Capítulo 3

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Es doloroso pensar, pero también lo es no pensar. En especial cuando mis pensamientos se dirigen a mis padres, mis hermanos, Marius, Agatha, Circe, Wulfric. Cada que imagino sus rostros, inevitablemente mi mente transforma sus sonrisas en caras de decepción. Los ojos llenos de amor de Marius se vacían para llenarse de decepción, la sonrisa soñadora y distraída de Wulfric se llenan de tristeza. Oh Wulfric, querido, nunca debiste haber salido de Kaltdorf.

Wulfric era Wulfric. Kaltdorf es un lugar pequeño y extraño. Ahí no solo adoran a Mysiat, la diosa luna, adoran también a los espíritus de la naturaleza, incluso se dice que en sus bosques habitan hadas, duendes, gnomos, dríadas, sátiros. Si se da crédito a los rumores de Kaltdorf, entonces en Kaltdorf se refugian los últimos elfos del continente y mezclan su sangre con ellos. Se cree que los kaltdorfnianos tienen ciertos poderes, Mysiat les habla en sueños y les dice el futuro, también se dice que pueden leer los sentimientos a uno. Claro, también se dice que los kaltdorfnianos cabalgan sobre osos de las nieves, se casan con sus alces y que pueden hablar con los animales. Sí, Wulfric es raro, pero me demostró que las habladurías sobre Kaltdorf son únicamente eso, rumores.

Cierta noche, me dirigía al cedro a encontrarme con Marius, últimamente mis hermanos ya casi no me acompañaban, sin duda alguna era obra de Circe y Agatha. Las gemelas y yo nos habíamos vuelto más cercanas, eso alegraba a Aralia, decía que en todos estos años me hizo falta la compañía femenina para despertar la dama que habitaba en mí. La verdad es que una vez conociendo a Agatha y Circe te dabas cuenta de que en realidad no eran unas damas como hacían creer a todos. Las noches en sus habitaciones significaban vino comprado a contrabandistas, pipas rellenas de tabaco, cotilleos y conversaciones subidas de tono.

Había una silueta recargada en el cedro, sonreí, Marius esperaba por mí. Pero al llegar me di cuenta de que no lo era, se trataba de Wulfric.

- Hola, Wilhelmina -dijo sin voltear a verme. Tenía su oído pegado al tronco del cedro y con una mano se apartaba el largo cabello de ese lado de la cara. Dio una vuelta entera al cedro y finalmente se paró frente a mí y sonrió.

- Hace una bella noche, seguramente Mysiat también se alegra por mí y por Marius -Wulfric lucía una enorme sonrisa.

Antes de preguntar exactamente porque estaría Mysiat alegre Wulfric habló de nuevo:

-Este cedro es magnífico -dio unas palmaditas en el trono-, ¿no lo sientes, Mina?

-¿Qué debería sentir? -le había cogido cierto cariño a Wulfric a pesar de lo estrambótico que resultaba a veces.

-Esa sensación de...esperanza, vigor -Wulfric frunció el ceño y volvió a pegar su oído al árbol- hummmm, lo sabía, ahí está.

-¿Pero qué cosa, Wulfric? -reí un poco. Wulfric vivía en su propio mundo y a menudo olvidaba explícarselo a los demás.

- Escucha, -dijo Wulfric, presté atención, pero no logré escuchar algo más allá del rumor de un arroyo que pasaba a unos metros, los insectos, el rumor de las hojas mecidas al viento -, el árbol, tiene una semilla de odio germinando en su interior. Eso lo explica.

-¿El qué? -a veces había que ser paciente con Wulfric.

- Por qué no hay una particular afluencia de gnomos por aquí.

Reí, seguramente eso tendría sentido en la cabeza de Wulfric, pero para mí no lo tenía.

-No tenías que traerme una rosa, Marius, gracias por el gesto. Y felici... -Wulfric se detuvo en seco, volteó a ver al cielo, nos vio a nosotros, abrió sus oscuros ojos de par en par y murmuró para si mismo:

-No, aún no, idiota.

Volteé a ver detrás de mí, Marius tenía cara de desconcierto y una mano detrás de la espalda.

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