Marius tenía razón. No debí haber venido. No debimos haber venido. Me estremezco al recordar la presión de la rodilla del soldado solar sobre mi espalda y su mano sujetando mi cabeza contra el piso.
Oía gritos a mi alrededor, ¿eran solares?, ¿lunares?, ¿Wulfric?, ¿Circe?, ¿Marius?
El sonido de la batalla me llegaba amortiguado, la mano del soldado cubría mi oído y no me dejaba girar la cabeza.
Mis piernas pateaban el aire y mis manos arañaban la nada.
Una batalla se desarrollaba a mis espaldas y no sabía qué pasaba, ¿ganamos?, ¿perdimos?
Obviamente perdimos, si no no estaría aquí.
Lo último que logré ver antes de que un fuerte golpe en la cabeza me dejara inconsciente fue la mirada de Agatha, suplicante, implorando. Me vuelvo a estremecer al recordarlo, pero esta vez de furia.
El habitual brillo de Agatha había desaparecido a la mañana siguiente al nombramiento de Marius y Wulfric. Agatha se encontraba más pálida de lo habitual. Círculos negros rodeaban sus enrojecidos ojos. Su cascada de rizos dorados parecía cepillada a la carrera.
Circe tenía un aspecto ligeramente mejor que el de Agatha, bajo sus ojos apenas y se veían tenues anillos lilas. Circe había puesto un poco más de atención en su arreglo personal.
Estoy segura de que yo no lucía mejor que Circe. Sentía los ojos hinchados y enrojecidos y por la mañana estaba tan agotada que tardé en darme cuenta que estaba intentando meter el brazo por una de mis medias.
La noche también había bajado la guardia de Marius. Usualmente, cuando dormía en mi habitación Marius solía irse a la suya unas horas antes del amanecer para evitar ser descubiertos por Aralia. Pero por primera vez en años, el amanecer llegó a mi habitación y Marius seguía aquí. Fue agradable despertar y sentir el calor de Marius, ver sus rojos rizos revueltos con mis blancos cabellos. Fue hermoso ver cómo el cielo de sus ojos amanece por las mañanas. Tal vez fue suerte que Aralia no nos descubriera o tal vez lo hizo, pero no le importó sabiendo que Marius se iría pronto.
Ese día Agatha y Circe no entrenaron con Wulfric. Se sentaron en las gradas del patio y cuchicheaban entre sí, parecían seguir discutiendo.
A mitad de la tarde Wulfric se acercó a mí.
—¿En la noche en el cedro? —preguntó.
Estaba tan concentrada en disparar una flecha que la voz de Wulfric me hizo dar un brinco, aún así la flecha dio en el blanco. Tuve que hacer un esfuerzo para reprimir una sonrisa de autosuficiencia y orgullo. Asentí.
Wulfric me miró con extrañeza y dijo:
—Mina, no te creo que no tengas sangre de Stjerne corriendo por las venas—. Caminó hasta la diana y arrancó la flecha. —Ve esta puntería— exclamó agitando la flecha y riendo.
Stjerne, la Doncella Arquera de Mysiat, fue una de las hijas de Adlaw, el dios del sol, y Mysiat. Cuando estos se separaron, Stjerne se dio cuenta de que Mysiat sufría sola arriba en el cielo durante las noches, aunque no lo admitía, extrañaba a Adlaw. Stjerne robó un poco del fuego de Adlaw. Tomó su arco y flechas, prendió las flechas en llamas y las lanzó al cielo nocturno. Las flechas, hasta el día de hoy, siguen surcando el cielo nocturno. Estrellas, se les dice comúnmente a las flechas de Stjerne.
—Tal vez un primo segundo o un tío abuelo —inquirió Wulfric. Por su tono de voz no podría decir si estaba bromeando o no. De igual manera, elegí reír.
—O tal vez sangre de elfo— Wulfric frunció ligeramente el ceño y tomó mi brazo derecho por el codo, lo levantó. Me dio algunos pellizcos y retiré mi brazo antes de que intentara morderlo.
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La Arquera
RomanceEl Reino del Sol y la Luna han estado enemistados por eternidades, siempre es cuestión de tiempo para que la guerra estalle y el momento ha llegado. Wilhelmina Hetterstern yace acostada en su celda, capturada por los solares. La desesperanza y la cu...