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El alba.

Una palabra perfecta para describir la forma en que la mañana había entrado a retazos en la habitación, un fragmento de luz se esparcía sobre el futón, otro sobre el suelo entre la ventana.

Yuji parpadeó y permaneció por un rato preso de un entumecimiento. Había un nuevo yukata sobre el palo de bambú en su habitación... debió haber permanecido dormido mientras un siervo lo colocaba.

Fuego... el Castillo Sukuna... los recuerdos cayeron sobre él con un golpe desagradable, y cerró los ojos. Los abrió nuevamente, pero, sin embargo, en ese momento solo pensó en la oscuridad, en la luz de la luna y en la carne ardiente de un hombre. Se le puso la piel de gallina.

¿Qué había hecho?

Estaba sobre el futón, y solo recordaba vagamente que habían montado de regreso cuando todavía estaba oscuro, Satoru lo había llevado en su regazo, envuelto entre telas como si fuera un niño. "Cierra los ojos", le había murmurado él, su mano ejerció una reconfortante presión en su cabeza. Y él había quedado dormido. Ahora, al entrecerrar los ojos hacia la ventana, comprendió que era casi mediodía.

El pánico invadió su interior, su corazón bombeó algo que parecía ser demasiado caliente y ligero para ser sangre y lo hacía respirar agitado. Le habría gustado creer que todo había sido un sueño, pero su cuerpo aún llevaba impreso el mapa invisible que Satoru le había dibujado con los labios, la lengua, los dientes y las manos.

Llevándose las yemas de los dedos a los labios, Yuji sintió que estos estaban más hinchados y más suaves que lo normal... habían sido lamidos y erosionados por la boca de él. Cada parte de su cuerpo estaba sensible, incluso esos lugares prohibidos que todavía ocultaban un doloroso placer.

Un hombre íntegro debería sentirse avergonzado por sus acciones. Pero Yuji no se arrepentía de nada. La noche había sido tan extraordinaria, tan rica, oscura y dulce, que lo conservaría en su memoria para siempre. Había sido una experiencia inolvidable.

Pero... como deseaba que él ya se hubiera marchado.

Con algo de suerte, Satoru habría tenido que irse para ocuparse de sus asuntos en Edo. Yuji estaba seguro de que no podría volver a mirarlo a los ojos después de lo ocurrido la noche pasada. Ciertamente no necesitaba la distracción que él le ofrecía, cuando tenía tantas cosas que decidir. En cuanto a los recuerdos de su noche con Satoru, habría tiempo después. Días, meses, incluso años.

"No pienses en eso", se dijo severamente a sí mismo, mientras salía del futón. Tocó la campanilla para llamar a un siervo, mientras intentaba colocar su yukata. En menos de un minuto, un robusto muchacho de cabellos claros y mejillas sonrosadas apareció.

     —¿Podrías traerme un poco de agua caliente? —le preguntó Yuji.

     —Aye, Joven amo. Puedo traerle un poco aquí arriba, o si quiere, puedo llevárselo al cuarto de baño. —El muchacho hablaba con un cerrado acento de Kansai, las erres se le deslizaban ligeramente y las consonantes se adherían a la parte de atrás de su garganta.

Yuji asintió ante la segunda sugerencia, recordando el moderno baño de la noche anterior. Siguió al muchacho, que se identificó como Takuma y a quien pidió que sólo lo nombrara como Itadori, ya que "amo" lo dejaba fuera de lugar.

     —¿Cómo están mis primas y mi hermano? ¿Y Fushiguro?

     —Tsumiki-sama, Nobara-sama y Kasumi-sama ya bajaron a desayunar —le informó el muchacho—. Sukuna-sama y Fushiguro-san aún están acostados.

     —¿Están enfermos? ¿Fushiguro tiene fiebre?

     —Ieiri-sensei, la sanadora del Jujutsu, cree que ambos están bien. Solo están descansando.

Mío al AnochecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora