Epílogo

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Una mano en el brazo la detuvo antes de que descendiera de la camioneta.

—¿Estás segura de que no quieres que te acompañe?

Vivien fijó la mirada en aquella que tanto amaba, unos ojos tan cálidos como sol en pleno verano y envolventes como la miel.

—A pesar del miedo que se expande por mi interior, es un paso que debo dar sola. Amo el saber que, si sale bien o si se va todo a la mierda, estarás aquí fuera para recoger los pedazos y ponerlos todos juntos con un abrazo.

—Siempre aquí, mia gianduia dolce.

Los brazos se abrieron y ella se catapultó contra aquella calidez que él le brindaba con su ser completo.

Vivien ingresó a la cafetería. Se deslizó las manos por los muslos para secarse las palmas en la tela del jean. Inspiró hondo y soltó el aire con lentitud mientras realizaba un paneo por las mesas ocupadas. El corazón le golpeteaba como si dentro del pecho tuviera a un hombre con una maza tratando de derribar una pared.

La distinguió al instante. Elevó la cabeza, cuadró los hombros y se vistió con una confianza que distaba de sentir. Pero por algún lado debía comenzar y, a veces, cuando se actuaba algo, se terminaba tornando real.

Caminó hacia la mesa y se detuvo junto a la mujer de color con cabello rizado que miraba por la ventana. Ella alzó los ojos que tanto había extrañado y le sonrió. Un aguijón se le clavó en el alma al percatarse de que no la reconocía. ¿Qué había esperado? Había cambiado demasiado de aquella adolescente de aspecto aún varonil que había escapado del hogar familiar. Vivien no tenía fotos suyas en la red social a través de la que la había contactado, por lo que Kelsey no tenía forma de saber cómo era su apariencia actual.

Quizás fuera lo mejor, aún tenía tiempo de huir, no obstante, sus pies no se movieron del sitio. La mujer frunció el ceño.

—¿Trabajas aquí? —Le sonrió—. Aún no estoy lista para ordenar, espero a alguien.

—A mí —susurró Vivien.

—¿Qué?

—Hola, Kelsey. —Alzó una mano e hizo un leve ademán de saludo—. Soy tu hermana Vivien.

Los ojos de la mujer se abrieron de par en par y viajaron desde su cabello hasta sus pies. Se paró en el acto y Vivien se preparó para los gritos y hasta para la bofetada, pero ni uno ni otro hizo acto de presencia.

—Estás... muy diferente.

—Me alegra que así sea.

—Claro.

La vista de su hermana se empañó y sorbió por la nariz como cuando era niña y quería evitar llorar.

Vivien le puso una mano sobre el hombro y la instó a volver a tomar asiento, ella hizo lo propio al otro lado de la mesa. Apenas puso los dedos sobre el mantel verde grisáceo, la mano de Kelsey se los apresó. La calidez que la envolvió fue tal que la voz se le esfumó.

—Lo siento.

Las lágrimas se zafaron de su contención y rodaron por la mejilla oscura de su hermana. Vivien apretó la mano que aferraba la suya.

—No te culpo, Kels. Nunca lo hice. Solo quisiera tener a mi hermana de vuelta y que aceptaras quien soy.

La cabeza tan rizada como la suya se sacudió en un asentimiento exagerado.

—Eres tú, sin importar los cambios, sigues siendo tú. Tendré que acostumbrarme a llamarte de otra forma, pero quiero conocer en quién te has convertido.

—Anhelo tanto que seas parte de mi vida —comentó con voz ahogada y con la sensación de encontrarse en un sueño.

Tantas veces había imaginado ese encuentro y, en cada ocasión, el resultado era atroz, horrible y desagradable. Jamás intuyó que podría tener un final feliz. Porque los finales felices no estaban hechos para ella, o eso había creído por gran parte de su vida. Hasta Nino.

Un sollozó escapó de los labios de su hermana y le apretó con fuerza la mano, como si temiera soltarla.

—Te he buscado tanto, sin dar contigo, sin saber si estabas viva o muerta —mencionó la mujer con vos trémula—. Cuando recibí tu mensaje, quise creer que no era una broma, que realmente eras tú. Y aquí estás, después de tantos años te encontré o, más bien, tú me encontraste a mí. ¿Cómo mierda puedes pensar que no querría que fueras parte de mi vida?

Vivien rio porque los miedos se evaporaron de pronto. Ella reía y su hermana lloraba, pero la emoción que subyacía era la misma.



 Nino leyó el mensaje una sola vez: «Ven a la cafetería». Abrió la puerta de la camioneta sin dilatación, saltó fuera y corrió como si escapara de un incendio. Entró y, apenas la vio, se apresuró a su lado.

—¿Qué ocurre? —preguntó sin aliento—. ¿Te hizo algo? ¿Te dijo algo?

—Cálmate, no ha pasado nada malo. —Vivien señaló a Kelsey—. Solo quería presentarle mi hermana a mi novio.

Nino se giró hacia la mujer de tez un tono más oscuro que la de Vivien, y esta le sonrió a la par que le tendía la palma. Tardó en reaccionar. El miedo había tomado posesión de sus sentidos, miedo a que la lastimaran de nuevo, a que la hicieran empequeñecerse cuando era inmensa.

Una vez que se hicieron las presentaciones correspondientes, tomó asiento junto a la joven.

—Estamos organizando un almuerzo para mañana en mi casa, así Vivien conocerá a sus sobrinos. Espero que puedas acompañarnos, Nino.

La sonrisa que contempló en el rostro de su novia, tan plena, llena y radiante como nunca le había visto antes, lo caldeó de tal forma que el amor por ella se desparramó de manera infinita, sin contención posible. Y río a carcajadas mientras esa sonrisa se ampliaba aún más. Era todo lo que necesitaba, contemplarla con aquella expresión de felicidad.

—Pude batir los «y si», Nino, y gané —mencionó esa Vivien que brillaba por dentro. 

Una mujer llamada VivienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora