Capítulo 4

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Escucho a un guardia hablar con alguien más, posiblemente su relevo. Siempre hay un guardia detrás de la sólida puerta de roble que me separa del resto del mundo. Un par de veces intenté hablar con los guardias, intentar sacarles algo de información, o mejor comida o simplemente alejar el aburrimiento. Pero nunca ceden. Las únicas voces que he estado escuchado desde hace no sé cuánto tiempo, son los dos guardias cuando cambian de turno. No conozco sus nombres, pero los distingo por la mano que dejan ver cuándo me pasan mi plato de comida. Uno de ellos tiene pecas en su mano, así que lo llamo "Pecas", y al otro le hace falta el dedo anular, así que lo llamó "Anular". No es difícil distinguirlos viendo sus manos.

Pego mi oreja a la gruesa puerta de roble de mi celda cuando escucho el cambio de turno y como siempre, no logro descifrar los murmullos que Pecas y Anular intercambian, ojalá hablaran un poco más fuerte. Me aterra saber lo que me espera, pero me aterra aún más saber qué fue de mis amigos y hermanos.

Intentar escuchar conversaciones secretas a escondidas me traen recuerdos de Agatha, Circe, Marius, Wulfric, Dethvark y Maron. La culpa me consume de nuevo y la poca energía que me motivaba a intentar escuchar qué sucede más allá de estas cuatro paredes me abandona y me dejo caer en mi catre, mirando a al techo de cristal cubierto, dónde ninguna luna me devuelve la mirada.

Circe y yo esperábamos a Agatha en su habitación. No veíamos la hora de que regresara. En los últimos meses, Wulfric había despertado cierto interés en Agatha y Agatha en él, más allá de su apuesta. Pero todas las veces que se veían, había un chaperón y hoy sería la primera noche en qué se verían a solas.

Wulfric tenía un rincón en los jardines en los que hizo su propio jardín, con brotes de plantas que trajo de Kaltdorf e incluso con pequeñas estatuas de piedra que representaban a los seres de la naturaleza que adoraba. Wulfric había logrado traer un pedacito de Kaltdorf hasta el Nido.

Eventualmente Circe se rindió en la apuesta, no por falta de ganas. Si no por su hermana, algo real había nacido entre la vanidosa Agatha y el extraño Wulfric. Aunque a Circe le gustan recordar, que Agatha aún no ganaba nada. Dos años dándose regalos, conviviendo todo el día, roces innecesarios durante sus entrenamientos y ni siquiera un beso se habían dado. Me sorprende de Agatha, ella y su hermana son las personas más atrevidas que he conocido, en cambio Wulfric, bueno, el valor de Wulfric acababa donde las caricias y los besos empezaban.

La chimenea estaba encendida, ambas bebíamos vino caliente especiado con canela y anís. La nieve se acumulaba en el alfeizar de las ventanas. Hacía varias horas que había dejado de nevar, pero la nieve aún no se derretía. El invierno había alcanzado el Nido. Me pregunto cómo le estará yendo a Agatha con el frío, Puerto Ithil suele ser un lugar cálido, en cambio Kaltdorf, es la tierra de las nieves eternas. No deja de sorprenderme lo diferentes que son Agatha y Wulfric y cómo a pesar de ello es que ambos se quieren.

Las puertas se abrieron, pero quiénes entraron por ella fueron Maron, Dethvark y Marius. Marius traía otra jarra de vino caliente. Hace tiempo habíamos dejado de tener que robar y esconder las bebidas alcohólicas, desde que Marius cumplió dieciocho años, pocas lunas después Wulfric lo alcanzó y al año siguiente, las gemelas lo alcanzaron. Aún faltaban dos años para que yo cumpliese dieciocho, pero por ahora bastara con que tres de nosotros pudiera conseguir las bebidas por mí y mis hermanos, a Maron le faltaban tres años, y a Dethvark, cuatro.

Marius había dejado de ser un niño, ahora era un hombre o más bien, se estaba volviendo uno. Hace unas lunas que ya pasaba de los seis pies de altura, su espalda se había ensanchado y sus brazos mostraban grandes músculos. Sus facciones no eran tan afiladas como antes y había tenido que empezar a rasurarse unas lunas atrás. Pero sus claros ojos azules seguían siendo los mismos de siempre, afables y me miraban con amor. Marius dejó la jarra sobre una mesilla de noche y fue a refugiarse del frío conmigo, debajo del edredón con el que me cubría antes de que él llegara. Depositó un beso en mi frente, hace poco que habíamos decidido que no tenía sentido ocultarnos frente a nuestros amigos, incluso por el castillo ya corrían rumores entre los criados de que lord Grenzmond intentaba cortejar a la princesa Wilhelmina.

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