11.

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Ángel.

Un mes después.

Camino tranquilamente por el ruidoso parque. Hay tantas familias en felicidad jugando en el, que el afecto y las muestras de cariño solo me generan asquerosidad y repugnancia por completo. Para mí nunca hubo ese amor de padres, supongo que el hecho de haber tenido una madre con esquizofrenia, me hace ser el hombre que soy ahora. Tal vez nunca llegue a encontrar esa persona que me ame por lo que en verdad soy. Cada una de ellas no me amaron por lo que les brindé, e incluso sus palabras aún siguen causando estragos en mi mente. ¿Por qué no querían entender que solo las quería amar? Bueno, solo a ella... porque el resto se dejó amar profundamente con todo mi ser: excepto, Jenna Prince. Su olor sigue impregnado en mí. La esencia de su pureza me acecha cada que cierro los ojos y veo la dulce imagen del día que se entregó incompleta a mí. ¿Le era tan difícil amarme? Sí tan solo no hubieran llegado de sorpresa esos policías, aún estaría disfrutando de su dulce amor. Esas palabras las necesito escuchar de alguna manera de su boca, pero es imposible, ahora está desde la eternidad amándome como tanto lo soñé.

Tomo asiento en una banca algo alejado de todos, y me dispongo a sacar de mi maletín un cuaderno y un lápiz. Los primeros trazos fueron de los árboles frente a mí, conforme transcurrieron los minutos, el dibujo fue tomando forma de una mujer. Una silueta delgada, de largos cabellos rizados, y una mochila colgando de sus hombros; observo detenidamente a la persona que dibujé, y en efecto, a mi vista hay una hermosa pelirroja, quien toma varias fotografías al paisaje. Su cabello vuela con el viento, e inmediatamente Jeremías se inquieta. La chica no debe pasar de los dieciocho años, e incluso me atrevo a decir que está en ese límite de edad.

Mueve la cabeza en varías direcciones, hasta que sus ojos se encuentran con los míos. Su entrecejo se arruga y casi con una cara molesta se acerca hasta quedar de pie frente a mí.

— ¿Podría dejar de observarme? — sonreí, y frunció los labios ligeramente —. No me deja concentrar para tomar las fotografías.

— Hola, ¿cómo estás? Bueno, mi pregunta está de más, visiblemente se ve la molestía en tu rostro — hace una mueca muy tierna —. La razón por la cual no te concentras en tomar las fotografías, es porque estás al pendiente de las personas que hay en tu alrededor. Primero, hay mucha bulla. Segundo, estás demasiado cubierta y el calor te está sofocando. Te recomiendo que vayas a lugares poco concurridos, hermosos y frescos. ¿Estás estudiando fotografía actualmente?.

Sus ojos mieles me observaron con gran detenimiento, y luego de un fuerte resoplido sus hombros se relajaron cosa que me hizo sonreír.

— Supongo que tiene razón — sus mejillas se tiñeron de rojo haciéndole resaltar esas hermosas pecas que las decoran —. Lo siento, mucho, Sr. Discúlpeme por ser tan grosera con usted.

— No te preocupes — sonríe tímida —. ¿Te gusta mucho la fotografía?.

— Sí, mis padres me han regalado está cámara por mi cumpleaños número diecisiete y acá entre nos, aún no la sé utilizar muy bien — sonreí.

— ¿Puedo verla? — duda por pocos segundos para asentir —. No sé mucho de cámaras, prefiero plasmar las imágenes en un papel. Pero de algo puedo servir. Disculpa mi ignorancia, me llamo Jeremías.

— Oh, Jeremías. Por supuesto — su risa me causó un ligero escalofríos en la espalda —. Soy Anabel, es un gusto conocerle.

— El gusto es mío, Anabel — se volvió a sonrojar y aparté mis ojos de sus bellas facciones. Me volveré loco si la sigo observando de aquella manera.

— ¿Estabas dibujando? — asentí con la cabeza, sin apartar mis ojos de la cámara —. Vuelvo a pedirle una disculpa, Jeremías. Creí que... bueno no importa.

Ladeé la cabeza a su dirección y la vi morder su labio inferior junto a un risa vergonzosa.

— ¿Qué creíste? — pregunté, la curiosidad me puede muchas veces. Además que Anabel ha despertado todo sentimiento de interés en mí.

— Eso ya no tiene importancia. ¿Puedo ver tus dibujos?.

— Sí, no hay problema.

Agarró el cuaderno y observó cada dibujo con una sonrisa en sus labios. El aroma de su dulce y suave perfume alteró cada uno de mis sentidos. Huele a ella, sus olores son muy parecidos. Cerré los ojos aspirando ese aroma que me idiotizó en el primer instante que lo percibí. Jenna se supo quedar impregnada en mi ser. El recuerdo de lo sucedido aparece como un rayo y respiro profundamente antes de volver a la realidad.

— Dibujas estupendo, en verdad que eres fantástico — mi corazón se aceleró al oír esas palabras —. Me gusta mucho este dibujo, ¿qué es? Tiene forma de una mujer...

Miré el dibujo de Jenna, aunque solo era medio rostro su imagen se ve claramentes si se observa a detalle.

— Sí, es una mujer — sus delgados dedos delinearon el contorno del dibujo, y el roce de sus dedos en la hoja me provocó a más no poder.

— Es muy hermosa su esposa — murmuró.

— Sí, realmente lo era — detuvo la mano y sin embargo no dijo nada más.

Entre una charla amigable poco a poco fui cazando a mi próxima chica. Anabel debía ser mía a toda costa. Su fluidez para entablar una conversación me sorprendió mucho. Parece una adulta, pero esa dulce expresión de vergüenza y ternura siempre se vio reflejado en su rostro. No obstante, mi dulce Jenna llega a mi mente para dañarme el momento agradable que tengo una chica preciosa. Su ojos me siguen por donde sea que vaya, y Jeremías tiene que tomar el control de mi cuerpo y mente para que Jenna no arruine nuestros planes.

— Ya está haciéndose de noche, debo volver a casa — miré el cielo, y sonreí.

— Yo puedo llevarte a casa, Anabel.

— No, no hace falta, tomaré un autobús.

— En la calle hay muchos peligros, en especial en las noches frías y oscuras. Por mí no tengo ningún problema en llevarte a casa, ¿qué dices?.

Se lo pensó por pocos segundos, para terminar accediendo.

— Está bien, Jeremías. Eres muy amable — sonreímos.

Oh, Anabel ¿Tus padres no te han dicho que no debes confiar en extraños?.

— Vamos, mi auto está muy cerca.

Mr. Powell[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora