Demyan y Nevá caminaban por los rieles que circundaban la ciudad. El ambiente era lúgubre, distinto al usual en primavera. Estaba estático, denso, comprimido. Como si la muerte acechara y buscara colarse subrepticiamente. Cuando había preguntado a su abuelo la razón, este solo había dicho que habían tenido suerte de vivir lejos de Prípiat. Uno año antes, se habían mudado a Crimea, aun así, no estaban lejos del desastre. Si Demyan entrecerraba los ojos, estaba seguro de poder ver pequeñas partículas en él. Demyan lanzó un palo seco y Nevá salió a buscarlo, feliz.
No le incomodaba el clima.