Capítulo 33

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Aquella misma tarde Elena estaba justo en la puerta del centro comercial. El viento soplaba más de lo normal y el frío y la humedad, consecuencia de vivir en una ciudad cerca del mar, se filtraban en sus huesos. La chica tembló y se encogió más en su abrigo. Esa mañana había sido algo soleada, así que la no creyó que citar a Leo y su amigo fuera del centro fuera una mala idea. Ahora se arrepentía de su decisión. Deberían haber quedado en el interior ya sentados en una de las de las múltiples cafeterías de las que ese gran centro comercial, más parecido a una gran urbe, disponía. Leo no tenía ni idea de que ellos dos no serían los únicos que pasarían esa tarde juntos. De haberle contado sus planes su chico no habría aparecido pero estaba segura que una vez allí ya no se iría. Lo conocía, era un jodido cabezota pero en el fondo sabía que acabaría haciendo lo correcto y lo correcto era quedarse y hablar.

Miró su reloj por tercera vez mientras movía nerviosamente su pie, no sabía si por impaciencia o para evitar el congelamiento de sus dedos. Los dos llegaban tarde. Si había algo en esta vida que odiara más que ver a una persona mal vestida, eso era la impuntualidad. Cuando escuchó el sonido de su móvil pensó que alguno de los dos le estaba avisando de su retraso así que lo sacó apresuradamente para ver cual de ellos era y meterle prisa. La aplicación de WhatsApp le reveló que en realidad se trataba de un grupo que Jaime había creado para hablarles sobre su cumpleaños.

Justo cuando dio por hecho que la conversación de grupo había finalizado o al menos los puntos claves habían sido explicados, Jaime era un sargento dando órdenes, guardó su móvil y vio a Leo quien se acercaba a ella apresuradamente sabiendo que llegaba tarde. Cuando se puso a su altura se saludaron con un breve beso en labios como habitualmente hacían.

—Siento llegar tarde —se excusó el chico—, no he visto la hora que era.

—Tranquilo, cariño. No pasa nada. Yo acabo de llegar —mintió Elena sabiendo que no era el momento de montar un drama por llevar más de veinte minutos a la intemperie mientras se congelaba. Necesitaba a su chico tranquilo y receptivo.

—¿Has leído lo que nos toca comprar para la fiesta? —preguntó el bajista.

—Sí. Menuda suerte que ya estemos aquí —dijo Elena—. Podemos aprovechar a comprar las cosas que nos han tocado. —Estar allí aquella estaba resultando ser todo ventajas o al menos es lo que ella esperaba.

—Sí, menuda suerte —contestó Leo murmurando. Era más que evidente que el chico no quería estar allí. Odiaba ir a mirar tiendas de ropa, que es lo que Elena le había dicho que harían aquella tarde, el pobre hubiera preferido que le amputaran una pierna a estar en un centro comercial—. ¿Por qué he tenido que acompañarte yo? —se quejó poniendo cara de pena para que su novia se apiadara de él y le librara de semejante tortura—. Siempre miras los modelitos con Gisela.

—No te quejes tanto, además ahora vas librarte de ir a comprar ropa. Te encargarás de comprar la comida para la fiesta —contestó una sonriente Elena.

—¿Y cuando compre la comida me podré ir? —preguntó esperanzado.

—Por supuesto.

—Eres la mejor, cariño —dijo plantando un efusivo beso a su novia en los labios.

—Pero antes nos tomaremos un café, te parece? —Elena estaba preparando el terreno para la soltar la gran bomba.

—Lo que tu digas, cielo. ¿Entramos ya? Hace un frío horroroso

Leo tiró de la mano de Elena hacia el interior pero la chica no se movió ni un milímetro. Él se giró extrañado al ver que ella no parecía decidida a entrar todavía a pesar de las inclemencias del tiempo. Alzó sus cejas de manera interrogante.

Condenados a Entenderse | Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora