Capítulo 13

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—¿Es la última caja?

Vivien se volteó hacia Nino y asintió. Él le sonrió y bajó por la escalera con la carga entre los brazos. Era lo último que quedaba de sus pertenencias.

Cerró la puerta de lo que había sido su apartamento por años, un aluvión de nostalgia y, también, de miedos la asaltó. Era un camino que presentía hermoso el que iniciaría, pero, a su vez, totalmente desconocido. Mudarse a la casa de su novio era algo nuevo, tanto el tener una pareja como un hogar que compartiera con alguien.

Suspiró y descendió con lentitud. A los pies la esperaba Mamma Joe. Sin poder evitarlo, los ojos se le llenaron de lágrimas y sintió una opresión en el pecho. Se le detuvo delante sin pronunciar palabra, la mujer rubia tampoco dijo nada, tan solo abrió los brazos y Vivien se zambulló contra ella. Nunca la había abrazado hasta entonces y la necesidad de aferrarse a quien la había rescatado de dormir en un banco de plaza era imperiosa.

Mamma Joe la tomó por los hombros y la alejó de sí, conectó la mirada con la suya.

—¡Me alegro tanto por ti, Vivien! —comento Mamma Joe con voz ronca.

—Vendré a visitarte.

—Más te vale, jovencita.

Eso le arrancó una sonrisa a Vivien.

—Y te invitaré a mi nueva casa, y a Camelia y a las otras chicas —comentó con entusiasmo.

Era la primera vez que hacía tal ofrecimiento y descubrió que le encantaba el sabor que le dejaba en la lengua pronunciar esas palabras.

—Iremos encantadas. Sabes que aquí siempre habrá un sitio para ti. Sin embargo, espero que no necesites volver a vivir con nosotras. Deseo que hayas encontrado tu lugar en el mundo y que él sea el hombre que te acompañe por el sendero.

—Creo que lo es, Mamma.

La mujer asintió y Vivien le dio un último abrazo antes de presionarle el juego de llaves en la palma y marcharse. No quería derramar lágrimas y el nudo en la garganta le impedía hablar. Era un día alegre para ella, uno que tiempo atrás hubiera sido impensable. No obstante, en ese momento en el que ya llevaba diez meses con Nino, sabía que vivía no un sueño, sino una realidad que merecía. Porque merecía ser feliz. Le había costado abandonar los pensamientos negativos que le habían inculcado con respecto a sí misma, no obstante, lo había logrado con esfuerzo. Claro que Nino había ayudado, pero no se quitaría mérito, Vivien había puesto su energía entera a amarse cada día más.

Nino la esperaba junto a la camioneta que traía en la parte posterior las pocas cajas con sus ropas, la computadora, libros y algunos recuerdos. Apenas la vio, esbozó aquella sonrisa amplia con la que siempre la recibía y que a ella le caldeaba el alma.

La tomó de una mano mientras le abría la puerta del vehículo.

—¿Inquieta? —Ella negó con la cabeza—. Oh, yo soy un manojo de nervios.

Vivien se detuvo en seco cuando se disponía a subir.

—¿No estás seguro?

Nino resopló.

—¡Claro que lo estoy! Quiero vivir contigo, eso no quita que tema que termines por descubrir que no me soportas o que odias que deje la tapa del inodoro elevada o que apriete el dentífrico por el medio o...

—Nino, detente —pidió entre risas—. Esas cosas no me interesan.

Él se pasó la mano por la frente en un gesto como si se limpiara el sudor, un ademán que mostraba alivio.

Una mujer llamada VivienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora