|1| Esta vida no se acaba.

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—Vamos, pies mojados, no se resbalen —rio, y salgo corriendo con una toalla alrededor de mi cuerpo por el suelo húmedo. Antes de salir por la puerta trasera, cojo mi mochila y meto todo lo que veo en su cocina. La mayoría de cosas no me sirven, pero igual las tomo por la rapidez en la que viene él a mí.

—¡Eres una zorra mentirosa! —gritó intentando agarrarme mientras se mantenía de pie en el mojado suelo que yo ocasioné. Su camisa está tan mojada que se le ven los pezones, ¡caray, este viejo tiene más busto que yo! Esquivo sus agarres mientras rio. Este viejo será obeso pero es rápido. Un oponente poco difícil.

—He recibido peores insultos, viejo, ya todos me dan igual. —Me puse detrás de la mesa del medio de la cocina para evitar que me atrapara. Le di un vistazo al reloj de mi muñeca, ya era tarde. Bim no iba a tardar en despertar.

El señor apretó los dientes, y no tardó en venir corriendo a mí de un lado, intentó tomarme del brazo, sin embargo, le lancé su propia mascota que seguía sobre la mesa para no tocar el agua del suelo. Éste lo recibió en su rostro. Los gatos odian el agua, se aferran a cualquier cosa para no caer al agua, ahora ese feo y arrugado rostro iba a quedar peor. ¡Bien, así se hace!

Cuando el animal le araña el rostro, corro hacia la puerta principal y salgo, riendo.

¡Al fin! Otro más ha sido vencido. Ahora puedo contar lo que acaba de suceder. Aquí empieza toda esa parte en donde yo debo contarles una parte de mi vida. Tomen un pañuelo o algo para que se limpien los mocos, pues mi historia es triste... Nah, la verdad que es muy graciosa, bueno, yo la veo de ese lado.

No tengo un hogar.

No tengo un techo.

No tengo familia.

No tengo nada.

No tengo responsabilidades, ¡sí!

Apenas llevo una mochila morada conmigo, dentro hay algo de ropa y poca comida, la cual acababa de robar de un anciano cochino. Sí, lo sé. Quizás tengan pena de ese anciano. Pero lo que acaba de suceder hace un momento, es mi hermosa mañana, la que consistía en seducir a un viejo mañoso para que me dejara entrar a su casa y así poder usar su ducha.

No tengo nada, pero al menos quiero ser alguien de buena higiene. Odio estar sucia y aguantar días sin bañarme.

Se preguntarán: ¿Cómo es que un viejo te presta su ducha? O ¿Ese viejo que iba a querer a cambio? Pues.. La mentira que siempre los convencía era que podrían tener cualquier cosa de mi cuerpo. Algo que esos idiotas siempre se lo creían, tan viejos y siguen de imbéciles. Cuando terminaba de ducharme, ellos solo recibían un doloroso golpe en las pelotas, y yo abandonaba su hogar con la mitad de su comida. Dejo de correr cuando veo que estoy lo suficientemente lejos de su casa.

El cielo está de película de Disney, tan brillante y tan cálido. Todo lo contrario a mí.

Las personas del parque en donde me encuentro, me observan boquiabiertos. Otros se aclaran la garganta, y algunos que tienen su pareja al lado me sonríen, pero luego reciben un codazo de su chica. Y ahí es donde me doy cuenta de que sigo en toalla y descalza, en medio de un parque público. «Lo olvidé».

Me siento en una de las bancas del parque, ignorando aquellas miradas. Saco un abrigo y unos shorts extremadamente gigantes de mi mochila. Primero me voy poniendo los shorts por debajo de la toalla. Es ropa, me vale que me quede grande. Es mejor aun si me cubre el cuerpo de la vista de los pervertidos de la ciudad. Mientras sujeto los pasadores de los shorts a mi cintura, me percato de su presencia.

Una señora se queda parada frente a mí, con la ceja alzada, sosteniendo la correa de su pequeño perro que parece una rata. ¡Qué pequeño! Bim le gana. Otra vez levanto la mirada a ella mientras me pongo las zapatillas desgastadas.

𝗖𝗹𝗮𝘀𝗲 𝗝𝘂𝗷𝘂𝘁𝘀𝘂 • JJKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora