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Cuando llegaron al cuarto de Fushiguro, a Yuji se le ocurrió que Tsumiki todavía podía estar adentro.

     —Espera —dijo, mientras se interponía rápidamente—. Déjame entrar primero.

Satoru se quedó a un lado de la puerta.

Entrando en el cuarto con cautela, Yuji vio que Fushiguro estaba solo en el futón. Deslizó la puerta un poco más y les hizo señas a Satoru y a Nobara para que entraran.

Percibiendo la presencia de intrusos en el cuarto, Fushiguro rodó de costado y entornó los ojos hacia ellos. En cuanto captó la presencia de Satoru, su cara se contrajo en una mueca hosca.

     —Lárgate de aquí —graznó.

Satoru sonrió complacientemente.

     —¿Así de encantador eres con el Sensei? Apostaría a que estaba deseoso de ayudarte.

     —Aléjate de mí.

     —Esto quizás te sorprenda —dijo Satoru—, pero hay una larga lista de cosas que preferiría examinar en vez de tu pútrida espalda. Por tu familia, sin embargo, estoy dispuesto a hacerlo. Date la vuelta.

Fushiguro apoyó la frente sobre el futón y dijo algo en el idioma ainu que sonó extremadamente grosero.

     —Tú también —dijo Satoru serenamente. Deslizó a un lado el juban de Fushiguro y le quitó la venda del hombro herido. Examinó la herida horrorosamente rezumante sin expresión.

     —¿Con cuanta frecuencia la han estado limpiando? —preguntó a Yuji.

     —Dos veces por día.

     —Lo haremos cuatro veces por día. Y le aplicaremos una cataplasma. —Alejándose del futón, Satoru le hizo señas a Yuji para que lo acompañara a la puerta. Puso la boca en su oreja—: Tengo que salir a buscar algunas cosas. Mientras estoy afuera, dale algo para hacerlo dormir. No podrá tolerar lo que le voy a hacer de otra manera.

     —¿Tolerar qué? ¿Qué vas a poner en la cataplasma?

     —Una mezcla de varias cosas. Incluida una dilución de apis mellifica.

     —¿Y eso que es?

     —Veneno de abeja. Extraído de abejas aplastadas, para ser precisos. Lo empaparemos con una base de agua y alcohol.

Confundido, Yuji agitó la cabeza.

     —Pero dónde vas a conseguir... —Se interrumpió y lo miró fijamente con creciente horror—. ¿Vas a ir a la colmena que hay en el Castillo Sukuna? ¿Co... cómo vas a recoger las abejas?

Su boca se estiró por la diversión.

     —Muy cuidadosamente.

     —¿Quieres... que te ayude? —se ofreció con dificultad.

Conociendo el terror que le tenía a los insectos, Satoru le deslizó las manos alrededor de su cabeza y lo besó fuertemente en los labios.

     —No con las abejas, Yuji. Quédate aquí y da una dosis de morfina a Fushiguro. Una bien grande.

     —No querrá tomársela. Odia la morfina. Querrá mostrarse estoico.

     —Confía en mí, ninguno de nosotros deseará que esté despierto mientras le aplico la cataplasma. Sobre todo Fushiguro. Los ainu llaman al tratamiento: "El relámpago blanco", y por una buena razón. No es algo que nadie pueda soportar estoicamente. Así que haz lo que sea necesario para obligarlo, Yuji. Regresaré pronto.

Mío al AnochecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora