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Aunque podían haber ido hasta el burdel a pie, Yuji, Fushiguro y Satoru fueron a Yoshiwara en el viejo carruaje. Se detuvieron frente a un casa de estilo claramente familiar.

Para Yuji, cuyas fantasías sobre tales lugares rozaban la más inimaginable extravagancia, la fachada del burdel era decepcionantemente discreta.

     —Quédate en el carruaje —dijo Satoru—. Entraré y preguntaré por el paradero de Sukuna. —Dirigió a Fushiguro un duro semblante—. No dejes al joven Itadori solo ni un segundo. Es peligroso a esta hora de la noche.

     —Puedo cuidarme perfectamente —protestó Yuji—. Y estamos a principios de la noche, en medio de Edo con hombres bien vestidos ¿Cómo puede ser tan peligroso?

     —He visto a esos hombres bien vestidos hacer cosas que te harían revolver el estómago.

     —No necesito protección —dijo Yuji indignado.

La sonrisa de Satoru fue un destello de blanco en contraste con la tela oscura sobre sus ojos. Abandonó el vehículo y se fundió en la noche como si fuera parte de ella, disolviéndose por completo, salvo por el tenue brillo blanquecino de su cabello.

Yuji lo siguió con la mirada, admirado. ¿Dónde se podía clasificar a un hombre así? No era un Daimyō, ni un samurái, ni un vasallo común, ni siquiera era del todo un chamán. Sintió un temblor bajo sus pies. Había percibido que la ancha banda de oro que había visto entre sus prendas lo colocaba en su pulgar. Nunca había visto tal cosa antes.

     —¿Fushiguro, qué quiere decir cuando un hombre lleva un anillo en el pulgar? ¿Es una costumbre de los ainu?

Pareciendo incómodo con la pregunta, Fushiguro miró hacia la húmeda noche.

Un grupo de jóvenes pasaron junto al vehículo, vistiendo sus elegantes kimonos, riéndose entre ellos. Un par de ellos se detuvieron para hablar con una de las cortesanas exhibidas. Con el ceño fruncido, Fushiguro contestó a la pregunta de Yuji.

     —Significa independencia y libertad de conciencia. También un cierto estado de separación. Al llevarlo puesto, se recuerda a sí mismo que no pertenece a dónde está.

     —¿Por qué querría el señor Gojo recordarse a sí mismo algo parecido?

     —Porque las costumbres de tu clase son seductoras —dijo Fushiguro misteriosamente—. Es difícil resistirse.

     —¿Por qué debes resistirte? No veo qué hay tan terrible en vivir en una casa adecuada y obtener un ingreso constante, y disfrutar de cosas como platos deliciosos y estar sobre los futones más suaves.

     —Yuji —murmuró él con resignación, haciendo que éste sonriera brevemente.

Se recostó contra la dura madera del respaldo tapizado.

     —Nunca pensé que desearía tan desesperadamente encontrar a mi hermano dentro de una casa de cortesanas. Pero entre un burdel o flotando boca abajo en el Sumida-gawa... —Se interrumpió y presionó los nudillos de sus puños apretados entre sí.

     —No está muerto —La voz de Fushiguro era suave y amable.

Yuji intentaba con todas sus fuerzas creérselo.

     —Debemos llevarnos a Ryōmen fuera de Edo. Estará más seguro en el campo, ¿verdad?

Fushiguro se encogió de hombros sin comprometerse, sus ojos oscuros no revelaban ninguno de sus pensamientos.

     —Hay menos cosas que hacer en el campo —señaló Yuji—. Y definitivamente menos problemas en los que Ryōmen pueda meterse.

     —Un hombre que quiere problemas puede encontrarlos en cualquier sitio.

Mío al AnochecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora