción le sacó una sonrisa —. Para mí es muy importante lo que piensas de mí. Créeme que he luchado por no sentirme de esta manera, pero no puedo dar marcha atrás a mis planes. Sé que estoy cavando mi propia tumba, y puede que quizás nunca salga de ella. No obstante, lo llevaré conmigo al mismísimo infierno si es posible. Conozco a la perfección como llegar a él y pueda que me odies mucho más, pero es muy necesario que me ayudes a conseguir una chica hermosa. Te juro que nada malo le va a pasar.

Sus ojos se abrieron de sorpresa. Debo poner una carnada para atraparlo. No puedo aparecer ante él así como así. Pasó sus manos por el cabello y negó inmediatamente con la cabeza.

— Has perdido la razón, Jenna. No me voy a prestar para esas cosas. Mucho menos voy a poner en riesgo a una chica.

— Confía en mí, Davis. Sé lo que estoy haciendo — me volvió a mirar y negó —. Nada malo va a pasar con la chica. ¿Me crees capaz de permitirlo?.

— Sé que no, pero me estás pidiendo demasiado. Una cosa es apoyarte en una locura y otra muy diferente es ser tu complice; aunque de una forma u otra ya lo soy.

— Puedes irte, Davis. Desde un principio te dejé en claro mis planes. No te sientas en la obligación de quedarte.

Resopló fuerte y tomó su teléfono, e hizo una llamada alejándose un poco. Mientras él estaba hablando no sé con quien, fijé mis ojos en la pantalla; el Sr. Powell hablaba con una mujer. En su rostro no había ninguna expresión existente. Ángel habla desinteresadamente con ella, mientras ella sonríe coqueta y mueve sus manos tratando de llamar la atención. Verlo solo me causa más odio. Quiero hacerle lo que en mis sueños he mantenido por días y meses. No me hallo. Necesito marcarlo para siempre. Que sus ojos vean en lo que me transformó.

Los días pasaron rápidamente. Las terapias de movilidad me han servido mucho. Aunque no puedo caminar por mi cuenta, un par de muletas se encargan de dar pasos por mí. Ese maldito me destrozó todo por dentro. Simplemente estoy vacía. Nunca conoceré a mis propios hijos, pues los daños causados fueron de por vida. Le di las indicaciones a la chica que Davis había conseguido. El plan era sencillo. Mis padres no objetaron absolutamente nada y Davis seguía mis órdenes sin rechistar. Aunque nunca dejó de insistir para que entrara en razón. La misma razón es la que me dice que de Ángel Powell no deben quedar ni los huesos. Los pobres gusanos no deben porque comer de esa asquerosa carne.

— Ahí viene — avisé a la chica quien asintió con una sonrisa nerviosa —. No dejaré que nada te pase. Si te sientes entre la espada y la pared, solo le clavas la aguja en cualquier parte de su cuerpo. Pero asegúrate que todo el contenido quede en su cuerpo.

— Está bien — guardó la aguja entre su brazo y la tela de su buzo.

Bajó de la camioneta y caminó despreocupadamente por la acera contraría. El auto del Sr. Powell, venía lentamente, y la chica sacó la mano creyendo que era un taxi, según. Él se detuvo y tras cruzar varías palabras ella subió con él.

— Arranca — ordené a Davis quien negó poniendo el auto en marcha —. Ve a una distancia prudente.

— Esto no saldrá nada bien — frenó en seco tras el auto de ellos salir de la vía y quedar estampado en un árbol luego de pocos minutos.

Todo fue tan repentino que al bajarnos e ir rápidamente hacia ellos, me llevé una gran sorpresa al verlo con esos ojos de demonio inyectados en sangre, mientras su mano cubría su cuello.

— Mi dulce, Jenna. ¿Eres tú? — susurró viéndome a los ojos, antes de caer inconciente en el volante.

Mr. Powell[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora