Era un rostro familiar. El pelo, sus afilados rasgos, la extrema delgadez, que podría ser de una púber, pero que no encajaba con el resto coincidía con la chica en la enfermería. Me presenté y ella dijo ser su madre. Le expliqué que su hija había sido descubierta robando en un tienda. La mujer me vió de arriba abajo y encendió un cigarrillo. Lo dejé pasar. Estaba intrigado. No es la primera ni será la última, dijo. Mejor me la llevo antes de que le haga un espectáculo, agregó sarcástica.
Volví a leer el papel. ¿Sería un grito de auxilio?
FIN