La marea lo mecía y el sol arrullaba su semblante; sus ojos cerrados se concentraba en los sueños del paraíso.
Una voz lo obligó a abrirlos. Una mano agitaba su hombro. Un par de ojos a un palmo de su cara lo escudriñaban:¿Señor, puede oírme? Los camilleros lo llevaban a la ambulancia y cuando el hombre trató de levantarse un auto frenó frente a ellos y dos individuos salieron de él y lo agarraron por las brazos. Los camilleros fornidos los detuvieron y el hombre salió despepitado.
Corriendo con el saco en la mano vio en su bolsillo: un sobre.