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Gojo se apartó del escritorio y abandonó el salón de apuestas. Y como de costumbre, no pudo salir de allí sin antes ser detenido una o dos veces: por un acomodador, que le susurró que un tal Daimyō deseaba aumentar su crédito, y también por un siervo que le preguntó si era su labor traer a alguna cortesana si algún señor se lo pedía.

Contestó a sus preguntas ausentemente, ya que su mente estaba ocupado en el joven que lo esperaba arriba.

Esa tarde que había prometido ser rutinaria, estaba resultando ser bastante peculiar.

Había pasado mucho tiempo desde que alguien le había despertado tanto interés como lo hacía Itadori Yuji. Desde el momento en que lo había visto de pie en el callejón, saludable y sonrojado, con su figura llamativa envuelto en un modesto kimono, no había dejado de desearlo. No sabía cuál era la razón de su anhelo, teniendo en cuenta que el joven, no solo era un hombre, sino; también era la encarnación de todo lo que detestaba referente a la sociedad.

Pero cuando miró fijamente esos ojos marrones claros tan bonitos, observando como el ceño de determinación se fruncía entre ellos, había sentido el maligno impulso de tomarlo y llevarlo lejos, a cualquier lugar, y hacerle cosas salvajes. Incluso un poco incivilizadas.

Sin ninguna duda, esos impulsos salvajes siempre habían querido salir a la superficie. Y este último año a Gojo le había costado mucho más trabajo controlarlos. Se había puesto de mal genio, extrañamente impaciente y se disgustaba por cualquier tontería. Las cosas que antes le habían dado placer ya no lo satisfacían. Lo peor de todo, era que atendía sus necesidades sexuales con tan poco entusiasmo como le sucedía con el resto de cosas en esos días.

Encontrar compañía femenina nunca había sido un problema, Gojo había encontrado la liberación en los brazos de muchas mujeres deseosas y las había complacido hasta dejarlas ronroneando de satisfacción. Sin embargo, no sentía ninguna emoción real al hacerlo. Ninguna excitación, ningún fuego; solo sentía algo parecido a cumplir con una función corporal rutinaria, como comer o dormir. Gojo estaba preocupado por todos los problemas que estaba teniendo y por eso había querido comentárselo a su amiga y compañera, Ieiri Shōko.

Ésta era una renombrada sanadora dentro del Jujutsu y curandera entre los chamanes. Cuando Gojo le preguntó un poco apenado si la disminución de los deseos físicos era algo natural en un hombre que se acercaba a los treinta, Shōko se atragantó con la bebida.

     —Maldición, no —dijo la sanadora, tosiendo ligeramente cuando un poco de sake se le atoró en la garganta. Habían estado en la oficina del gerente del club, revisando las agendas de salubridad de los sirvientes. Ieiri Shōko era un mujer guapa, con el pelo color marrón y los ojos del mismo tono; es de las personas que se distraen con facilidad y debido a que trasnocha bastante en el club ha quedado permanente las ojeras en su rostro; sin duda es de las que prefiere hacer otra cosa que pasar tiempo entre papeleos.

     —¿Puedo preguntarte que tipo de personas te has estado llevando a la cama últimamente?

     —¿Qué quieres decir con el tipo? —preguntó Gojo cautelosamente.

     —¿Todas mujeres?

     —¡Por supuesto que sí!

     —Bien, ese es tu problema —dijo Shōko con un tono muy seguro—. Quizás las mujeres ya no te estén atrayendo, deberías enfocar más tu visión; digo, para algo tienes esos ojos ¿no?

     —¿Se puede saber qué exactamente estás sugiriendo?

Una sonrisa lenta curvó los labios de Shōko.

     —Lo que tengo en mente, requiere mucho esfuerzo y coraje, pero imagino que las recompensas son excepcionales.

Gojo miró fijamente a su amiga un tanto molesto, ya que al igual que él, al intentar mantener una conversación seria, a menudo le enfurecía la afición de ésta en convertirlo todo en un ejercicio ocurrente.

Mío al AnochecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora