Capítulo 5

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LA ARQUERA

Capítulo 5

El nombre de comida le queda grande a la porquería con la que mis captores intentan mantenerme viva. Es un estofado marrón, no tengo ni idea de qué animal sacaron la carne y me considero afortunado los días que encuentro flotando uno o dos trozos de zanahoria. Extraño la comida del Nido, la crema de champiñones, los patos rellenos de hierbas finas, las verduras salteadas con mantequilla, la ternera en salsa de almendras, el pan de jengibre recién horneado...

...arenques ahumados, tartas de queso de cabra y manzanas, cerdos enteros asándose en espetones, tablas de embutidos y queso, pastel de papas y poros, panales de miel, mantequilla recién batida para el pan, pastelitos de nueces y arándanos, frascas de vino tinto (vino lunar, las reservas de vino solar ya se habían agotado para ese entonces), jarras de cerveza e hidromiel. La comida se hallaba en fuentes de plata montada sobre caballetes.
Hacía años que no bajaba del Nido, exactamente seis años, desde que la guerra inició.
Pocos días después de haber escuchado a escondidas al Consejo de Guerra padre anunció un torneo a los pies de las montañas sobre las que se erigía el Nido.
La liza estaba montada, había gradas a su alrededor. No había muchos caballeros cerca del Nido cuando se anunció el torneo, la mayoría estaban en el fútil asedio de Fuerte Gadajok, así que por esta ocasión se le dejó participar incluso a quienes no tuvieran el rango de caballero.
Las gemelas me habían ayudado a arreglarme, mi largo cabello caía en una cascada de blancos rizos sobre mi espalda, vestía una túnica del color de la lavanda, con un escote que desviaba los ojos de Marius, a mi cuello lo rodeaba una gargantilla de amatistas. Agatha y Circe vestían sendos atuendos de seda verde, de un verde tan claro que era casi blanco. Lucían idénticas. Hace tiempo había descubierto que a ambas les gusta lucir iguales en público, era divertido ver cómo las personas que no eran cercanas a ellas luchaban por distinguir una de otra.
Marius y Wulfric no estaban a la vista, ambos se preparaban para justar. Maron y Dethvark, sus escuderos, los ayudaban.
Las gemelas cuchicheaban entre ellas junto a la comida y reían tapándose la boca. Tomé un pastelito de nueces y arándanos y arqueé una ceja, preguntando "¿De qué ríen?". Agatha entendió mi gesto, echo un vistazo alrededor y entonces, bajó ligeramente el cuello de su vestido, dejando ver una marca amoratada, seguramente dejada por Wulfric. Circe soltó una risita. Al ver mi cara de sorpresa.
—No lo puedo creer, ¿Wulfric lo hizo? —pregunté sorprendida. Wulfric era muy tímido en cierto ámbito que las gemelas amaban y estaban muy experimentadas.
Agatha volvió a reír. Circe tomó mi mano y me llevó caminando hasta las lindes de un bosquecillo que se encontraba a varios metros de los delicados oídos de la corte.
—Anoche Wulfric estaba nervioso por el torneo —empezó Agatha—, y creí que unos besos lo calmarían. Tal vez una cosa llevara a otra y pues... —Agatha bajó la voz, lo suficiente para que me tuviera que acercar más a ella—...lo hicimos.
Casi me atragantó con mi panecito cuando la escuché.
—¿Hacer qué? —pregunté entre toses. Circe puso los ojos en blanco y respondió:
—¿Tú qué crees?
—¿Así sin más?, ¿simplemente dijiste "vamos a acostarnos con Wulfric" para calmarle los nervios? —pregunté incrédula.
—Pues fue más romántico de lo que parece. Era muy tierno y delicado, —el rubor subió a las mejillas de Agatha—, y me hizo esto mientras vertía su semilla en mí —dijo señalando su cuello.
Al ver mi expresión de sorpresa levemente mezclada con preocupación Agatha se apresuró a responder:
—No, no, no. Tranquila, Wulfric me preparó té de luna roja en el desayuno —dijo mientras se acariciaba distraídamente el vientre.
A lo lejos, se escuchó la voz del heraldo anunciando el inicio de las justas. Las tres corrimos mientras nos recogíamos el vestido. Teníamos lugares reservados sobre la tribuna, ventajas de ser la princesa Hetterstern.
La primera justa fue un caballero con dos serpientes entrelazadas en el escudo y sir Balto, el maestro armero, obviamente sir Balto venció.
En la segunda justa, Jeff, el hijo de sir Balto fue derribado a manos de un soldado sin rango de caballero después de haber roto dos lanzas.
A la tercera justa, Marius apareció. Lucia espléndido en su armadura de acero. El sol se reflejaba en el yelmo que sujetaba bajo el brazo, su rojo cabello resaltada con el fondo azul claro de su escudo, con unas montañas debajo de una luna menguante. Antes de que se subiera al caballo me salí rápidamente de la tribuna y le di un pequeño pañuelo de seda blanca con unas florecillas moradas bordadas, lo tomó y dio un ligero beso en mi mano. Marius debía enfrentarse a sir Nicholas Rott, un caballero que se encontraba entre la línea de robusto y gordo. Se tuvieron que romper tres lanzas, para que finalmente Marius derribara a sir Nicholas.
Los siguientes en justar fueron Wulfric y sir Ullyses de Campoblanco, un caballero errante. Wulfric casi pierde el equilibrio la primera vez que cruzaron lanzas, pero a la segunda, logró derribar a sir Ullyses.
Las justas avanzaron sin mucho contratiempo. A mitad de la tarde, solo quedaban cuatro contrincantes. Wulfric, Marius, sir Balto y su hijo, Jeff. Marius logró derribar a Jeff sin mucho problema. Pero Wulfric, fue derribado la tercera vez que cruzó su lanza con la de sir Balto. La estatura de Wulfric lo convertía en un blanco fácil y le restaba equilibrio, además de que sir Balto era un caballero curtido tanto en la batalla como en los torneos.
Para la final, se enfrentaron Marius y sir Balto. La primera vez que cruzaron lanzas, la lanza de sir Balto golpeó el escudo de Marius pero este apenas se tambaleó en su montura. La segunda vez, sir Balto casi termina en el piso, pero logro aferrarse a su caballo; la tercera vez, la fuerza con la que Marius intentó derribar a sir Balto fue tal que su lanza se partió en dos. La segunda lanza de Marius se partió de nuevo en dos al chocar con el escudo de sir Balto, pero esta vez sir Balto terminó en el piso y Marius fue declarado vencedor del torneo de justas.
El torneo de combate cuerpo a cuerpo fue aún más brutal que el de justas. Volaron dientes, sangre y astillas de los escudos. Esta vez Wulfric fue quien ganó. Su altura le proporcionó una ventaja enorme contra los demás. Armado con un mangual sin picos y un escudo de roble, logró permanecer en pie hasta el final. Wulfric levantó los brazos cuando se le declaró vencedor y sonreía a pesar del hilillo de sangre que le corría por la sien.
Cuando escuché que habría un torneo de arquería me alegré demasiado, pero mi felicidad se esfumó cuando padre no me dejó participar en él porque "no es propio de una dama y menos aún de una princesa".
Durante el torneo de arquería la pasé enfurruñada. Al final quien ganó fue Jeff. Era un buen arquero, a final de cuentas fue él quien me dio mis primeras lecciones de arquería, pero sé que yo lo habría hecho mejor que él.
Al finalizar los torneos, a los tres vencedores se les subió a un pequeño estrado y se les fue entregado su premio, cien estrellas de oro a cada uno y lo más importante, el título de caballero.
Padre hizo a los tres vencedores arrodillarse, jurar proteger al débil, defender sus ideales, obedecer a su rey y ser justos.
Tres muchachos se arrodillaron y en pie se pusieron sir Marius Grenzmond, sir Wulfric Tarkell y sir Jeff Gartark.
Después del torneo, los criados montaron mesas en caballetes con bancos largos alrededor. Las fuentes estaban rebosantes de comida, cortes sangrantes, fuentes de puré de papa, zanahorias y guisantes, pescado con costras de almendra, postres, frascas de vino e hidromiel.
A donde quiera que volteara no veía más que sonrisas y personas alegres. Ni siquiera parecía que estábamos en mitad de una guerra. Me dejé llevar por el momento y me olvidé de la guerra, de las promesas hechas bajo un cedro, de los búhos y, que Mysiat me perdone, de Daniv.
A Wulfric se le comenzaba a subir el vino a la cabeza, en cierto momento de la noche volteó hacia Marius y dijo:
—Marius, felicidades, sí, esta vez sí está bien— le dio unas fraternales palmadas en la espalda y le tendió una rosa blanca sacada de no sé dónde. Marius parecía alegre pero confundido.
A mitad de la cena, Marius, ebrio de felicidad e hidromiel tomó mis manos y me hizo otra promesa que hasta la fecha tampoco ha cumplido.
—Mina, ya soy un caballero. En cuanto pueda voy a pedir tu mano a tu padre —Marius sonrió mostrando sus blancos dientes, sus ojos brillaban de alegría. Cada poro de él destilaba felicidad. Besó mi mano y la noche continúo.
No recuerdo ni un momento de la noche en qué las risas pararan. Hasta que padre se puso en pie y pronunciara su discurso.
Después de pararse, golpeó con un tenedor su copa de oro y todo mundo calló para escuchar a su rey.
—Hace años que no se veía una noche tan alegre, tan eufórica como esta. Fue agradable este pequeño paréntesis de la guerra, pero la guerra debe continuar —el silencio antes expectante se volvió tenso con el recordatorio de la guerra—. En estos tiempos de guerra el Reino de la Luna necesita hombres valerosos que lo defiendan, Mysiat necesita hombres piadosos que acaben con los adoradores de Adlaw, la luna necesita que el sol deje de brillar. Sir Marius, sir Wulfric, sir Jeffrey, de pie.
Sentí el roce de la capa de Marius al ponerse de pie. Su semblante era solemne, la luna resaltaba su perfil, su nariz llena de pecas, sus ojos azules, su cabello ondeaba a la ligera brisa de la cálida noche de verano. La palidez de la piel Wulfric resaltaba con la oscuridad de la noche y en cambio su cabello, se perdía en la oscuridad de la noche. Jeff, un muchacho de ventiún años, cabello castaño, de estatura baja pero que compensaba con unos gruesos y fuertes brazos, con una nariz torcida después de varias fracturas, se puso en pie.
—Caballeros del Reino de la Luna, los exhorto a defender a su reino, sus tierras, sus mujeres, sus niños, su honor. Sir Jeffrey Gartark, se requiere de su habilidad con el arco para defender a nuestras fuerzas que asedian Fuerte Gadajok. Sir Wulfric Tarkell, sir Marius Grenzmond, se necesita su espada para derrotar a los solares en el asedio de Fuerte Gadajok— dijo padre usando un tono solemne y autoritario, su voz de rey—. Sir Wulfric, sir Marius, estarán a cargo de dirigir del ejército que liberará a mis herederos —aunque padre mantuvo su voz de rey, su voz sonó hueca cuando habló de Derko y Eidluk, como si esa última parte del discurso la hubiera aprendido de memoria.
—Mis hijos, Maron y Dethvark servirán como escuderos a sir Marius y sir Wulfric, para iniciar su trayectoria en las artes de la guerra —la voz de padre seguía soñando hueca. Eran las voces de lord Herdel y lord Julius hablando através de él.
Los cinco se arrodillaron.
—Mi espada es suya, Su alteza —dijo Marius.
—Será un honor, mi rey —dijo Jeff.
—Mi espada está a su servicio, alteza —a pesar de estar arrodillado la cabeza de Wulfric seguía resaltando entre las personas sentadas en los bancos.
—Entonces al terminar el banquete, los veré en la Sala del Consejo, mis señores— padre asintió y volvió a sentarse. A su derecha estaba lord Herdel y a su izquierda, los Julius. Madre brillaba por su ausencia.
Hace cinco años de la muerte de Daniv y aún no sabía cómo lidiar con su dolor. El día que Daniv murió no solo perdí un hermano, también a mis padres. En la tumba de Daniv yacía la cordura de madre y la calidez de padre. Después del funeral de Daniv, madre se recluyó en sus habitaciones y no volvió a salir, no aceptaba visitas, ni siquiera de sus hijos. Una o dos veces al día, un criado llamaba a la puerta de madre y si madre estaba de buenas, una marchita reina Caterina salía a recibir la comida. El brillo había abandonado sus ojos, su cabello negro como el de Daniv, ahora estaba surcado de canas prematuras, la carne se fundía con sus huesos, sus pómulos cada día eran más notorios. Y si la reina Caterina no estaba de buenas, simplemente no abría la puerta y dejaba que se acumularan los platos por días.
Padre también se encerró, pero él se encerró en la guerra. La mayor parte del tiempo la pasaba en la Sala del Consejo, con lord Herdel y lord Julius. Ya no tenía palabras tiernas que decirnos a mí y a mis hermanos, ya no nos revolvía el cabello al pasar junto a él, los últimos cumpleaños pasaron desapercibidos para él. Para padre solo existía la guerra. Estaba tan ocupado en intentar recuperar a sus dos hijos mayores que había olvidado a sus otros tres hijos.
El resto del banquete transcurrió entre risas y el vino siguió corriendo, aunque ahora podía sentirse una ligera tensión debajo de los chistes subidos de tono y las canciones procaces. Marius aparentaba alegrarse de partir a la guerra, pero yo, que lo conocía tan bien, notaba como su pierna daba brinquitos inquietos debajo de la mesa y como constantemente hacía chocar su tenedor contra el borde de su plato. Wulfric lucía tranquilo, como si hubiera sabido desde hace tiempo que tendría que ir a pelear al Reino del Sol, quién se veía más preocupada que él era Agatha. Su sonrisa parecía que podría quebrarse de un segundo a otro para romper en lágrimas. Jeff parecía ser el único de alegrarse de su destino, bebía sin parar y de vez en cuando metía las manos debajo de los corpiños de las criadas.
El banquete terminó, nos tomó varias horas volver al Nido.
El camino estaba oscuro y no podíamos avanzar muy rápido, el riesgo de que alguno de los caballos se rompiera una pata estaba presente.
Agatha y Circe parecían discutir varios metros delante. Hasta mí llegaban sus molestos cuchicheos.
Marius se acercó a mi lado.
—Iré contigo —dije nada más ver llegar a Marius, intenté que mi voz sonará firme, pero sentí que al final de la oración un nudo cerraba mi garganta.
—Mina, no tienes que ir —Marius hizo un amago de querer acariciar mi mano, pero la distancia entre nuestros caballos no lo permitió.
—Pero quiero ir— insistí tercamente.
—Es peligroso— la voz de Marius era suave, miel sobre panecillos recién horneados.
—Lo sé, aun así quiero ir— la conversación me estaba comentando a irritar. Espoleé a mi palafrén hasta llegar a la altura de Wulfric.
—Mina —saludó Wulfric—, ¿estás lista?
—Sí, creo que sí —dije tímidamente mientras miraba a las riendas de mi caballo.
—No lo estás. Pero es normal, es humano tener miedo —Wulfric miraba inmutable el camino frente a nosotros—. Tienes que estar lista, Mina. Lo siento mucho, pero tienes que ir —la voz de Wulfric comenzaba a sonar algo triste.
—Lo sé, por Daniv — susurré. Tenía miedo de partir a la guerra, miedo de no poder vengar a Daniv y no lograr rescatar a Derko y Eidluk. Pero sobre todo, miedo a que Marius no regresara.
—Por Mysiat —agregó Wulfric. En todo el camino al Nido Wulfric no volvió a hablar. Hasta que me ayudó a bajar del caballo al llegar a los establos del Nido. Al bajar, hizo su usual gesto de tomar mi brazo derecho por arriba del codo, acariciarlo, fruncir el ceño y besar mi mano.
—Mina —Marius estaba parado detrás de mí. Pasó su mano desde mi oreja hasta el mentón. Sus ojos gritaban que querían besarme y yo gritaba por besarlo, pero había demasiados ojos y la princesa Hetterstern no podría permitirse tales faltas se decoro.
—Tu rey te llama —quité su mano con un gesto más brusco de lo que esperaba—, estaré bien, Marius —añadí intentando suavizar mi gesto. Después de todo, Marius solo se preocupaba por mí, quería protegerme, ¿acaso no haría yo lo mismo por él?
Dirigí mis pasos a la torre de las habitaciones. No me encontré por el camino con mis hermanos ni Agatha ni Circe, seguramente ellos se habían adelantado.
Entre a la sala común de la torre. Maron y Dethvark miraban nerviosos a la chimenea apagada. Agatha lloraba sobre el hombro de Circe.
—¡Mina! —Agatha se dejó ir sobre mi cuello—. Todo iba tan bien, ¿cómo es posible que vaya a terminar tan pronto? —sollozó Agatha.
Di unas torpes palmadas en la espalda de Agatha, me deshice de su abrazo y la senté en un sillón.
Nada va a terminar, Agatha, tranquila— dije mientras llenaba una copa de vino para Agatha.
—Mina, ni tú eres así de inocente— Agatha me veía con los ojos enrojecidos por detrás de la copa que le había servido. Circe acariciaba el cabello de su hermana, intentando consolarla.
—Agatha... —dijo Circe en un tono severo, dejando al aire el resto de la oración.
—No, Circe, es verdad. Mina, es un caso perdido esta guerra. Es un caso perdido para la Luna —Agatha volvió a rellenar su copa de vino—. Lo mejor que podemos hacer es retirarnos y hacer lo posible por recuperarnos.
—Mis hermanos... —empecé.
—La única prueba de que tus hermanos siguen vivos es que no se ha tenido noticias de una ejecución pública —me cortó Agatha, el alcohol le había dado valor.
No supe qué decir. Agatha no mentía. Agatha decía verdades dolorosas, verdades que me retorcían las entrañas de ¿ira?, ¿dolor?, ¿tristeza?
Maron y Dethvark abandonaron la habitación a rápidas zancadas, Agatha estaba tocando fibras sensibles.
—Mina, no la escuches, no sabe lo que dice —Circe intentaba apaciguar lo que sea que estaba pasando dentro de mí.
—No, Circe, ¿crees que vale la pena arriesgar tantas vidas por nada más que una vana esperanza? —Agatha comenzaba a arrastrar las palabras después de la tercera copa de vino.
Ira, eso era lo que removía mis entrañas y tal vez un poco de dolor. Deseaba que Agatha se callara o hacerla callar.
—¿Por qué inocentes tendrían que ir al rescate de tus hermanos?, ¿quién los va a rescatar a ellos? —los ojos de Agatha estaban anegados de lágrimas, y mis deseos de asestarle un puñetazo en la cara eran cada vez mayores.
—¿Quién verá por Wulfric? —Agatha rompió en llanto. Desconsolada se retorcía el vestido mientras Circe le daba palmadas en la espalda. Cautelosamente alejé la frasca de vino de Agatha y la deposité al otro lado de la sala. No tarde más que unos segundos en hacerlo, pero para cuando volví Agatha vomitaba por una de las ventanas. Circe le sujetaba el cabello para no ensuciarlo. Era una escena lastimosa, pero había cierta belleza en ello, en el amor fraternal de ambas. Pensar en ello fue una punzada en mi estómago, sé que Daniv habría hecho lo mismo por mí. También Derko y Eidluk.
Dejé que Circe se encargara de Agatha y me retiré a mi habitación. Al llegar me tumbé en la cama, sin siquiera desvestirme. El sueño no tardó en llegar, estaba agotada física y emocionalmente.
Mi sueño se vio interrumpido por unos toquidos en la puerta.
–¿Sí? –pregunté adormilada.
Marius entró a la habitación, había cambiado la pesada armadura del torneo por ropa más cómoda.
—¿Qué tan noche es? —pregunté mientras me incorporaba en la cama.
—Unas cuantas horas después de medianoche— Marius hundió la cama al sentarse en ella.
—¿Y?, ¿cómo salió todo? — pregunté un poco más despierta.
—Partiré pronto— respondió Marius, la preocupación arrugaba ligeramente su entrecejo.
—Partiremos—le corregí mientras juguetonamente frotaba mi índice entre sus cejas para eliminar ese gesto de preocupación.
—Mina, —la preocupación en la voz de Marius era notoria, tomó mi mano por la muñeca y la alejó de su rostro—, por favor, no. Perdí a mis padres, mis hermanos, no podría perderte a ti —Marius tomó mi rostro entre sus manos y su gesto de preocupación se acentúo.
—Y yo a Daniv. No soportaría que lo sigas a él. Marius, lo prometimos —un infantil impulso de llorar se adueñó de mí, pero logré que las lágrimas permanecieran en mi garganta.
—Lo sé, mi amor, pero no puedes ir. Además, ¿crees que tu padre te dejaría ir?
—A padre no le intereso más que Derko o Eidluk. Marius, por favor. No puedo dejar a Maron y Dethvark solos tampoco. Son unos niños.
—Sí, Mina, son unos niños y tú solo eres un año mayor que Maron, eso te vuelve una niña. Mi niña —Marius acarició mi mejilla con su pulgar. Sé que es lo que quería lograr, pero no lograría hacer que cambie de opinión mediante palabras y gestos bonitos.
—Eidluk tenía trece años cuando partió y yo soy dos años mayor —insistí, una parte de mí se sentía regañada por Marius.
—¿Por qué no lo entiendes, Mina? —preguntó Marius con un dejo de irritación en alzar voz—. Esto no es una oportunidad para obtener gloria o venganza o lo que sea. —Marius había comenzado a levantar la voz.
Silencio.
—Eres muy importante para mí, Mina. Entiéndelo —la voz de Marius se había suavizado y se había acercado un poco a mí.
—Y tú para mí, Marius, ¿cómo pretendes que te deje partir sin más?, —era mi turno de alzar la voz—, ¿qué pasaría si...—sentí como las lágrimas peleaban con las palabras en mi garganta—...mueres y no nos pudimos despedir? —una lágrima rodó por mi mejilla, la limpié rápidamente con el dorso de mi mano—. ¿Qué será de mí si mueres estando allá y la última vez que te vea sea a seis metros bajo tierra? —una segunda lágrima rodó por mi mejilla.
Marius limpió mis lágrimas y me tomó entre sus brazos, acarició mi cabello.
—Mi hermosa, idiota, valiente y testaruda niña. Está bien, iremos juntos. Pero eres demasiado valiosa, ¿qué harán los solares si te capturan?

“Exactamente, Marius, ¿qué harán los solares ahora que me capturaron?” pienso mientras escucho como Anular desliza un tazón de ese asqueroso potaje marrón.

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