Capítulo 2

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El sol entra a caudales por la ventana y mis ojos están anegados en lágrimas. Culpo al sol de ello y no al recuerdo de mi primer beso con Marius.

En los Reinos del Sol y la Luna, los días se miden en lunas. Doce lunas llenas forman un año. Dieciocho lunas han pasado desde que mis hermanos partieron a la guerra, siete desde que Daniv murió y Derko y Eidluk fueron capturados y cuatro lunas desde que Marius y yo nos hicimos una promesa que quince años después no hemos cumplido aún.

Desde aquella noche bajo nuestro cedro, Marius y yo tomamos la costumbre de robar comida de las cocinas de Carmen y tumbarnos por la noche bajo el nuestro cedro. De vez en cuando Maron y Dethvark nos acompañaban.

Esa noche, estábamos los cuatro comiendo galletas de avena y manzanas.

Durante el día, habíamos tenido una conversación interesante con Aralia, nuestra institutriz.

—Niños, el día de mañana llegaran invitados al Nido— dijo mientras me daba golpecitos en la espalda para que me parara derecha —será su deber hacer que se sientan cómodos aquí— una mirada severa a Dethvark para que deje de morderse las uñas.

—¿Por qué van a haber más visitas? —preguntó Maron ladeando ligeramente la cabeza con toda la inocencia de un niño de nueve años. Marius y yo, que éramos los mayores, sabíamos que posiblemente serían huérfanos de alta cuna huyendo de la guerra o niños de alcurnia cuyos padres libraban las batallas en el nombre de la Luna.

— Porque el Nido es un lugar muy solitario y ustedes necesitan compañía— lanzó una mirada nerviosa hacia Marius, esperando no haber tocado alguna fibra sensible. Marius ya no era el mismo chico que hace un año. Se había curtido física y emocionalmente.

—Wilhelmina, te alegrará saber que dos de nuestros invitados son las gemelas Hafen. Podrás aprender a coser y cantar con ellas, tengo entendido que Agatha es una excelente arpista— dijo Aralia con un dejo de esperanza en la voz. Detestaba que pasara más tiempo con un arco entre las manos que con las agujas para coser. Sé que Agatha y Circe Hafen en algún punto de mi temprana infancia, posiblemente antes de que llegara a mi quinto cumpleaños, vinieron al Nido. No albergo demasiados recuerdos de ello, excepto que hubo un gran baile en el que se anunció el compromiso entre Agatha y Daniv, y Circe y Derko. Y después de estar unas cuantas semanas como huéspedes, regresaron a Puerto Ithil. Por obvias razones, el matrimonio entre Agatha y Daniv nunca se concretó. Los Hafen son la segunda familia más poderosa en el Reino de la Luna, deben su poder a Puerto Ithil. Galeras mercantes arriban cada día, incluso galeras solares. El comercio hizo crecer una ciudad a su alrededor y quiénes la controlan, los Hafen.

—Y nuestro tercer invitado es Wulfric Tarkell, deberían incluirlo en su entrenamiento, niños— dijo Aralia arqueando una ceja en dirección a Marius, Maron y Dethvark. —Muy bien, continuemos con sus lecciones—.

Los Tarkell gobernaban en la ciudad más oriental del Reino de la Luna, Kaltdorf, lo más remarcable de esa ciudad era su frío extremo y sus habitantes y sus extrañas costumbres. En Kaltdorf, aún se creía en la magia, se dejaban tazones con leche en el alfeizar de la ventana para mantener contentas a las hadas, a plena vista tenían un montón de baratijas brillantes para mantener alejados a los duendes de los objetos valiosos y en lugar de sanadores, tienen a sus brujas que curan con la luz de la luna y las estrellas.

—¿Creen que ahora Agatha vaya a casarse con Derko? — preguntó Maron mordiendo una manzana.

—No seas, estúpido, Derko está comprometido a Circe— Dethvark le soltó un codazo a Maron.

—¿Entonces ahora Agatha está comprometida con Eidluk? —dijo Maron levantando un brazo por si se aproximaba otro codazo.

— No lo dudo, a Percival le conviene mantener contento a lord Hafen— intervino Marius.

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