Capítulo 11

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Vivien entró en el apartamento y encontró a Nino dormido sobre la cama. Se sentó junto a él y lo zarandeó un tanto. Él emitió un gruñido y se giró hacia ella.

—Hola, hermosa —saludó con voz grave y con los ojos apenas abiertos.

—¿Qué haces aquí?

—Uff, después de un mes juntos pensé que tu actitud cambiaría, me alegro de que no fuera así. —Nino estiró los brazos y la atrajo hacia su pecho—. ¿Cómo te fue en el último día de entrenamiento?

—¿Viniste a eso? ¿A constatar si lo lograría? —Los brazos se tensaron a su alrededor y se percató de que lo hería sin motivo. Era el mecanismo de defensa predilecto, atacar antes de que le hicieran daño—. Me fue bien —murmuró.

—Excelente, debemos celebrarlo. —La expresión le cambió de inmediato, no era un hombre que permaneciera enfadado—. Quería esperarte de otra forma, pero hoy fue un día cansador en la ferretería. Entregaron mercadería y debimos catalogarla y acomodarla.

—Lo siento. —Odiaba esa forma que tenía de comportarse con él, como un perro al que no le habían aplicado la antirrábica.

Nino se alzó sobre los codos y ella se irguió hasta quedar sentada. La tomó por la barbilla y acercó los labios a los suyos.

—Empecemos de nuevo, ¿está bien? —Vivien asintió—. ¿Cómo te fue en tu último día de entrenamiento?

—Muy bien, Nino. El lunes me incorporaré al equipo definitivo, conoceré a mis compañeros y...

—¿Y?

—Quizás no les guste. —Se encogió de hombros—. Pero no importa, allá ellos.

Nino lanzó una carcajada y volvió a envolverla en un estrecho abrazo.

—Te amarán y, si no lo hacen, es su problema, nunca el tuyo, la mia ganache al cioccolato.

La separó un tanto de sí y le deslizó un dedo por la mejilla hasta la barbilla. Él fijó la mirada en su boca y se demoró allí.

—¿Nino?

—Hmmm. —Alzó la vista hacia sus ojos y le sonrió. Aproximó el rostro al suyo, tanto que ni siquiera un suspiro conseguiría separarlos—. Pensaba en las formas en qué podríamos festejar tu incorporación oficial a la empresa.

Vivien le posó una mano sobre el pecho para detener el avance sobre ella.

—Yo... Aún no estoy lista.

El silencio se espesó entre ellos. El dolor al rechazo se hizo palpable en las facciones del hombre y a Vivien se le oprimió el corazón.

—Si necesitas tiempo, tiempo te daré, Vivien.

Ella soltó el aire que contenía.

—Tal vez, cuando me veas sin ropa, no te guste tanto —trató de bromear, pero se hundió en el intento.

Nino suspiró y se recostó sobre el colchón. Se cruzó de brazos tras la cabeza y su expresión se tornó hosca.

—Eso no pasará.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque... ¡Mierda, Vivien! No estoy enamorado de tu cuerpo, sino de ti, así que me importa poco lo que tengas entre las piernas. ¿Quieres esperar hasta hacerte la maldita cirugía? ¡Bien! Pero eso no es lo que tratamos aquí, sino tu falta de confianza en mí y en lo que siento por ti.

—¡No es así!

—¡Argh! Me siento un hijo de puta que te manipula para que te acuestes con él. ¿Entiendes que no es eso lo que hago? Puedo esperar, no se me achicharrará el pene ni se me pondrán los testículos azules. —Rio ante su propio comentario—. Bueno, tal vez un poco, pero nada de lo que no pueda sobreponerme.

Una mujer llamada VivienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora