Capítulo 4.

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Dejó escapar un suspiro ahogado, como aquella que se jugaba la vida en una sola respuesta.

No podía estar pensando en serio, con todo lo que le había costado y lo feliz que había sido y que sería con Killian. Así que, lo único que se le ocurrió hacer, fue abrir los ojos y mirarle con una determinación y un orgullo que ni siquiera sabía que tenía.

-No Christian -comentó con uno de los tonos más fríos que hubiera podido usar en toda su vida- No me bajé las bragas con él, ni siquiera me dio tiempo a bajármelas porque que él ya me las había quitado. -sentenció con un tono cortante, como cuando un cuchillo parte una naranja de un golpe, y por la mitad- No te olvidé, hice que desaparecieras. Y puedo decir tranquilamente que amo a Killian, al igual que amo a Phoebe o a Teddy, al igual que un día te amé a tí. No quiero que lo comprendas, solo quiero que no nos estorbes. Sé que hiciste demasiados sacrificios, y cambiaste. -soltó una carcajada seca e irónica a la vez que rodó los ojos - Pero, ¿acaso no te encuentras mucho mejor contigo mismo que siendo un obseso del control? Pasa página Christian, hazlo. Como hice yo. Puedes tener a la mujer que quieras, solo basta con que les digas "hola". Como hiciste conmigo. Tienes un... algo. Pero ese "algo", para mi, ya no es esencial. Y si no quieres pasar página, si no quieres desaprenderte de mi, cambia el libro Christian. Hubo muchas antes que yo, ya me lo dijistes, así que no te tiene que resultar difícil encontrar a la número... -se lleva el dedo al mentón pensativa- ¿17? ¿Esa sería? -se muerde el labio inconscientemente, pero cuando se da cuenta de ello, no lo suelta salvo para hablar poco después.- Además, ahora, más que las fustas me van los garfios.

Christian la miró con una cara de odio casi inhumana y se acercó poco a poco a ella, como un león se aproxima a una gacela antes de matarla.

Levantó la mano y la arremetió con fuerza a la mejilla de ella.

Ana recibió la bofetada con los ojos abiertos como platos y acto seguido, se llevó la mano a la parte dolorida, intentando calmar la rojez y el calor que sentía en esa parte de su cuerpo.

-¿POR QUÉ MIERDAS HAS HECHO ESO? -preguntó con un tono amenazador y con una pizca de dolor- ¿QUIÉN TE HAS CREÍDO QUE ERES PARA HACER ESO?

-PUES TU MARIDO -él también elevó el tono, agradeciendo que no hubiera nadie por los alrededores-.

-NO ERES MI MARIDO. ESTAMOS DIVORCIADOS.

-¿Ah si? -murmuró él con un tono que no aceptaba ninguna réplica- ¿cuándo lo hiciste?

Ana le dirigió una mirada de odio. Una mirada que sería capaz de matar a alguien. Pero a él no le molestaba, ni siquiera le importó.

-Pasatelo bien en tu boda... -dijo él de una manera sarcástica-.

Acto seguido se dio la vuelta para alejarse, dejando a una confusa Ana en su sitio. Por lo que no vio lo que ella estaba haciendo hasta que notó el golpe en su espalda. Cerró los ojos y apretó los puños, imagínandose lo que ella acababa de hacer, y, lentamente, se dio la vuelta.

Dirigió la vista al suelo, viendo aquel dorado círculo en el suelo. Lo recogió y le dio vueltas en los dedos, viendo como Ana se alejaba con un movimiento de caderas impropio de ella.

La llamó, gritó su nombre furioso mientras le arrojaba el anillo. Por suerte, ella lo vio antes de que la alcanzara y lo esquivó dando un salto hacia la derecha.

Pero lo que no vio fue la columna que había a su lado, ni el saliente con el que se dio. Tampoco vio la sonrisa irónica en los labios de él, ni el reguero de sangre que cubría su frente, justo en el lugar dañado. No vio nada, porque en el momento en el que se golpeó, cayó rendida al suelo, desmayada.

Killan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora