Una maldición inexplicable

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Era la primavera de 1672, Suecia y Francia habían concretado una alianza en medio de esos conflictos por obtener territorios. En el gran Palacio de Versalles residía Luis XIV con su hijo al igual que su segunda esposa, todos esperaban entusiasmados la visita del rey Carlos XI de Suecia quien los honraría con su presencia para hablar sobre nuevos tratos con el fin de un bien común.

Los sirvientes se movían con prisa limpiando el polvo de los muebles, puliendo las tazas hechas de la más fina porcelana, asegurándose de que el jardín esté presentable y vistiendo con las más finas sedas adornadas por hilo de oro al pequeño, Camus de Borbón, Conde de Vermandois, aunque ese último no lucía reluciente como un objeto sino como una candela apagada.

—Tiene que sonreír, príncipe —trató de animar aquella mujer que arreglaba sus zapatos.

—¿Qué caso tiene que me arreglen tanto si de todos modos no puedo salir? —reprochó cruzándose de brazos.

—Debe entender la situación, su padre desea mantenerlo a salvo por eso ha accedido a que la visita sea en el palacio, además, hay rumores de que el rey Carlos XI viene con un joven que se acerca a su edad, podrá pasar tiempo con él en su estadía para no aburrirse.

—Sofía —la miró con el ceño fruncido—. ¿Usted cómo sabe eso?

—¡¿Ah?! Yo... —no tenía algo que justificara el que se enteró por un chisme entre los escoltas de su amo así que solo inclinó la cabeza con sumisión—. Discúlpeme, me retiraré de inmediato.

Aquella mujer se levantó en silencio y caminó hasta la puerta para avisar que el heredero estaba listo.

—Sofía —volvió a llamar el pequeño haciendo que volteará—. ¿Cómo es él? ¿Es cierto que tienen pelo blanco y ojos azules como el mar?

La mucama se devolvió con curiosidad y con el permiso de su superior se sentó junto a él en la cama explicando todo lo que ella sabía sobre el joven que acompañaba al rey de Suecia aunque no tenía el dato de su parentesco. La cara del pelirrojo era de concentración cuando trataba de imaginarse la descripción del chico y terminó por reír pues parecían más características de una chica aunque debía admitir que una muy linda, se preguntaba si realmente alguien con esas facciones sería capaz de ser alguien importante dentro de un reino.

—Gracias, Sofía —asiente—. Puedes retirarte, dile a Marín que me lleve algo de té a la biblioteca.

—Sí, enseguida, señor.

Las rejas se abrieron, el galope de los caballos arrastraba el carruaje y el sonido de las trompetas anunciaban la llegada de sus tan esperados invitados.

Camus se asomó desde ventanal cómo del carruaje bajaba un rubio y a su lado su majestad de Suecia. Se apresuró a salir de la biblioteca con pasos grandes hasta la sala principal donde divisó con asombro a ese joven.

Sus risos eran de oro hasta por debajo de sus hombros, su piel parecía tan suave como perfecta, su mirada tan arrogante con ese azul claro y profundo en sus ojos como un mar en calma, tenía un lunar bajo uno de ellos que le daba un toque de belleza incomparable, el grosor de sus labios era el ideal tomando en cuenta que poseía un color rosa natural, sus ropas impecables denotaban su riqueza y el porte que emanaba era sin duda el de alguien que provenía de la realeza.

—¡Camus! —gritó su padre.

—¿Eh?

No se había dado cuenta de que se perdió la conversación por estar anonadado con su presencia así que voltea a ver al resto con confusión logrando sacarles unas cuantas risas por su distracción.

One Shots [Caballeros del Zodíaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora